Lis: La Última Hechicera

Capítulo 9: El otro mundo

—¿Me puedes enseñar ese mundo del que tanto hablas? —preguntó Reb, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y emoción mientras nos acomodábamos en mi habitación, donde una brisa ligera se colaba por la ventana abierta, agitando las cortinas como si anticiparan algo.

Mi habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por el resplandor de una lámpara tenue que proyectaba sombras danzantes en las paredes. Era donde pasaba horas contemplando el portal, donde esperaba encontrar respuestas en los mapas antiguos y libros de hechizos esparcidos en el escritorio. Había deseado desde hacía tiempo mostrarle Alaria a Reb, pero tenia miedo a lo que pudiera sucederle . Sin embargo, esa noche algo en el aire me susurraba que era el momento.

—De acuerdo, pero debes prometer que no harás ruido y que no te soltarás de mí, sin importar lo que pase —advertí, sosteniendo el antiguo reloj de bolsillo en mis manos, su superficie fría, metálica, con grabados tan viejos que parecían secretos encriptados.

Reb asintió, con una sonrisa emocionada. Siempre había sido así, Reb y yo; unidas desde la infancia por aventuras en el pueblo y secretos compartidos, pero con un abismo de magia y misterio que se interponía entre nuestras realidades ahora. Acaricié el reloj con la yema de los dedos, al abrirlo, un sonido hipnótico y rítmico inundó la habitación, como un latido suspendido entre este mundo y el otro. El aire se tornó espeso, vibrante. Las sombras en la habitación parecieron cobrar vida, extendiéndose y retorciéndose en el suelo como si intentaran alcanzarnos. Un suave resplandor comenzó a emanar del reloj, expandiéndose lentamente hasta envolverse en una niebla que giraba a nuestro alrededor, distorsionando la realidad. Sentí un tirón en el estómago, un vértigo que anunciaba la inminente travesía. No pude evitar preguntarme si al llevar a Reb, estaba cometiendo un error. De un instante a otro, la habitación desapareció y el vasto y místico reino del otro mundo se desplegó ante nosotros. Al tocar tierra, Reb dejó escapar un jadeo ahogado. Ante nosotros se extendían praderas cubiertas de una hierba de color esmeralda intenso que parecía ondular al ritmo de una melodía inaudible. El aire fresco, impregnado de aromas de flores desconocidas y tierra húmeda, llenó mis pulmones, haciéndome sentir viva de una manera que hacía tiempo no experimentaba. En la lejanía, montañas de picos afilados sobresalían como las fauces de un dragón dormido, mientras un cielo profundo, teñido de tonos violáceos y grises, se extendía sobre nuestras cabezas, salpicado de estrellas que parecían danzar con su propia voluntad.

—Es… increíble, Lis —murmuró Reb, su voz como un susurro reverente. ¿Esto es real?

—Lo es —respondí, sin poder evitar una sonrisa. Pero justo cuando iba a añadir algo, una brisa helada nos envolvió y en el viento escuché un murmullo, una advertencia que parecía venir del bosque cercano.

Le hice un gesto a Reb para que me siguiera. Nos adentramos en un sendero que serpenteaba bajo la sombra de árboles colosales, árboles antiguos cuyas raíces parecían retorcerse como garras en la tierra. Las hojas crujían suavementes, como voces demasiado viejas para ser comprendidas. Reb miraba a su alrededor, fascinada, sin perderse un detalle de las luces etéreas que danzaban sobre nuestras cabezas, destellos brillantes que iluminaban las ramas y se desvanecían en el aire.

—¿Por qué nunca me trajiste antes? —preguntó de repente, su voz apenas un murmullo entre el canto de los pájaros nocturnos que parecían seguir cada paso que dábamos.

—No quería ponerte en peligro —murmuré, mis ojos vagando entre las sombras—. Este mundo puede ser maravilloso, pero también oculta secretos oscuros. Aquí, uno nunca está completamente a salvo.

Poco tiempo después, alcanzamos una cabaña escondida entre los árboles. Era una construcción de madera oscura, cubierta de musgo y enredaderas, con ventanas opacas que parecían guardar historias que no querían ser vistas. Alaria, la guardiana de los portales, nos esperaba en la puerta, su figura envuelta en capas de túnicas grises que parecían fundirse con la niebla. Nos observó con una mirada fría y desconfiada que se suavizó solo un poco al posar sus ojos en mí. Luego, con un leve asentimiento, nos indicó que entráramos. Al cruzar el umbral, el aire cambió de inmediato. Una mezcla de aromas a hierbas secas, cera derretida y pergaminos antiguos impregnaba la habitación. En una estantería, reposaban frascos de cristal que contenían ingredientes desconocidos.

—Esta es una visita rara, Lis —murmuró Alaria, abriendo un grimorio encuadernado en cuero oscuro con símbolos gravados que parecían latir con un brillo etéreo—. Ahora mismo me encontraba leyendo El Grimorio de los Portales. Aquí están las claves para abrir, cerrar y sellar los caminos entre mundos, como ya te habia dicho. Pero cuidado… no todas las puertas deberían abrirse.

—¿Y cómo sabemos cuáles son seguras? —preguntó Reb, su voz temblorosa, mientras se acercaba al libro.

—Eso depende de tu intuición y de la claridad de tu propósito —respondió Alaria, mirándola con una intensidad que parecía penetrar en sus pensamientos.

Nos acercamos a ella mientras sus dedos delgados pasaban las páginas con delicadeza. Reb miraba el libro con asombro, como si cada palabra oculta en ese papel antiguo contuviera un universo propio. Alaria señaló un símbolo en particular, un sello circular que brillaba tenuemente y me miró con severidad.

—Este es un hechizo de protección —me dijo en voz baja, su mirada fijándose en mí como si pudiera ver más allá de mis pensamientos—. Si alguna vez sientes que alguien intenta aprovecharse de tu magia, este símbolo te ayudará a resguardarla.

Reb se inclinó hacia adelante, abrumada y fascinada a la vez, su respiración entrecortada.

—¿Podemos regresar? —preguntó de repente, con un intento de sonrisa, aunque sus ojos reflejaban algo más profundo, una chispa de inquietud—. Siento como si este lugar estuviera observándome.



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En el texto hay: fantasia, magia, misterio

Editado: 17.12.2024

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