El amanecer llegó al lago como un susurro, tiñendo el agua en tonos grises y dorados. Me senté en la orilla, observando el reflejo del cielo mientras mis pensamientos giraban en torno a Alec. La promesa de que él me entendía, de que estaría a mi lado había dejado en mí una mezcla de esperanza y dudas, sensaciones que parecían tan vastas e inabarcables como el propio lago. El crujido de una rama a mis espaldas rompió el silencio. Al girar, lo vi: a unos pasos de distancia, su figura recortada en el resplandor tenue del amanecer, casi como un espectro del bosque. Sentí que algo en mi pecho se aflojaba, como si su sola presencia fuera suficiente para aliviar una carga que llevaba sin darme cuenta.
—Pensé que no vendrías —murmuré, sin poder disimular el alivio y la ansiedad que había estado acumulando por días.
Alec avanzó hacia mí con esa serenidad suya que parecía fluir en armonía con el bosque. Su expresión era grave, sus ojos brillaban con un color y una intensidad que nunca antes había visto en él.
—Lis —dijo suavemente, su voz quebrando la calma de la mañana—. Ha llegado el momento de que conozcas toda la verdad.
Sentí que mi corazón se aceleraba y mis palabras se desbordaron sin control.
—Entonces, dime… dime quién eres en realidad y qué quieres de mí.
Alec mantuvo mi mirada, tras un suspiro, comenzó a hablar en voz baja, con una cadencia suave que parecía conectar cada palabra al susurro de los árboles y al murmullo del agua.
—No soy como tú, Lis —empezó y sus palabras parecieron vibrar en el aire frío—. Mi hogar está muy lejos, en un lugar que aquí llamarían mito. Yo… soy un elfo, vengo de un reino antiguo, un reino oculto y protegido por la magia que sostiene el equilibrio de todos los mundos: Lucindor.
Mis pensamientos se confundían, tratando de asimilar lo que acababa de decir. Alec, un ser de otro mundo, un elfo. Alaria me había contado historias de los elfos, de su magia y su sabiduría, también lo leí en el diario de mi abuela, pero nunca imaginé que un elfo pudiera cruzar al mundo humano. Sin darme tiempo para procesar su revelación, Alec continuó, su voz grave y cargada de melancolía.
—Lucindor es un reino de bosques eternos y cielos infinitos, un lugar donde cada árbol, cada corriente de agua es parte de un ciclo de vida y magia —explicó y en su mirada vi una mezcla de nostalgia —. En nuestro mundo, los árboles no son solo árboles; son guardianes de los secretos antiguos. Nuestros ancestros hablaron con ellos, compartieron sus conocimientos y se alimentaron de su sabiduría. La magia fluye en el aire, en cada criatura, en cada roca y hoja de nuestro reino. Lucindor es un lugar donde el tiempo se desplaza de forma distinta. Allí, el cambio de estaciones no depende de los días, sino de la energía que emanan los corazones de los elfos. El amor, la tristeza, el coraje… todo eso define el ritmo del tiempo en Lucindor.
Mientras hablaba, mis ojos se perdían en su relato y en mi mente se formaba la imagen de aquel mundo: bosques densos, eternamente verdes, árboles tan altos que rozaban las estrellas. Un lugar donde la naturaleza era más que vida, era una magia viva y consciente, una entidad en sí misma. Alec continuó, su voz cada vez más cargada de tristeza.
—Pero Lucindor ahora no es así. Todo cambió cuando la Hermandad Oscura llegó. —Su mirada se endureció, como si recordara una herida—. La Hermandad, un grupo de magos corruptos que buscaban poder a cualquier costo, invadió nuestro reino y rompió el equilibrio. Profanaron nuestras tierras, usaron magia oscura para dominar nuestros bosques y muchos de los nuestros perecieron.
Alec hizo una pausa y el dolor en sus ojos parecía irradiarse en el silencio que lo rodeaba. Sentía que, por primera vez, él me dejaba ver el peso de su pérdida y su furia.
—Nuestro aire, antes perfumado de pino y hierbas, ahora está envenenado por una niebla que nunca desaparece. Los ríos se oscurecieron y la vida se apagó en muchas de nuestras tierras. Solo una pequeña franja de Lucindor permanece intacta, defendida por los elfos que aún resisten. Pero cada día perdemos más terreno. —Alec cerró los ojos, como si quisiera bloquear una imagen que aún lo atormentaba—
Lo miré, en su rostro vi la tristeza de alguien que ha perdido tanto, pero también una determinación feroz, el deseo de proteger lo que ama a cualquier precio.
—Entonces… ¿has venido para pedir ayuda? —pregunté, mi voz un susurro.
Alec asintió lentamente.
—Vine porque en tus habilidades y en tu voluntad hay una chispa que podría marcar la diferencia. Como te dije la profecia habla sobre ti .Pero también… porque no puedo hacerlo solo. Nuestra lucha es ardua, necesitamos aliados. —Su mirada se suavizó, con un gesto, me tomó de la mano—. Lucindor y todos los mundos que existen necesitan que ambos estemos unidos, que podamos luchar juntos contra la Hermandad.
Antes de poder responder, Alec extendió la otra mano hacia el lago y el aire ante nosotros comenzó a ondular. Un portal se formó, resplandeciendo en tonos dorados y verdes. Al otro lado vi lo que quedaba de Lucindor: un bosque devastado, donde los árboles yacían caídos como cuerpos inertes, una neblina oscura envolvía el aire. En medio de aquella visión desoladora, apareció una figura pequeña, con ojos vivaces y una chaqueta de hojas verdes.
—¡Alec, amigo mío! —gritó la figura desde el otro lado del portal, con una energía que, por un momento, pareció iluminar el entorno sombrío.
—Lis, te presento a Finn, mi compañero—dijo Alec, con una leve sonrisa.
Finn me observó con una sonrisa traviesa y una chispa de esperanza en su mirada, como un último resquicio de luz en medio de la sombra.
—Así que tú eres la famosa hechicera, ojalá puedas ayudar a los pocos que quedan, nosotros te ayudaremos —dijo, inspeccionándome con curiosidad —Sacó un frasquito lleno de polvo dorado—. ¿Quieres probar? Es tierra encantada; no la encuentras en cualquier lado.
Editado: 17.12.2024