Lis: La Última Hechicera

Capítulo 12 : "El Sello”

El sonido de mis pasos resonaba en los pasillos vacíos, un eco que parecía multiplicarse, envolviendo cada rincón. Aunque la escuela estaba tan tranquila como siempre, mi mente era un caos. Cada palabra de Alaria seguía clavada en mi cabeza, como cuchillos afilados, mezclándose con la energía extraña que había sentido en los últimos días. Portales. Magia. Poder. Todo se superponía, alejándome de la normalidad que antes daba por sentada. A mi lado, Reb hablaba de algo, probablemente sobre la clase de historia, pero sus palabras apenas llegaban a mí. Su voz era un murmullo lejano, como el zumbido persistente de una lámpara vieja. Asentía de vez en cuando para que no notara lo distraída que estaba. Mi mente estaba en otra parte. Estaba en los portales, en las conexiones entre mundos, en el entrenamiento que había decidido llevar a cabo para transportarme entre mundos sin utilizar el reloj. Cuando llegamos a casa, el cielo estaba teñido de tonos rosados y anaranjados, como si el atardecer estuviera pintando su obra maestra sobre las nubes. El aire olía a césped recién cortado, un aroma dulce y húmedo que me hacía sentir que la calma de afuera no coincidía con el torbellino en mi interior. Subimos a mi habitación y cerré la puerta tras nosotras.

—Bien, ¿lista para esto? —pregunté a Reb mientras me quitaba la chaqueta y dejaba mi mochila sobre la cama.

Ella me miró con una mezcla de entusiasmo

—¿Segura de que esto es una buena idea?

—Si pude hacerlo en el otro mundo, puedo hacerlo aquí —dije con una confianza que sabía falsa, pero que necesitaba creer.

El cuarto estaba iluminado por la luz dorada del sol poniente y las sombras de los muebles se alargaban, dándole al lugar una atmósfera irreal, casi mágica. Era como si mi habitación ya no me perteneciera, como si algo invisible la reclamara para sí. Respiré hondo, cerré los ojos y traté de concentrarme. Recordé las palabras de Alaria: la magia es una extensión de tu voluntad. Lo que puedas imaginar, puedes crear. Al principio, no sentí nada, solo el aire cálido y la textura suave de la alfombra bajo mis pies. Pero luego, un escalofrío recorrió mi espalda. Una presión sutil comenzó a formarse en el ambiente, como si el aire mismo estuviera apretándose a mi alrededor. Mi corazón latía con fuerza mientras la imagen de la cocina comenzaba a formarse en mi mente. Abrí los ojos y por un instante, las paredes de mi habitación se disolvieron. La cocina apareció al otro lado, nítida, como si fuera una ventana abierta al otro lado de mi realidad. El aroma de especias y pan tostado me envolvió, intensificando la conexión. Pero entonces algo salió mal. De repente, un zumbido intenso llenó mis oídos, seguido de una ráfaga de calor que me golpeó el rostro. Algo invadió mi mente, como una sombra que se filtraba en cada rincón de mi conciencia. Antes de que pudiera procesarlo, mi visión se oscureció y el mundo a mi alrededor desapareció. Cuando abrí los ojos, no estaba en mi habitación. Estaba en un lugar desconocido, oscuro, con paredes de piedra húmeda y un aire pesado que olía a moho y cenizas. Frente a mí, dos figuras se materializaron lentamente. Una figura mayor, envuelta en una capa negra que cubría su cabello y rostro, sostenía un libro antiguo entre las manos. Su voz era baja y severa, cargada de autoridad y desprecio.

—No puedes permitir que la última hechicera del linaje Eldryn nos destruya. —Sus palabras resonaron como un eco en el aire, llenando el espacio con una energía ominosa.

La figura extendió el libro hacia otra persona que estaba de pie frente a ella. La cara de esta persona estaba oculta, como si una niebla espesa la cubriera, impidiendo que pudiera distinguir sus rasgos.

—Este conocimiento es tuyo ahora. No falles.

El libro, cerrado y con una gruesa cubierta de cuero, llevaba grabado el sello de la Hermandad Oscura: un círculo rodeado de llamas negras, cuyas formas parecían moverse, como si estuvieran vivas. Quise moverme, gritar, intervenir, pero estaba atrapada, como si mi cuerpo hubiera dejado de obedecerme. La atmósfera era sofocante y una sensación de urgencia me apretaba el pecho. La figura más joven tomó el libro con manos temblorosas y la mayor se inclinó hacia esa persona que no puedo identificar, susurrándole algo que no alcancé a oír. En ese momento, los ojos de la figura mayor se giraron directamente hacia mí. Fue como si pudiera verme, como si supiera que estaba allí, observando.

—El día está cerca. —dijo, con un tono que me heló la sangre.

Un grito quedó atrapado en mi garganta, de repente todo se desmoronó. La visión se desvaneció en un torbellino de sombras, mi cuerpo cayó al suelo con un golpe seco. El golpe contra el suelo fue suficiente para devolverme a la realidad. El frío de la alfombra bajo mi mejilla era un contraste violento con el calor opresivo que había sentido en la visión. Mi respiración era errática y mi corazón palpitaba con una fuerza que me hacía temer que se saliera de mi pecho.

—¡Lis! —La voz de Reb llegó cargada de preocupación mientras sus manos me sacudían con cuidado. Me incorporé lentamente, con la cabeza aun dando vueltas y una sensación de vacío en el pecho.

—Estoy bien... —murmuré, aunque era una mentira evidente. Mis manos temblaban mientras intentaba apoyarme en la cama para levantarme.

—¿Qué fue eso? Te quedaste paralizada, como si no estuvieras aquí y luego simplemente caíste.

La miré, buscando algo en sus ojos que me diera estabilidad. Pero no sabía qué decirle. La visión seguía fresca en mi mente: el libro, el sello, las palabras de esa figura misteriosa... ¿Quién era? ¿Por qué mencionó mi linaje?

—Fue una visión —respondí al fin, mi voz apenas un susurro.

Reb me observó en silencio, como si estuviera evaluando mis palabras. Luego asintió, aunque su expresión reflejaba dudas.

—¿Qué viste?

Tragué saliva, todavía tratando de darle sentido a lo que había experimentado. Las palabras estaban en la punta de mi lengua, pero no me salían.



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En el texto hay: fantasia, magia, misterio

Editado: 17.12.2024

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