Lis: La Última Hechicera

Capítulo 14 : Caos

El cielo sobre el mundo humano parecía teñido de gris perpetuo, como si la misma atmósfera se resistiera a dejar entrar la luz. No era solo la amenaza de las sombras errantes, que se deslizaban por las calles como bestias famélicas, sino el peso abrumador de saber que todo estaba desmoronándose. Los edificios mostraban grietas profundas, las luces parpadeaban con un tono inquietante y el aire olía a humo y desesperanza. A lo lejos, los gritos de los aterrados resonaban como un eco sin fin. En mi habitación, una tenue luz de vela proyectaba sombras vacilantes sobre las paredes. Caminaba de un lado a otro, inquieta, con el pensamiento fijo en los elfos. Su magia era antigua y poderosa. Quizá, con su ayuda, junto con mi fuerza podríamos enfrentar a las sombras que devoraban mi mundo.

—¿Estás lista? —preguntó Alec desde el marco de la puerta.

Levanté la mirada. Su voz sonaba tranquila, pero el leve fruncir de su ceño lo delataba. Algo en él también estaba roto, aunque se esforzara por ocultarlo.

—No. Pero no creo que lo esté nunca —respondí con un intento de sonrisa que murió antes de formarse del todo.

Alec asintió y ajustó su espada al cinturón con movimientos precisos.

—Entonces vamos. Finn está afuera.

Suspiré y lo seguí.

En la entrada de la casa, Finn estaba tarareando una melodía desconocida mientras equilibraba una manzana en la punta de su daga.

—Ah, ahí están mis valientes amigos —dijo dejando caer la manzana justo antes de atraparla hábilmente—

—Vamos a Lucindor —respondí con firmeza, cruzándome de brazos.

Alec camino hacia el portal que había preparado.

El viaje a través del portal fue breve pero desorientador. Al otro lado, el aire era pesado, cargado de humedad y un extraño olor a madera quemada. Cuando mis pies tocaron el suelo del reino élfico, el panorama me dejó sin aliento. Mi primera vez en este mundo, me hubiera gustado que hubiera sido en otro momento.

Lucindor, alguna vez un lugar de majestuosa belleza, estaba en ruinas. Los árboles ancestrales habían sido reducidos a troncos quemados. Las sombras se movían entre los escombros como hienas, oscuras y sin forma, emitiendo un zumbido bajo que hacía vibrar el suelo. Solo un pequeño fragmento de tierra verde permanecía intacto, como una reliquia de lo que alguna vez fue este reino. Caminamos con sigilo, cada paso medido, cuidando no llamar la atención de las sombras errantes. Al llegar a donde se escondían los elfos, ese pedacito verde, eschuche una voz.

—Hechicera, al fin llegas —

Desde las sombras emergió, quien parecía ser el líder del Consejo de Lucindor. Alto y elegante, con ojos que parecían contener siglos de sabiduría y cansancio, se detuvo frente a mí. Su capa plateada ondeaba ligeramente con la brisa y el amuleto en su cuello brillaba débilmente.

- Es Sael el líder del Consejo de Lucindor-dijo Alec

Di un paso al frente, sintiendo las miradas de los elfos clavarse en mí como cuchillas.

—He venido buscando su ayuda. Mi mundo está siendo consumido por sombras —dije, esforzándome por mantener mi voz firme.

Sael me observó en silencio. Después de una eternidad, asintió.

—Será un honor ayudar a la última hechicera. Prepararemos tropas de los pocos clanes que nos quedan.

Asentí. Mi mente, sin embargo, se desbordaba de preocupaciones.

—Iré a ver a Alaria, pero primero debo llevar a mis padres a un lugar seguro. Y buscaré a Reb —dije con un hilo de voz.

Alec me puso una mano en el hombro.

—Te esperaré aquí, uniendo fuerzas. Lis, cuídate, por favor.

Abrí un portal hacia mi mundo. El aire pesado me golpeó al instante. La ciudad estaba en ruinas: edificios derrumbados, humo que lo cubría todo, sombras deslizándose entre los escombros. La gente corría y gritaba en una desesperación que me paralizó. Por un momento, sentí que me hundía en mis propios pensamientos. El reloj de bolsillo en mi abrigo comenzó a vibrar desesperadamente, como si intentara sacarme de mi aturdimiento. De pronto, apareció Reb. Estaba cubierta de polvo y con los ojos hinchados de tanto llorar.

—¡Lis! —gimió, corriendo hacia mí. Sus manos temblaban mientras se aferraba a mi brazo—. Se llevaron a mis padres... No pude detenerlos. Mi madre me escondió debajo de la cama, pero los escuché gritar... Los escuché y no hice nada.

—No te preocupes, amiga. Te prometo que todo estará bien —le dije, aunque una parte de mí sabía que mis palabras eran tan frágiles como el mundo que se desmoronaba a nuestro alrededor.

La abracé, sintiendo su cuerpo estremecerse.

—Primero buscaré a mis padres, los pondré a salvo. Luego iremos al otro mundo en busca de Alaria. No te apartes de mí. Te protegeré.

Caminamos con cautela por las calles, escondiéndonos en las sombras para evitar ser detectadas. No quise abrir un portal directo a mi casa; no quería atraer la atención.

Cuando llegamos, la puerta estaba rota y el interior era un caos. Llamé a mis padres desesperadamente, pero solo el silencio me respondió. Al subir a mi habitación, vi una luz flotante, tenue, pulsante, que llenaba la estancia con un brillo frío. La toqué con cuidado y una voz surgió desde su interior:

—Llegas tarde, hechicera. Tenemos a lo que más amas: tus padres.

Me giré hacia Reb, mi pecho oprimido por la culpa.

—¿Cómo pude marcharme antes de asegurarlos? —murmuré, sintiendo que el aire me faltaba.

Tomé la mano de Reb con fuerza y abrí un portal al otro mundo. Allí, en el bosque donde nos conocimos, estaba Alaria esperándome. A su lado, varias figuras encapuchadas permanecían en silencio, emanando una energía intensa.

—Lis, he reunido a todos los Guardianes para ayudarte. Vamos a buscar a los elfos —dijo Alaria con determinación.

Mientras nos preparábamos para partir, sabía que el tiempo corría en nuestra contra. Las sombras avanzaban y no habría segundas oportunidades si fallábamos.



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En el texto hay: fantasia, magia, misterio

Editado: 17.12.2024

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