La tetera silbaba en la cocina mientras el maduro hombre de cuarenta años terminaba de cortar el pan, bajó el fuego en la estufa y siguió armando su emparedado. Esta tarea le tomaba dos minutos y medio, el tiempo justo para que el té disminuyera a la temperatura exacta en la que lo tomaba todas las mañana junto con unos pequeños pero deliciosos bizcochos. El emparedado era solo el tentempié para medio día, empacado en uno perfecto cuadrado de plástico para alimentos de una dimensión exacta de veinticinco centímetros cuadrados, a su experiencia las medidas precisas para un fácil empacado y posterior apertura. Después de disfrutar de su té, el ultimo sobre de té Da-Hong Pao que le quedaba, leía las noticias, cosa que le tomaba unos bien merecidos cinco minutos. A continuación emprendió rumbo al cuarto de baño, si tenia un lugar preferido en su casa ese era su baño. Totalmente reluciente y pulcro esta parte de la casa contaba con la mejor iluminación a cualquier hora del día, las lámparas eran enormes y estratégicamente colocadas para que ningún rincón de dicha estancia se cubriera de alguna diminuta sombra donde se escondiera siquiera algún pequeño bicho, roedor o mota de polvo.
Su cuerpo desnudo se vio reflejado en el enorme espejo que cubría la pared norte del baño, un espejo enorme de aproximadamente cuatro metros de alto y siete de ancho de una sola pieza, las pequeñas deformidades o distorsiones que se divisaban al conforman un espejo mas grande a partir de trozos mas pequeños no le permitían tener una imagen clara de cada rincón de su cuerpo, así que la enorme cifra que le había costado dicha pieza siempre se le antojó justa. Se acercó a la pared contraria al espejo y de uno de los tantos gabinetes anclado en el muro sacó dos cepillos de dientes, uno rojo y uno azul, al de color azul le puso crema dental y procedió a lavarse los dientes, después de tres minutos en la tarea, múltiples enjuagues y repeticiones del proceso, guardó de nuevo dicho cepillo en el gabinete. El segundo de estos utensilios lo sumergió dentro un pequeño baso con alcohol que tenia sobre el lavamanos y procedió a cepillar bajo las uñas de sus dedos, removiendo así cualquier rastro de mugre, piel, o bacteria que se alojaran allí, dio cinco cepilladas fuertes y profundas en cada dedo de sus manos y luego procedió a repetir el proceso esta vez con los dedos de sus pies.
Llegando al final de su ritual de limpieza, se miró de nuevo en el enorme espejo buscando indicios de algún bello incipiente en cualquier rincón de su cuerpo, no lo encontró, el día anterior había realizado un afeitado minucioso de todo su bello corporal (exceptuando solo sus cejas por motivos estéticos), pero aun así no le fastidiaba confirmar.
Habiendo empleado ocho minutos en el cuarto de baño se dirigió a su habitación para vestirse. Su elegante y formal traje estaba hecho a la medida, el saco y el pantalón estaban perfectamente almidonados para que su cuerpo se deslizara cómodamente entre ellos, ahorrándole alguna molestia o perdida de tiempo por alguna esporádica e improbable riña entre los diferentes materiales textiles de sus prendas al vestirse. Una vez terminados los dos minutos y medio que tomaba el colocarse su ropa, fue en busca de su maletín que siempre estaba en la sala justo sobre la mesa de en medio. Una vez abierto pudo ver que el celular de trabajo destellaba allí dentro iluminando con una luz azulada los demás implementos de trabajo que allí se guardaban. La pantalla confirmaba dos cosas: la primera que había un mensaje del cliente del día confirmando que aceptaba su tarifa por el servicio que solicitaba, y la segunda que eran exactamente las ocho y media de la mañana, todos sus tiempos fueron correctos, como siempre.
Una vez un cliente le enviaba un mensaje aceptando sus condiciones para realizar el trabajo el tiempo de servicio comenzaba a correr, a veces un cliente demoraba cinco, diez, pocas veces quince minutos en depositar el dinero en su cuenta, le irritaba perder tiempo, pero no era su tiempo era el de su empleador, aun así le molestaba un poco. Pasaron tres minutos con cuarenta y dos segundos, un nuevo mensaje, esta vez de su banco, le informaba del deposito de dinero en su cuenta, todo estaba listo para realizar la tarea asignada.
Metió de nuevo el teléfono en el maletín, volvió a la cocina por el emparedado ya empacado y listo y después lo cerró y tomándolo por la manija salió de su casa rumbo a cumplir un contrato.
Una vez que cerró la puerta de la lujosa casa se dirigió a la calle frente a ella, allí, en un precioso auto negro, perfectamente polarizado y discreto, se encontraba su confiable conductor. Además de dedicarse a conducir el auto que lo llevara a donde necesitara, el conductor era un apersona sumamente puntual, lo que le confería un extra. Su horario de trabajo siempre comenzaba a las 8 am por ende el conductor siempre debía estar listo y frente a su casa a esa hora, ni un minuto mas tarde, la cantidad de dinero que pagaba era considerable y debían cumplirse los horarios a cabalidad.
Una vez en el auto el conductor le saludó amablemente y quedó atento a ser informado del lugar a donde se dirigirían, el hombre le comunicó la dirección en el centro de la ciudad e inmediatamente el motor ya en marcha dedico todas sus capacidades para llevar a sus pasajeros al destino programado. Mientras recorrían las calles de la ciudad el hombre siempre gustaba de escuchar una melodía poderosa que le imprimía energía y concentración para la tarea a realizar, los altavoces retumbaban fuertemente con las trompetas apocalípticas de la cabalgata de las valkirias, le hacia sentir que se acercaba a una confrontación con los mismísimos dioses o a una encrucijada apoteósica en contra de un coloso.
Una vez el automóvil se deslizó hábilmente por las calles y callejones de la ciudad en busca del camino más rápido hacia el lugar acordado, se estacionó en la entrada del hotel más lujoso y reconocido de la ciudad, el lugar propicio para el encuentro que le atañía en ese día. El portero del hotel, con su uniforme de celador, elegante y sublime con sus cintas doradas y guantes blancos; le abrió la puerta y el hombre salió del auto dejando atrás esta vez a la trepidante O Fortune en pleno coro apocalíptico, la cual enmudeció en el segundo en que la puerta del auto se cerró de nuevo.
Editado: 12.03.2020