Living A Lie

Capítulo 6: Una pizca de valentía

Después de acompañarme hasta mi trabajo, Kun se va al suyo, no sin antes recordarme que tenga cuidado. Al entrar a la tienda, me despido del trabajador anterior y comienzo mi jornada. Organizo los estantes de comida y pongo en la canasta aquellos que están apunto de caducar, agradecidezco internamente que no hubiera mucho que ordenar y limpiar.

Me siento aliviada de haber tenido tiempo para pasar por casa y cambiarme de ropa; no me imagino trabajando con el uniforme en medio del frío de la noche.

Una vez que termino de organizar, me dirijo a la caja registradora. Como no hay clientes, aprovecho para hacer la tarea de matemáticas y química que tengo para mañana.

El sonido de la campanita me saca de mis pensamientos. Me pongo de pie y hago una reverencia a la señora que acaba de entrar. Ella me devuelve el saludo y sigue con su búsqueda. La espero pacientemente mientras selecciona lo que va a comprar. Una vez en la caja, le informo:

—Son 15,97 wones —digo, y ella me entrega el dinero. Al devolverle el cambio, le sonrío—. Que tenga buena noche y vuelva pronto.

La señora me devuelve la sonrisa como agradecimiento y se marcha.

Con el paso del tiempo, más clientes entran a la tienda, la mayoría adolescentes. Me esfuerzo por cobrar rápido para evitar que se quejen por la espera.

Odio la impaciencia de la gente, especialmente cuando me culpan a mí por la demora, pero son pequeñas cosas que uno debe soportar cuando su trabajo se basa en atender a segundos.

Suspiro y mantengo mi fachada de joven agradable, solo para evitar problemas. Cuando el reloj marca las 10:30 p.m., casi quiero saltar de alegría: mi turno ha terminado. Me quito el delantal y se lo entrego a mi compañero, quien acaba de llegar. Me despido y salgo de la tienda.

Después de caminar unos diez minutos, estoy a punto de entrar en el barrio donde vivo. Veo un billete en el suelo y, como no hay nadie cerca, lo piso y me agacho para recogerlo.

Son cinco mil wones. Sonrío, pensando que tal vez hoy es mi día de suerte, y sigo mi camino, pero me detengo bruscamente al escuchar un fuerte grito a mi derecha. Al mirar, veo a un hombre sujetando a una mujer por el cabello y golpeándola repetidamente contra la pared.

"No es mi problema, mejor me voy", me digo, sintiéndome algo egoísta y junto a eso, un sentimiento de culpa llega ¿y si por no ayudarla mañana aparece muerta? ¿y si por ayudarle las dos terminamos bajo tierra? También tengo una familia que cuidar y necesito estar viva para ellos.

Sigo repitiéndome lo mismo una y otra vez, no soy ningún tipo de héroe y en el futuro no quiero ser policía o algo parecido, pero el sentimiento de culpa me sigue invadiendo y todo empeora al escucharla gritar que su bebé la espera en casa.

Dejó de lado todo pensamiento razonable y decidió actuar. Tomó un palo de madera que encuentro cerca de un contenedor de basura y me acerco sigilosamente a ellos. Cuando estoy lo suficientemente cerca, le doy un fuerte golpe al hombre en la espalda. Él suelta a la chica y cae al suelo. Aprovecho el momento para tomar a la mujer, que parece débil, de la muñeca y comienzo a correr, buscando un lugar para escondernos. “Esto es una locura” pienso.

Finalmente, llegamos a un edificio en construcción y nos escondemos dentro.

—¿Está usted bien? —le pregunto. Ella asiente, aunque tiembla, probablemente por el frío, ya que lleva una minifalda y una camisa ajustada. Me quito la chaqueta y se la entregó. Sé que puedo soportar un poco el frío, pues llevo un suéter de algodón de manga larga color rojo y un jean negro.

Pasado un rato, al no ver rastro del hombre, me levanto y le digo que me espere mientras reviso que no haya nadie cerca. Al asegurarme de que todo está despejado, vuelvo con ella y luego salimos. Por cortesía, la acompañaré a su casa.

—Guíeme a dónde vive, la acompañaré —le digo.

—No tienes que hacerlo —responde, y yo suspiro.

—No es una pregunta —respondo, y comenzamos a caminar.

Llegamos a su casa, que por suerte está a solo dos cuadras de la mía. Antes de entrar, me entrega mi abrigo, y al asegurarme de que ha entrado, emprendo el camino a casa.

No hablamos mucho, y no quise preguntar nada sobre su situación, porque no es algo que me concierne. Solo la ayudé para que su hijo no se quedará sin madre. Me sorprende no haberme puesto nerviosa ni haber tenido un ataque de pánico.

Sonrío, satisfecha por haber hecho algo bueno, y decido no contarle nada a mis padres ni a mi hermano. Sé que me reprenderían por haberme arriesgado, ya que desde pequeña me han enseñado que la seguridad propia va primero y que la de los demás debe importarnos poco. En parte, tienen razón, pero simplemente no quería cargar con esto en mi conciencia.




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