El elevador cumple su misión al transportarme hasta el piso en donde me debes esperar. Cierro mis ojos e inhalo, pues cada vez que me hallo aquí recuerdo tus palabras, tus detalles y ocurrencias.
Por fin se abren las puertas; y deseo que lo hagan en cámara lenta, pues ansío grabar en cada una de mis neuronas la escena que voy a presenciar:
Zapatillas blancas con bordes negros, es lo primero que puedo mirar. Levanto, de forma lenta la mirada y un pantalón vaquero de color azul se adueña de mi visión. Transcurridos pocos segundos, la blusa que te vi usar hace dos años cubre tu cuerpo, pero ésta vez noto que el tiempo se ha encargado de pulir tu forma de mujer. Tu cabello se abre paso en mi mirar y tu sonrisa llega mientras te acercas, con pasos seguros hacia mí.
Intento salir del elevador y las puertas de éste golpean mis hombros. Ríes. Me acerco a ti llevando en mis manos un paquete. Estoy nervioso pues no supe encontrar el obsequio perfecto para ésta fecha tan especial.
Te miro a los ojos, tal como lo hice la primera vez, en aquel lugar en el que el frio me invitó a querer estar entre tus brazos.
-No me mires así- dices mientras me tomas de las manos, igual que lo hiciste cuando me dijiste tu nombre, aquella tarde en que me sentía indefenso en una tierra lejana.
Me acerco y me doy cuenta que tus labios se encuentran a tan solo cinco centímetros de los míos, o tal vez menos. Tus manos se deslizan por mi abdomen. Sonríes. Tu cuerpo se eriza al sentir mis manos rozar tus mejillas. Tus labios están cada vez más cerca. Puedo sentir tu respiración. Tus ojos se cierran y los míos hacen lo mismo, llevándome a un viaje, en el cual recuerdo aquel amanecer, en el que tu regazo era mi protección, en que mis caricias eran lo único que te importaban, y en la misma en que espontáneamente me dijiste, mientras mis labios se adueñaban de tu piel y tus caricias de mi espalda: te quiero.
El crepúsculo llegará en dos horas. Suspiras al ver mi reacción cuando dejas que mis labios rosen los tuyos.
-Quiero ver llegar el anochecer a tu lado- comentas mientras deposito, sin decir palabra alguna, en tus manos mi obsequio.
- ¿Y esto qué es?
- Mi corazón se escapó hace una semana, y en su búsqueda me encontré con el universo, el mismo que me motivó a hacer algo para ti. Ábrelo.
- Eres muy tierno Leo. Vamos a la terraza. Quiero estar ahí esta tarde, contigo, y estando entre tus brazos ansío recibir la noche.
Como si alguien estuviese siguiéndonos corremos a la azotea, sorteando nuestra suerte pues las luces de los pasillos están apagadas. Es divertido correr por las gradas y no usar el elevador pues una mezcla de adrenalina y emoción hacen que, a medida que subimos, ambos logremos sentir que el universo se ha encargado de que llegue éste cuatro de junio.
Das saltos de felicidad y abres el paquete dejando caer su envoltura. El halito de la noche mece tu cabello en dirección norte y en varias ocasiones hacia el oeste. Miras el obsequio mientras caminas, tal vez preguntándote por qué he decidido hacer esto por ti - La respuesta es porque hace dos años me enamoré - Te detienes. Llego a hasta ti. Te abrazo con ternura y soy testigo que lees esto, que escribí pensando que: si es de ser, éste cuatro de junio será como lo he soñado en más de una ocasión.
Suceda o no, tan solo quiero decir que tú eres el centro de mi corazón.
El elevador cumple su misión al transportarme hasta el piso en donde me debes esperar. Cierro mis ojos e inhalo, pues cada vez que me hallo aquí recuerdo tus palabras, tus detalles y ocurrencias.
Por fin se abren las puertas; y deseo que lo hagan en cámara lenta, pues ansío grabar en cada una de mis neuronas la escena que voy a presenciar:
Zapatillas blancas con bordes negros, es lo primero que puedo mirar. Levanto, de forma lenta la mirada y un pantalón vaquero de color azul se adueña de mi visión. Transcurridos pocos segundos, la blusa que te vi usar hace dos años cubre tu cuerpo, pero ésta vez noto que el tiempo se ha encargado de pulir tu forma de mujer. Tu cabello se abre paso en mi mirar y tu sonrisa llega mientras te acercas, con pasos seguros hacia mí.
Intento salir del elevador y las puertas de éste golpean mis hombros. Ríes. Me acerco a ti llevando en mis manos un paquete. Estoy nervioso pues no supe encontrar el obsequio perfecto para ésta fecha tan especial.
- ¡Hola Leo! te estaba esperando… por un instante pensé que no ibas a llegar- mencionas.
Te miro a los ojos, tal como lo hice la primera vez i, en aquel lugar en el que el frio me invitó a querer estar entre tus brazos.
-No me mires así- dices mientras me tomas de las manos, igual que lo hiciste cuando me dijiste tu nombre, aquella tarde en que me sentía indefenso en una tierra lejana.
Me acerco y me doy cuenta que tus labios se encuentran a tan solo cinco centímetros de los míos, o tal vez menos. Tus manos se deslizan por mi abdomen. Sonríes. Tu cuerpo se eriza al sentir mis manos rozar tus mejillas. Tus labios están cada vez más cerca. Puedo sentir tu respiración. Tus ojos se cierran y los míos hacen lo mismo, llevándome a un viaje, en el cual recuerdo aquel amanecer, en el que tu regazo era mi protección, en que mis caricias eran lo único que te importaban, y en la misma en que espontáneamente me dijiste, mientras mis labios se adueñaban de tu piel y tus caricias de mi espalda: te quiero.