Fue un domingo, en que me disponía a terminar la tarea de Matemática, mi hermano hablaba por teléfono con su novia, Aracely, a quien, hasta ese día, yo no conocía. Mi padre llegó a casa y tomó el periódico, lo leía mientras mi hermano hablaba por teléfono caminando en dirección a la ventana de la sala. Al ver a un amigo de mi padre caminar por la acera que se encuentra frente a la casa, decidió invitarlo a pasar. Cuando entró a la sala lo saludé y mi padre le preguntó por su guitarra. Dijo que iba al mercado y por tal motivo la guitarra se quedó en casa, esperándolo para preparar el almuerzo. Su comentario, como siempre, causó alegría en casa.
Tiempo atrás compré una guitarra, se suponía que aprendería a entonarla, pero sinceramente había olvidado que la poseía. Ingresé a mi habitación, y dije: “¡vaya, por fin vas a ser usada!”
Las primeras notas musicales que ésta emitió, fueron las canciones que mi padre disfrutaba cantar. El tiempo pasó y música en vivo me acompañaba en mis tareas del colegio.
Mi hermano corrió a la sala para cantar con mi padre. Su estrategia era ensayar para dedicarle una canción a su novia; lo hizo, pero mi padre le llamó la atención mencionando que en su época se cantaba mirando a los ojos de la mujer amada, mas no por medio de un celular.
Mi hermano les invitó a ir a casa de Aracely, ese mismo día. Mi padre, que en sus tiempos de ocio cantaba, accedió, y su amigo lo hizo con mayor gusto.
Tal vez era el destino, que en el instante en que mi hermano me pidió que lo acompañe, yo había concluido la tarea.
El viaje duró no más de treinta minutos, y en el trayecto se armó el repertorio. Mi padre ensayó las canciones y me pidió que yo sea quien cante haciendo la segunda voz, me fascinó la idea puesto que no había cantado desde hace mucho tiempo.
Al llegar, fuimos recibidos por sus primos, los mismos que nos guiaron hasta la sala, en donde se hallaba el resto de la familia de Aracely.
Por alguna razón regresé a la camioneta, así que me perdí la presentación que de seguro hizo mi hermano. Retorné a la sala cuando se entonaba la primera canción. Eché un vistazo buscando a la famosa novia de mi hermano, la reconocí, ya que con antelación él me había mostrado fotografías en las que estaban juntos.
Ella sonreía y se sentía nerviosa, debía estarlo, pues su novio llegó de improviso dispuesto a manifestar sus sentimientos.
La segunda canción empezó a sonar, y fue en ese momento en que mi vida dejó de ser la misma, pues a menos de dos metros de Aracely se encontraba una chica cuya mirada se había clavado en mí.
Solicitaron una canción llamada “EL Aguacate”, mi padre accedió. Ella cantaba también.
Mi padre y mi hermano intervenían a cada instante, recitando pequeños versos; hasta que llegó el momento en que la homenajeada habló.
Noté nervosismo en su hablar, pero poco a poco sus palabras se tornaban seguras. Lo que más me agradó de su discurso, bastante escueto, fue que manifestó su gratitud para con nuestra familia.
Yo aprovechaba los momentos en que la chica que se hallaba a poca distancia de Aracely miraba hacia otro lado, para así observarla.
El plan consistía en cantar seis canciones y luego de una breve charla regresar a casa, pero si algo he aprendido es que no debemos planear para momentos como éste pues si lo hacemos limitamos nuestra capacidad de explayarnos cuando nos sentimos felices.
-Abro los ojos y veo como el cielo parece ser una sábana que empieza en el infinito y muere, por alguna razón, en el mismo sitio, y continuo mi narración al universo.