Llama de Incertidumbre

Capítulo 2

Un laberinto de mentiras

esperando ser iluminado.

Ethan

3 de enero del 2000

Estaba en la pequeña sala de investigaciones que improvisé en la oficina del periódico escolar. Tenía papeles por todos lados y una pizarra con fotos de todos los sospechosos. Los hilos verdes eran para los que tenían una coartada confirmada, y los rojos, para los que no.

—Madisson, estoy cerca —dije con un tono áspero.

—Ethan, basta ya. Llevas tres meses intentando descubrir quién la asesinó —respondió desesperada mientras caminaba por la sala.

—Lo sé, Madisson. Ya no es momento de arrepentirme; estoy muy cerca de la verdad —le dije, más calmado.

—Ethan, entiende. Zoé se suicidó. Deja de buscar un culpable —espetó con dureza.

—No, ella no haría eso, no me haría esto —susurré más para mí que para ella.

—Lo hizo, Ethan. Te dejó y es hora de que lo aceptes.

En el fondo, sabía que tenía razón, pero no quería aceptar que ella había decidido dejarme. No podía entender por qué lo había hecho; siempre tenía ese brillo en la mirada que era capaz de sacarme una sonrisa en mis días más tristes.

—Madisson, asesinaron a mi mejor amiga. Si pasara lo mismo con Jonathan, me entenderías.

—Ethan, hablo en serio. Tienes que dejarla ir.

No le importaba Zoé, quería cuidarse a sí mismo. Nunca confié en él, una parte de mí creía que le quedaba algo de humanidad. Por más cariño que le tengas a alguien, puedes echarlo a perder por nada, una simple discusión.

23 de enero de 2000

—¿Cómo podría saberlo si todo apuntaba en la dirección opuesta? —dije tratando de entenderlo.

¿Por qué lo había hecho? ¿Cómo podía ser capaz de matar al amor de su vida? Estaba en el mismo lugar que al principio; sabía que él lo había hecho, pero no tenía pruebas. Sentí una mirada clavarse en mi espalda.

—El crimen perfecto no existe… ¿Cómo le llamarías a esto, Ethan? —pronunció, en tono irónico, con una sonrisa en los labios.

—Tienen que saber la verdad, me encargaré de eso —amenacé, sin estar seguro de en qué me estaba metiendo.

—No tienes nada, ni una sola prueba. Y no la tendrás, Ethan. Fue un “crimen perfecto”. Acéptalo, te gané —sus ojos azules se oscurecieron, y sentí un escalofrío recorrerme todo el cuerpo.

—No cantes victoria antes de tiempo, Jonathan. Cuando caigas, estaré ahí para decirte que al final la verdad siempre sale a la luz —trataba de convencerme de mis propias palabras.

—¡Te estoy esperando! —se alejó dejándome metido en mis pensamientos.

Esa sensación de impotencia era insoportable. Saber que el asesino de Zoé estaba libre y no poder hacer nada para impedirlo… En el fondo, sabía que había sido él, pero no quería aceptarlo, no podía aceptar que primero la separara de mí y luego le quitara la vida.

Necesitaba aclarar mis pensamientos. Tenía razón; Zoé no se había suicidado. Pero algo seguía sin encajar del todo. Faltaba algo. Jonathan no podía haber hecho todo esto solo; tenía un cómplice… ¿quién?

24 de enero de 2000

Quería respuestas. Necesitaba encontrarle un sentido a todo esto, dejar de perder el tiempo y empezar a actuar. Tenía que asegurarme de que Jonathan no volviera a matar a nadie más. Entré en su oficina; la puerta estaba abierta. Con los enemigos que tenía, debía ser cuidadoso. Una discusión acalorada me sacó de mis pensamientos; no logré ver con quién discutía.

—¿Por qué me haces esto, Jonathan?

—¿Hacerte qué?

—Usarme y desecharme así, como si nada.

—Yo no te usé; tú quisiste meterte en esto. Me rogaste que te dejara matarlo, y mira… terminaste matando a Zoé.

Cuando las voces cesaron, escuché pasos dirigirse hacia la puerta trasera; un portazo retumbó en toda la sala. Esperé hasta que Jonathan salió a la terraza para hacer acto de presencia.

—La persona de la que menos se lo esperaría la mató… ¿por celos? —pregunté, intentando sonar seguro.

—No fue por celos —su tono era tan calmado que me estremecí.

—¿Entonces por qué lo hiciste? —Levanté la mirada y la detuve en sus ojos.

—Cuando una flor se marchita, no te la quedas, la desechas. Ella era una rosa de un color intenso, bonita… pero no eterna —su voz sonaba fría.

—¿Tan fácil fue dejarla ir para ti? ¿Después de todo? —Lo miré, con una expresión de dolor, esperando que no pronunciara esas palabras.

—No puedes dejar ir lo que nunca quisiste —dijo con cinismo.

—¡Eres un cínico! —grité, desesperado.

El silencio inundó la terraza. Estaba observando el pequeño pueblo, donde todo había empezado y donde estaba a punto de terminar. Sumido en mis pensamientos, de pronto sentí una presión en la sien; giré la cabeza y vi a Jonathan oprimiendo un arma contra mí, con un dedo en el gatillo, esperando el momento perfecto para disparar.




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