Arderé,
mis cenizas caerán,
y renaceré como el Fénix.
Jonathan
16 de febrero de 2000
Amenaza tras amenaza, siempre buscando cómo dejarme fuera. Jamás ha estado cerca y no lo estará, pero persiste. No se da por vencida, y tampoco sale de mi mente. Siempre es ella, siempre ha sido ella.
Me está quebrando la cabeza. No la soporto. No, no soporto… No puedo aceptar que, desde que la conocí, se volvió... Es la única capaz de dañarme. Tantos pensamientos, fantasías, deseos, anhelos… pero nunca nada real.
Sin siquiera tocarme, logró hacer que todo mi cuerpo le perteneciera. Su mirada me hipnotizó desde la primera vez que la vi: sus ojos verdes, el cabello castaño oscuro que le llega hasta los hombros, sus labios carnosos, color carmesí. Era radiante.
Cité a Emily en mi oficina. No pensé que viniera después de lo que había pasado hace unos días.
—Emily, por favor, toma asiento —dije con tono amenazador.
—¿Para qué me citaste? Dejaste las cosas claras la otra noche —dijo fríamente, algo inusual en ella. Empezaba a cambiar, a mostrarse más amenazante, segura.
—Lo sé todo —dije en tono tranquilo.
—Jonathan, vine porque quería dejarte en claro que tú conoces mi debilidad, yo también conozco la tuya. Así que basta ya de amenazas que jamás cumplirás. No tienes las agallas para matarme. Porque, como yo, tú también te enamoraste. La única diferencia es que yo sí soy capaz de matarte —dijo amenazante, dejando caer su cabello por los hombros.
—Sé lo que hiciste esa noche —pronuncié, intentando mantener la calma. Me acababa de amenazar, no podía pensar en otra cosa.
—¡Solo seguí tu puto plan! —dijo en un grito desesperado.
—Mientes —dije, pasándome una mano por el pelo.
—¡No es mi culpa que cometieras un error! —gritó, dirigiéndose a la terraza.
—¡Yo no cometo errores! —grité mientras me dirigía hacia ella.
—Para todo hay una primera vez, Jonathan —dijo con cinismo.
—¡No se te ocurra decirlo!
—¿Decir qué? ¿La verdad?
—Cállate —jadeé, acorralándola contra el barandal.
—Cállame —dijo desafiante.
La luz de luna nos iluminaba. Terminé con la distancia que nos separaba. Observé sus ojos verdes oscurecer, y posé mis labios en los suyos, besándola dulcemente. Pero un pensamiento me invadió: “¿Desde cuándo dejas que tus sentimientos te dominen?”
No, yo no dejaba que me dominaran. ¿Acaso me estaba enamorando? Era eso o jamás pararía. Separé nuestros labios. Sentí su respiración agitada, sus labios entreabiertos. Nuestra respiración se acompasó.
—Yo jamás me podría enamorar de ti —susurré, intentando convencerme de mis palabras. Entré a mi oficina, dejándola sola.
Había vuelto. Smith estaba de regreso y, esta vez, no se iría. Basta de debilidades. Me arriesgaría. Acabaría con ella, costara lo que costara. Quería desafiarme. No le daría una presa fácil, no tendría ni la más mínima oportunidad de acabar conmigo.
17 de febrero del 2000
A partir de ahora, trabajaría solo. Ya no podía confiar en nadie. Tenía que ser mucho más cuidadoso: sin errores, sin cómplices. Mataría a cualquiera que se interpusiera en mi camino. Jamás descubrirán la verdad.
Me dirigí hacia la oficina de Ethan. Necesitaba respuestas y las conseguiría. Acabaría con todo lo que me relacionaba a Zoé. Yo era la perfección humana, era lo que todos querían ser y lo que más temían tener.
—Nos volvemos a ver —dije amenazante.
—Sabes perfectamente que no te conviene estar aquí, Jonathan —pronunció, llevándose el vaso de whisky a los labios.
—¿Por qué lo hiciste? —dije tranquilamente.
—Sé más específico —dijo, posando sus ojos en los míos.
—¿Por qué la incriminaste?
—Solo dije la verdad. Ella la mató.
—Acéptalo, Ethan. Se suicidó.
—Lo hiciste parecer un suicidio.
—Eres inteligente y teórico, ¿sabes? Eso me agrada de ti. Pero dejas que tus emociones te dominen. Actúas por impulso, y eso solo causa problemas. Haríamos un equipo increíble, Ethan. Piénsalo —dije calmado y salí de su oficina.
Veía el potencial en él, siempre lo había tenido. Solamente necesitaba autocontrol, aprender a dejar de ser tan transparente. Tenía todo para ser imparable. Sus ojos reflejaban oscuridad, aunque dentro de ella se escondía el dolor.
A diferencia de mí, él mataba desde el dolor. Aunque podía disfrutar hacerlo, ese no era su principal motivo. En cambio, el mío era ese: disfrutar.
18 de febrero de 2000
No sabía qué pensar, cómo actuar. Todo era confuso. Nunca me sentí así. Era extraño. Sentía un impulso… matar. Quería hacerlo, necesitaba hacerlo. Buscaba una solución a esto. Buscaba olvidar.
Sabía el riesgo que corría desde el principio. Calculé todas las posibilidades. Cualquier error estaba previsto. Querían un asesinato, les daría uno inolvidable.