Siempre existen verdades
que se quedan inconclusas
y nos dejan desangrándonos
hasta morir.
Ethan
25 de febrero de 2000
El silencio cargaba el aire, el miedo corrompería a cualquiera, era un nombre lo que saldría de su boca, y no había razón par temer, no quedaba nadie que me importara.
––Nahomi…
El apellido fue remplazado por el sonido de mi corazón al romperse en mil pedazos. Jonathan no se movió.
Menos de un minuto después de que se revelara esa verdad Jonathan se encontraba bajo mi agarre, mi fuerza era desmedida.
Rozaba la vida y abrazaba la muerte, el aire corría lentamente por sus pulmones y con cada segundo que pasaba respiraba con mayor dificultad.
Mis brazos le rodeaban el cuello, y mi mente reproducía en bucle la dulce melodía de mis palabras.
Juntos para siempre, por siempre.
Poco a poco fui bajando la presión que ejercían mis brazos en el cuello de Jonathan, por mis mejillas empezaron a correr lágrimas.
Lagrimas de quien se culpo por la muerte de su hermana durante años, de quien acepto que no podía hacer nada para salvarla, de quien se resigno a pensar que no fue su culpa.
El golpe me llego demasiado rápido como para haberlo notado antes, Nahomi, murió por mi culpa y esta vez era verdad.
Una regla no escrita, Jonathan confeso que mato a mi hermana, y no solo por que quisiera hacerlo, era un intercambio, de verdades.
––Lo ignoramos por que aceptar que está ahí nos pone en peligro, representa las verdades más escalofriantes que existen, su nombre resuena por la calles, aunque nadie que haya visto su rostro vive para contarlo, Zexthra –– hice una pausa, por que pronunciar si nombre me producía escalofríos –– la versión oficial y la que todos conocen es que mi madre murió de Cáncer, la verdad es que Zexthra… estuvo ahí desde el comienzo y hasta que la mato, frente a mí, me obligo a ver como lo hacía, y al final se fue, sin siquiera haber hablado.
Jonathan
27 de febrero de 2000
Al volver, observé el papel en blanco que había dejado en el escritorio antes de ver a Ethan. Tomé la pluma, la sumergí en el tintero e intenté escribir. Solté la pluma después de un rato y aparté la idea de escribirle una carta.
Siempre lograba lo que me proponía, y esta no sería la excepción. Estaba decidido y nada lo cambiaría.
Me levanté de la silla mientras me pasaba una mano por el pelo. Sentía desesperación, frustración. Decidí ir a Roubaix Lake para despejarme. Era irónico ir al lugar donde todo comenzó… y acabó. Al llegar, una brisa fría me azotó, revolviendo mi cabello.
Fijé mi vista en el lago y sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo al recordar su cuerpo sin vida unos kilómetros más al fondo del bosque. La luna brillaba y el silencio reinaba.
Unas horas después regresé a mi oficina, decidido. Comencé a escribir, trazando de forma tenue las palabras. Firmé con mis iniciales, J.S., coloqué el sello, guardé la carta en el cajón de mi escritorio y esperé el momento para entregarla.
28 de febrero de 2000
Le daría otro final a la historia. Terminaría lo que comenzó hace unos meses, no como me hubiera gustado, le pondría fin a todo.
Antes necesitaba entregar la carta antes de que fuera demasiado tarde.
Terminé las clases y esperé en el pasillo hasta que llegó. La tomé del brazo y la llevé a un salón vacío. La solté, miré sus ojos y dije:
—¿Una última aventura juntos? —pregunté con una sonrisa en los labios.
—Jonathan, pidiendo un favor —respondió, irónica.
—Sabes bien que no te necesito, Emily —dije, dándome la vuelta.
—Que vinieras a buscarme dice lo contrario —noté en su voz una pizca de esperanza, como si quisiera que la necesitara.
—Me gustan las contradicciones —respondí, dándole la espalda.
—Jamás me necesitaste. Solo querías un juego, un último juego —sus palabras me dejaron congelado por un instante. Recuperé la compostura al instante.
—Debo admitir que fuiste un desafío complicado —dije, volviéndome hacia ella, para mirarla a los ojos.
—Te daré un último juego, Jonathan, y no pienso perder —respondió, seria.
Me aleje de ella, dando por hecho que yo había ganado el juego que todavía no comenzaba.
Entregué la carta sin levantar sospechas. Eso detonaría todo. Solo había que esperar. Me dirigí a la terraza. El sol empezaba a ocultarse y el atardecer, teñido de rosas y morados. Me quedé contemplándolo hasta que oscureció por completo.
No pensaba en nada. Mi mente estaba en blanco. Solo observaba al pueblo que me había visto crecer y que también me vería jugar una última vez.
Las luces iluminaban Deadwood, un pueblo tranquilo, hasta esa noche donde todo había cambiado. Hasta ella.