Llama de Incertidumbre

Capítulo 10

Un verdadero antagonista

no confía en nadie.

Ethan

25 de febrero de 2000

Tenía el presentimiento de que todo esto estaba por terminar, y no de una forma satisfactoria. Uno de los dos perdería todo; no podíamos salir ilesos. Y, así fuera lo último que hiciera, Jonathan no ganaría. No, esta vez.

Llevaba un rato sumergido en mis pensamientos cuando escuché pasos a mi espalda. Sus visitas cada vez eran más frecuentes. No le asustaba el peligro; le gustaba arriesgarse, eso era lo que terminaría hundiéndolo.

Jonathan llegó a mi oficina, esperaba una nueva discusión o algo que pudiera darme las pistas suficientes para acabar con él. Hablamos un rato de lo mismo de siempre; Jonathan estaba descubriendo mi verdadero yo.

Me había confesado lo que planeaba: matar a Emily. Incluso me pidió que lo ayudara. Sus palabras resonaban en mí: "Matarla. ¿Aceptas?" había dicho.

Tardé unos minutos en contestar. Estaba tratando de asimilar lo que Jonathan había dicho.

Quería sangre, pero él no se mancharía las manos. Jamás lo hacía. Otra manera de confirmar que era un cobarde que no se atrevía a matar porque algo dentro de él se lo impedía.

Iba por la vida como si fuera el malo, cuando solo es uno más que juega a serlo: intimidando, amenazando, al final nunca hacía nada. Solo palabras, y más palabras, sin acciones que las respalden.

Terminé aceptando, pero no se saldría con la suya; no me usaría a mí también.

26 de febrero del 2000

Se sentía como un día cualquiera, a pesar de no serlo. Cumplía 20, pero no tenía ánimos de celebrar.

Solo podía pensar en el factor sorpresa.
Quedé de verme con Emily en una cafetería. Le había dicho que necesitaba hablar con ella. Teníamos que planear cómo contraatacar a Jonathan sin que lo sospechara.

—¿Por qué la urgencia, Ethan? —preguntó, sentándose enfrente de mí.

—Es Jonathan —dije con cautela.

—Todo se ha tratado de él desde un principio. Tendrás que ser más específico —respondió con un deje de hartazgo.

—Quiere matarte —dije, dejándome de rodeos.

—Son solo amenazas. Dejé de tenerle miedo hace un tiempo —afirmó, demasiado segura.

—Se le da bien lo de amenazar, pero tú más que nadie sabes que no mataría a nadie si no fuera su última opción. Él no te matará. Lo haré yo —dije, esperando su reacción.

—Por más que quieras matarme, no lo harás, porque hacerlo implicaría que Jonathan gane, y no puedes permitirlo —respondió desafiante.

—¿Lista para una última mentira? —pregunté.

No necesité respuesta alguna para saber que estaba de mi lado. Nos quedamos un rato más, planeando el engaño perfecto.

28 de febrero de 2000

No había mejor regalo de cumpleaños que la satisfacción de terminar con esto. Faltaban horas para que todo acabara.

Llegué al lugar donde habían encontrado a Zoé. Teníamos que engañarlo. Tenía que creer que estaba de su lado, que lo ayudaría.

Lo vi llegar y observar. Él tenía que estar frente a ella para que todo saliera bien.

—Si tú no estás cuando ella llegue, va a saber que es una trampa —dije, deteniéndome a unos pasos de él.

—No es estúpida. Ya lo sabe —respondió con dureza.

—Tenemos que cuidar el factor sorpresa. Sabe que tú estarás aquí, pero no sabe de mí. Aprovechemos eso —dije sereno.

—A mi señal disparas. No antes, no después —ordenó.

Había caído. Lo tenía justo donde lo quería. Nada tenía por qué salir mal. Ese era el fin de Jonathan. Confió, bajó la guardia, y lo aprovecharía.

No volvería a perder la oportunidad.
Minutos después llegó Emily. Solo faltaba que hiciera su parte. Jonathan me dio la señal al poco tiempo y accioné el gatillo.

La bala impactó en su pecho.

Con un solo disparo, todo terminó. Las sirenas sonaban. Mi vista se nublaba. Escuchaba voces, pero no lograba descifrar de quiénes eran. Todo a mi alrededor pasaba en cámara lenta.

Sentí el impacto de la bala en mi pierna. Tardé en asimilar lo que estaba pasando: me habían disparado. Intenté levantarme, pero caí. Solté un grito ahogado; el dolor era insoportable.

La bala atravesó mi pierna, dejando un charco de sangre. A lo lejos alcancé a divisar el cuerpo inmóvil de a quien le había disparado. Logré arrastrarme unos centímetros dejando un camino de sangre.

Cada movimiento era como una tortura. Mi respiración estaba entrecortada, el dolor y la desesperación me inundaron.

Observé la figura de mi atacante dirigirse hacia mí. Era una sombra amenazante. Busqué mi arma, pero mis manos temblaban. “No, esto no acabaría así”, me repetía una y otra vez.

Se agachó para estar a mi altura. Presionó su mano contra mi herida, arrancándome un grito de dolor.

Llevaba una sonrisa fría en el rostro. Logré escuchar lo que había dicho, pero no pude pronunciar palabra alguna.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.