El brillo de sus ojos se apagó lentamente,
y el oxígeno dejó de llenar sus pulmones.
Jonathan
31 de octubre de 1999
Era difícil dejar de pensar en ella; aunque lograra sacarla de mis pensamientos, la adrenalina corría por mis venas, una satisfacción que no podría describir.
Un segundo bastaba para una dosis de adrenalina pura y efímera, que no duraría, pero valdría la pena. Todo hasta ahora ha valido la pena, hasta el más mínimo detalle.
Era sencillo descifrar cómo había empezado, pero no podía entender en qué momento llegamos a tanto, cuándo la vida empezó a estar en juego.
22 de octubre de 1999
—Te amo —susurró con dulzura.
Estaba viviendo un sueño del que no quería despertar; temía que acabara rápido o mal. Sabía lo que mis mentiras harían, pero esperaba alargarlo lo más que pudiera.
Dos palabras hacían que mi corazón dejara de latir, que me preguntara si estaba listo para dar el siguiente paso, para corresponder el sentimiento que en ella crecía.
Intenté responder, pero mi boca apenas se movió. No tuve que dar explicaciones, ella entendió y me besó con intensidad.
Un beso que empezó con la intención de sustituir emociones que no existían en mí.
La impotencia me llenó más con cada beso que nos dábamos; no quería corresponderle, no quería arruinarlo por estar enamorado, pero tampoco podía dejarla ir.
—Te amo —no podía procesar lo que mi boca acababa de decirle.
Mentiras, lo destrozaban todo; lo hacen maravilloso por un tiempo, pero cuando ves detrás de ellas, el caos se desata.
¿La amaba? O era otra de mis mentiras, dos palabras que salían con tanta facilidad.
Un “te quiero” reflejaba cariño, relevancia y final. Amar… amar es dejar de ser tú para hacer feliz a alguien más, dar todo de ti sin importar dejarte atrás en el camino, arriesgar todo por una persona sin encontrar ni buscar un final.
23 de octubre de 1999
El cambio no se da de un día para otro; perder la llama que antes encendía una relación no era algo que se apagara fácil. Solo había una forma de hacerlo rápido, pues no puedes apagar algo que no existe, solo dejar ver la verdad.
Toda una red de mentiras que duró bastante; su duración fue lo mismo que ocasionó su horrible final, donde no quedan más que verdades incompletas, que no logran descifrar.
Verdades dolorosas, que desde el principio estuvieron ahí, esperando ser vistas, pidiendo a gritos que las escucharan.
¿Cuántas emociones se pueden vivir en tres meses?, ¿cuánto se puede sentir para llegar a la necesidad de matar?
Sentí la presencia de alguien a mi espalda; solo una persona podía entrar a mi oficina sin que me enterara: Zoé.
—Nunca estamos listos para la muerte —dije con frialdad.
—¿Por qué me haces eso?
—Existen dos tipos de personas cuando se trata de morir: quien acepta su destino y solo espera cuándo llegará el final, y quien se rehúsa a morir e intenta hacer todo lo posible para vivir, aunque sea una hora más —me di la vuelta y la miré a los ojos.
—Jonathan, ¿pasó algo? —dijo con precaución.
Dejé que el silencio nos inundara y terminé lo que acababa de empezar.
—¿Qué tipo de persona eres tú, Zoé? —apunté el arma a su cabeza.
31 de octubre de 1999
Una bodega fría y oscura donde podía pasar todo y nada; un instante fugaz que terminaría con una vida.
No estaba atada, ni siquiera tenía la puerta cerrada, y aun así se quedó, permaneció ahí. Pudo irse, pudo gritar, y en lugar de eso se quedó.
—¿Irónico, no lo crees? —susurré.
—¿Qué más quieres de mí, Jonathan? —gritó angustiada.
—No lo sé —pronuncié con tranquilidad.
—Déjame ir —suplicó.
—No hay nada que te ate a este lugar, Zoé. Ni siquiera cerré la maldita puerta. ¿Por qué sigues aquí? —grité y clavé la mirada en ella, en sus ojos color miel, mientras sollozaba—. Vete, pero si te quedas tan solo un segundo más, no sé si podré evitar terminar con nosotros dos —dije mientras bajaba el arma.
—¿Por qué haces esto? —gritó, mientras se acercaba a la puerta.
—Si no te mato yo, alguien más lo hará. ¿Lo sabes, ¿verdad? —dije acercándome un poco más a ella—. Siempre has sido una mujer frágil, ¿sabes? Eso es lo más atractivo a la hora de matar: la satisfacción que te da saber que rompiste a alguien sin el más mínimo esfuerzo —pronuncié con cinismo.
Un shock de adrenalina recorrió mi cuerpo y entonces disparé. Sabía lo que estaba poniendo en juego, y no me importó. Disparé.
Smith: perfecto en toda la expresión de la palabra; era imposible que cometiera un error.
Nadie sabe lo bien que se siente matar si nunca lo ha experimentado, y yo acababa de descubrirlo, sin saber el error que cometí.