—Entonces es buena idea que invierta en el negocio de mi cuñado.
—Revisé los números e investigué a fondo. Es un negocio sólido que puede generar excelentes ganancias. Tu cuñado es buen hombre de negocio y está limpio. Aun así, si no confías por completo en él, podemos agregar alguna cláusula en el contrato que te permita salir sin perder dinero o en caso de pérdida recibir una compensación económica. Es tu decisión.
—¿Qué harías en mi lugar?
Me inclino hacia atrás y me encojo de hombros.
—Honestamente, agregaría la cláusula. Yo soy partícipe que está bien ayudar a la familia, pero negocios son negocios y no me gusta mezclar las cosas. Más vale prevenir que lamentar.
—Opino igual que tú. Sin embargo, no quiero conflictos con mi cuñado o mi hermana diciendo que no confío en ellos.
—Si a él no piensa igual que tú y se enoja o se ofende, entonces deberías reconsiderar las cosas. Si él no puede separar las cosas, deberías decidir si prefieres arriesgarte con el negocio y tener problemas con él y tu hermana u olvidarte del negocio para evitar dichos problemas. Él asiente.
—Me encanta que seas honesto. Concuerdo contigo, así que hablaré con él y te avisaré.
—Si él acepta seguir con el negocio, haz que el abogado redacte el contrato y me lo envías para revisión y ultimamos detalles.
—Perfecto. Gracias, Jake. Avísame cuando andes por Nueva York así tomamos algo.
—Seguro, Paul. Saludos a tu esposa y a los niños.
Finalizo la videollamada y exhalo un suspiro. Me duele la cabeza. Las reuniones online son más intensas que las presenciales. Y hoy estuvieron llenas de esas. Desde consultas tontas hasta complicadas.
Mia aparece a mi lado y apoya una taza sobre mi escritorio.
—Pensé que te vendría bien una taza de té. Has bebido bastante café.
Hago una mueca rara.
—No me gusta el té, pero gracias—envío la información al correo de asistente—. Te envié la información de mi reciente reunión. Enviará un contrato y necesito que me avises apenas llegue, aunque de seguro lo envíe a mi correo personal, no siempre lo reviso.
—No te preocupes, Jake, así será.
—Gracias, Mia—me levanto—. Terminamos por hoy, así que puedes irte si tu trabajo está hecho.
—Mi horario termina en media hora y prefiero cumplirlo. Soy muy quisquillosa con eso.
—Sí, como quieras—me dirijo a mi casa—. Cuando termines, puedes irte. Avísame para cerrar. Gracias por todo.
Abro la puerta de mi casa y entro en esta sintiendo un fuerte dolor de cabeza. Hoy no fue un día estresante, pero estuve demasiado tiempo frente al ordenador y mi vista está agotada.
Me preparo un sándwich y tomo asiento para comerlo cuando el golpe de la puerta de la oficina me distrae, suspiro y camino hasta allá.
Mia me brinda una sonrisa y me avisa que se va, así que la acompaño para cerrar la puerta.
—Te dejé un frasco de aspirinas en mi escritorio. Sé que te duele la cabeza y no sabía si tienes.
Miro su escritorio.
—¿Cómo…?
—Escuché sin querer que te quejabas de dolor de cabeza y cuando salí por el almuerzo pasé por la farmacia.
—Eso es muy atento de tu parte. No era necesario.
—No fue nada. Soy tu asistente y me gusta ser útil—abre la puerta—. Hasta mañana.
Cierro la puerta apenas se va, agarro el frasco de pastillas y regreso a mi casa. Mia ha sido muy eficiente y me gusta que sea detallista. Es importante en una asistente para que haga bien el trabajo y me ahorre dolores de cabeza. Espero siga siendo así.
Me como una parte del sándwich, tomo las pastillas y luego le abro la puerta a Gideon que está acompañado de Regina.
—¡Tío, Jake!
—¿Molestamos?
—Para nada. Me dolía la cabeza, pero se me pasó con las pastillas. ¿Qué hacen aquí?
—Decidí pasar a ver si estás vivo porque no he sabido de ti en varios días. Fui a buscar a Regina de su colonia de verano.
—Me la pasé de fabu. Jugamos en el agua y yo soy una buena nadadora. Comimos… Papi, necesito ir al baño.
Gideon me mira.
—Pasa, Regina, está al lado de la cocina. —señalo el lugar.
—¿Necesitas ayuda? —pregunta Gideon.
—No, papi, soy niña grande. Yo puedo sola.
Ella camina con seguridad y yo sonrío. Mi amigo está loco por su hija, solo hay que ver como la mira. Todo un padre orgulloso y me parece increíble cuando apenas hace unos años hablábamos de la suerte que teníamos de no tener hijos. Él va por el segundo.
—Tienes una hija fantástica. —tomamos asiento.
—Lo sé. Menos mal que tiene más cualidades de la madre que mía.
—Cuando se planta o se enoja, deja claro que tiene tu carácter.
Reímos.
—Eres un mal amigo. Me enteré de que te acuestas con mi cuñada. Nika me lo dijo.