Llamado de bruja

Respuesta

Yo iba a morir. 

La figura del hombre se evaporó entre la densa neblina. Pese a que la penumbra de la noche me impedía ver con claridad, estaba segura de que hacía tan solo unos segundos el hombre había estado a mi lado. Podía sentir su respiración en mi cuello. Sin embargo, antes de que pudiese ser verdaderamente consiente de que lo había seguido hasta el exterior de mi casa, desapareció. 

El viento helado me golpeó en la cara, temblé. Algo me había tomado de la mano, habíamos recorrido el sendero de piedra que me alejaba del hogar por quién sabía cuánto tiempo. Y ahora estaba sola en medio de la nada. Desorientada, traté de reconocer mi entorno, pero ahí no había nada más que césped y algunos árboles jóvenes que marcaban el inicio del bosque. El pensamiento cruzó por mi mente otra vez, haciéndome estremecer: Yo iba a morir. 

—Jesucristo—murmuré.—Ayúdame.

La luna ya se alzaba por completo sobre mi cabeza, se veía tan sola como yo, sin ninguna estrella que la rodeara. Avancé un par de pasos en la dirección que creí era la correcta para regresar a casa, pero mis piernas temblaban con tanta fuerza que tuve que detenerme. La oscuridad me devoraría y yo no podría hacer nada para evitarlo. 

—Dios mío, ayúdame.

Las palabras salieron de mi boca con naturalidad, aunque el enorme vacío en mi pecho me daba la sensación de que nada podría salvarme.

—Aquí estás sola. 

A modo de una cruel broma del universo, el sonido de una voz gruesa rompió con el silencio del lugar. Me tensé. La niebla comenzó a disiparse tan de repente que me pareció un suceso antinatural, parecía estar abriendo un camino para la silueta oscura que se acercaba a mí. La persona era alta, vestía una andrajosa túnica de color negro y una capucha cubría su rostro, lo único que podía ver de él era una mano blanquecina y huesuda que escapaba de las mangas deshechas de su ropa. Retrocedí por instinto, mis sentidos ordenaban que me alejara de ese hombre. No, un hombre no, una criatura. Aquel cuerpo esquelético no podía pertenecer a una persona. 

 —Atrás—ordené, pero mi voz no fue más que un susurro sin fuerzas. 

Una risa burlona salió de la boca de la criatura, no retrocedió. Yo iba a morir. 

—¡Atrás, demonio!—grité haciendo uso de mi escasa valentía, que se esfumó en cuanto oí al ser soltar una carcajada—. Te lo ordeno en el nombre de Dios. 

No podía huir de la oscuridad. 

La criatura acortó la poca distancia que nos separaba en un rápido movimiento. Sentí su respiración helada junto a mi cuello otra vez, la mano cadavérica posarse sobre mi cuello con una delicadeza impropia de un demonio. La piel de su palma, callosa y agrietada, resultaba sorprendentemente humana.

—¿Quién supones que soy?—preguntó, su voz ronca tenía un dejo de diversión. 

La oscuridad ya estaba aquí. 

Permanecí en silencio, incapaz de pronunciar palabras. Su mano soltó mi hombro, pero mi cuerpo no se relajó.

—¿Quién supones que soy?—repitió, esta vez despacio, como saboreando cada palabra. 

Me estremecí. La niebla había desaparecido por completo y ahora la luna parecía brillar con más fuerza, iluminando a la criatura encapuchada. Debajo de la capucha, dos puntos azules centellearon de repente. 

—El diablo—dije, con un hilo de voz. 

Se apartó de mi lado y se mantuvo en silencio, expectante. 

—Hijo de una bruja—agregué—. Y del demonio.

El ser pareció contener la respiración. Llevó sus manos hasta la raída capucha de su túnica y yo supe que no quería que se la quitase. Rodeado de oscuridad, el demonio era menos aterrador de que sabía sería su rostro, una cara deforme cubierta de llagas, con la boca todavía empapada de sangre de alguna criatura que hubiese devorado. Sin embargo, cuando la tela cayó sobre sus hombros, descubrí un semblante humano. Del todo humano. 

—Dios da fortaleza—dijo. 

Sus labios se movieron despacio, no estaban manchados de sangre. Sin la capa el hombre era mucho menos alto de lo que pensaba, apenas un poco más grande que yo. Su cara era delgada y en sus ojos azules rodeados por pronunciadas ojeras había un brillo de diversión que desentonaba con la lúgubre situación. Se pasó las manos huesudas por el cabello negro antes de dar un par de pasos hacia mí. 

—Ese es el significado de tu nombre, ¿no es verdad?—preguntó. 

Asentí. Mi nombre no podía protegerme más. La criatura era un ser humano, uno joven y espantosamente delgado, pero un ser humano. Todo en él parecía representar peligro, aún con ese aspecto frágil. 

—¿Qué quieres de mí?

El hijo de la bruja, la leyenda viva, no era hermoso como la luz de la luna.  Pese a su apariencia amenazante, había algo triste en él. Era el monstruo abandonado.

—¿Yo?—dijo, y parecía en verdad asombrado—. Tú fuiste quien me llamó.

El hombre extendió su mano hacia mí, pero al ver que yo no la tomaba volvió a dejarla caer. Con ese cuerpo delgadísimo, incluso alzar el brazo parecía suponerle un esfuerzo infinito. 

—Solo he venido a responder a tu llamado—continuó, como si fuera lo más obvio del mundo.

El diablo era mentiroso, yo no lo había llamado. Él era la oscuridad que iba a consumirme, me llevaría al bosque y devoraría mi carne junto con su sabbat, bebería de mi sangre como hizo con su madre muerta. Lo sabía, cada célula de mi cuerpo me invitaba a huir del hombre monstruo; sin embargo, me mantuve quieta. Algo irracional, muy en lo profundo de mi ser, quería quedarse. 

—Vamos—ofreció. 

—¿Te llamé?—me atrevía a preguntar. 

Asintió. Yo no podía recordarlo y él lo sabía, pero eso no evitó que volviera a extenderme la mano. La tomé, igual que había hecho cuando todavía estaba dentro de casa. Sus dedos esqueléticos se aferraron a los míos con firmeza y tiro de mí. 

El monstruo había venido a buscarme. Juntos, nos perdimos en la oscuridad de la noche.




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