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«Cancelar el contrato y regresar a Madrid cuanto antes». Esa era la determinación de Hania y con ese pensamiento entró a los establos.
—¿Kendra? —llamó, pero solo el silbido del viento le respondió.
Se movió con cautela por el lugar lleno de heno y con olor a cuero. De repente, una figura que la hizo temblar de pies a cabeza emergió de entre las sombras. El corazón de Hania se detuvo un instante al reconocerlo.
—Kendra no está aquí, pero yo sí —dijo Alaric, con su voz grave resonando entre las paredes de madera.
Hania casi chilla de la impresión. No esperaba encontrarse con él, no lo deseaba, por eso envió a la niñera a que le dijera a Kendra que necesitaba hablar con ella, para no tener que encontrarse con su ex.
El aire en los establos se volvió pesado.
—¿Qué haces aquí? —logró preguntar, su voz temblaba a pesar de sus intentos por mantener la compostura. Y su corazón latía desbocado, como un animal enjaulado buscando desesperadamente una salida.
Alaric avanzó lentamente hacia ella, con una mirada que mezclaba curiosidad y enfado. Había algo diferente en él, una intensidad que Hania no había visto en los años que vivieron juntos, una oscuridad que la hizo estremecer.
—Me dijeron que querías hablar, así que vine. Me parece que hay algunas cosas que debemos aclarar, Hania.
Su tono era implacable, muestra de una sentencia que no admitía objeciones. Cada fibra de su ser le gritaba que huyera de él, pero sus piernas se negaron a obedecer.
—Yo... esperaba hablar con Kendra, no contigo —intentó explicarse, sin poder evitar que su voz temblara de nuevo.
Alaric esbozó una sonrisa irónica, pero sus ojos seguían serios.
—¿Y de qué querías hablar con mi prometida? Es conmigo con quién tienes que hablar, no con ella.
Hania dio un paso atrás, intentando encontrar una salida para escapar de la tormenta que sabía que estaba por desatarse con el italiano.
—Nosotros no tenemos nada de qué hablar —se giró con la intención de escapar, pero Alaric fue más rápido. Se plantó frente a ella, bloqueando su salida, su mirada encendida con una intensidad que la hizo temblar.
—¡Claro que sí! —exclamó, sujetándola por los hombros con firmeza—. Tienes mucho que decirme. ¿Por qué estás aquí? ¿Qué pretendes al venir a cantar en mi boda? ¿Qué ibas a decirle a Kendra?
—Me estás haciendo daño, suéltame... —susurró Hania, sintiendo cómo la presión en sus hombros aumentaba.
—No hasta que me respondas. ¿Qué es lo que pretendes al aparecerte aquí? —su voz era un gruñido cargado de rabia y confusión.
Hania respiró hondo y lo miró directamente a los ojos.
—No pretendo nada. ¡Suéltame de una vez! —le golpeó en el pecho con ambas manos, más como un impulso de liberación que como un ataque. Aunque el golpe no fue fuerte, la determinación en su gesto hizo que Alaric tomara consciencia de lo fuerte que la estaba sujetando—. Alaric... —su nombre salió en un susurro, y la familiaridad en su tono lo desarmó momentáneamente. Sintió un escalofrío recorrer su espalda y, casi por instinto, la soltó y retrocedió un paso.
—Dime ya, ¿qué ibas a decirle a Kendra? —insistió, tratando de recuperar el control de la situación, pero su tono había perdido parte de la agresividad.
—Eso no te concierne en lo más mínimo.
El ceño de Alaric se frunció y el silencio que siguió fue tenso, como una cuerda estirada a punto de romperse. Ambos se miraron fijamente, los ojos de Alaric penetrantes y llenos de preguntas sin respuesta, mientras que Hania trataba de mantener una expresión dura.
Fue Alaric quien rompió el silencio primero.
—Si lo que pretendes es arruinar mi boda trayendo a esa niña hasta aquí para manipularme, haciendo que llame padre a ese fulano en mi cara, te advierto que no te va a funcionar. No me interesa en lo más mínimo.
Hania sintió un nudo formarse en su estómago, pero se obligó a mantener la calma. No podía permitir que la angustia la dominara, no frente a él. Con una respiración profunda, recuperó el control de sí misma, decidida a no dejarse quebrar.
—No sabes lo que dices. ¿Realmente crees que usaría a mi hija para algo tan bajo?
—Si fuiste capaz de prostituirte mientras me jurabas amor, no veo por qué no harías esto también.
—¡No te atrevas a repetir esa maldita mentira! —gritó Hania, sintiendo cómo aquella vieja herida se abría nuevamente en su corazón. Las lágrimas se acumularon en sus ojos, pero se negó a dejar que cayeran—. Nunca me acosté con nadie más cuando estaba contigo. Siempre te fui fiel.
Alaric dejó escapar una risa amarga, dirigiendo la mirada hacia el cielo, sorprendido por el cinismo de su ex.
—Ya pasó mucho tiempo, Hania. ¿Por qué no dejas de mentir y aceptas lo que hiciste?
—¡Porque no es verdad! —exclamó, su voz estaba llena de furia y desesperación—. Todo fue un engaño y tú te lo creíste sin más. Ni siquiera te molestaste en investigar, solo me condenaste. —Se llevó una mano al pecho, tratando de contener la rabia que le quemaba por dentro—. No sé por qué sigo esforzándome en explicártelo. Algún día descubrirás la verdad por ti mismo. Y cuando lo hagas, lamentarás haberme acusado de algo que nunca hice y haber renegado de tu propia hija.
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Editado: 22.11.2024