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Hania salió del despacho sintiendo el peso de la situación sobre sus hombros. No soportó un segundo más allí, así que se fue sin esperar a que Kendra le llevara el paraguas que le había ofrecido para que pudiera cruzar hacia el chalet. ¿Qué podía ser un poco de lluvia comparado con la tormenta que llevaba por dentro?
Al salir de la casa, se detuvo un momento, abrumada por la intensidad de los truenos que azotaban el cielo como látigos. Esa tormenta no iba a pasar pronto, y eso la frustró porque era otro impedimento para abandonar el rancho.
Finalmente, descendió la escalinata, tratando de protegerse de la lluvia con sus brazos aunque no sirviera de mucho. En ese momento, deseaba más que nada poder olvidarse de sus problemas y reunirse cuanto antes con su pequeña para abrazarla.
Comenzó a correr por el patio con cuidado, pero de repente, algo inesperado la hizo detenerse en seco.
Un helicóptero descendió de los cielos, el estruendo de las aspas y el viento generado por el aterrizaje puso en alerta a todos en el rancho.
—¿Qué es ese alboroto? —inquirió Alaric, saliendo de la ducha.
Kendra lo estaba esperando para hablarle de Hania, pero los ruidos de afuera cambiaron sus planes.
—¿Acaso es lo que estoy pensando? —musitó Alaric, acercándose a mirar por la ventana.
Hania estaba empapada y cubierta de lodo, maldiciendo al tipo que tuvo la brillante idea de aterrizar en un lugar como ese. La pobre tuvo que lanzarse a un lado para que no la aplastara, pero en cambio terminó cayendo sobre un charco.
—¡Maldita sea! —gritó, intentando levantarse, pero sus manos resbalaban en el barro.
«Es que no podía tener peor suerte»
Un hombre de alta estatura y cuerpo repleto de musculos, descendió del helicoptero rápidamente, dirigiéndose hacia ella. Hania, enfurecida, intentó enfocar su vista a través de la lluvia, pero apenas logró distinguir una figura borrosa. Sin embargo, la voz del hombre, grave y fuerte, resonó por encima del estruendo de la tormenta.
—¿Estás bien? ¡No te muevas, déjame ayudarte! —dijo, acercándose con la mano extendida.
La furia de Hania se encendió aún más y todo en lo que pudo pensar era que la imprudencia de aquel desconocido pudo haberla matado.
—¡Aléjate de mí! —espetó, rechazando su mano y empujándolo con toda su fuerza—. ¡Están locos, casi me matan!
—Lamento que pasara esto, pero también fue tu culpa. ¡Tú eres la loca que estaba corriendo en este aguacero! —replicó y eso hizo que Hania se molestara más.
—¿Ahora intentarás culparme a mí? ¡Tú has sido el irresponsable. No puedes salir de la nada y menos en un maldito helicoptero. Pudiste matarme! —gritó, y esta vez logró ponerse de pie.
—Pero es que...
—¡Idiota! —lo insultó de nuevo y trató de alejarse, pero sintió un pinchazo en el tobillo.
El extraño la sujetó de la cintura para que no resbalara.
—Déjame ayudarte.
—No necesito de tu ayuda, solo apártate —lo empujó de nuevo y sin darle oportunidad de replicar, Hania salió corriendo hacia el chalet, dejando al hombre atrás, atónito y empapado, en medio del lodo y la lluvia.
Ryan se encontró a Hania a unos metros del chalet, él salió disparado al ver lo que ocurría.
—¡Señora!
—Estoy bien —lo calmó, apoyando su peso en un solo pie.
—Permítame, por favor —la cargó en brazos y la llevó al chalet.
Maya se encontraba ya bañada y sentada en el comedor, disfrutando de un pequeño refrigerio cuando escucharon al helicoptero. Ahora estaba parada frente a la ventana junto a la niñera. Al ver que Ryan se acercaba con su mami en brazos fue corriendo a abrirles la puerta.
—Cariño, espera —le dijo Eva yendo detrás de ella.
La tomó de la mano y la apartó de la puerta para que pudieran entrar.
—¡Mamma!
—¿Pero qué le pasó, señora? —exclamó la niñera al verla cubierta de lodo.
—No es nada, solo resbalé —las calmó—. Ryan ya puedes bajarme.
El guardaespaldas acató la orden.
—¿Está segura de que está bien? —le preguntó con preocupación.
Hania asintió.
—Señora, ya tengo todo listo para irnos —le informó la niñera con suavidad, mientras Ryan la observaba en silencio. En cuanto Eva le comentó el repentino cambio de planes, se desconcertó mucho.
—Hoy nos quedaremos aquí —dijo resignada—. Con esta tormenta no podemos ir a ninguna parte.
Maya, con su inocencia, levantó la mirada hacia su madre, preocupada por algo que no alcanzaba a comprender del todo.
—¿Por qué tenemos que irnos, mami? ¿Es por que me escapé dos veces? —preguntó.
Hania sonrió con tristeza y negó suavemente.
—No, amor. No es por eso. Mamá tiene algunos problemas, y por eso es posible que tengamos que irnos.
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Editado: 21.11.2024