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Hania recorría los alrededores, con el corazón latiendo desbocado. Cada rincón del rancho parecía un laberinto interminable, y no encontraba ni una señal de su pequeña.
Momentos antes fue a buscar a Kendra con la esperanza de que su pequeña estuviera con ellos, pero la empleada la recibió y le dijo que todos seguían dormidos, descartando aquella posibilidad.
Su mente comenzaba a llenarse de los peores pensamientos, pero se negaba a permitir que el miedo la paralizara.
—¡Maya! —su voz se rompía con cada llamado. El eco de su grito resonaba en la distancia, pero no había respuesta.
El paisaje, todavía húmedo por la tormenta nocturna, brillaba bajo el sol de la mañana, y sus zapatos estaban empapados por el rocío, pero no le importaba.
Se detuvo un segundo para respirar, mirando alrededor con ojos desesperados, y en ese momento, vio a Ryan en la distancia, gesticulando algo con las manos. Corrió hacia él con todas sus fuerzas, esperando que tuviera buenas noticias.
—¡Señora! —gritó Ryan, acelerando el paso para encontrarse con ella—. Acabo de ver a Maya.
—¿Dónde? —exclamó angustiada.
—En unos potreros, no muy lejos de aquí.
—¿Pero por qué no fuiste por ella?
—Por favor, tranquilicese. Ella está bien, está con el prometido de la señorita Kendra.
—¿Qué? —Hania se quedó helada.
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***
Mientras caminaban de regreso, Alaric notó que Maya se mantenía muy cerca de él, con esa inocencia que solo los niños podían tener, sin miedo ni reservas. Su rostro lucía radiante, tenía un brillo especial en sus ojos azules. ¿De verdad montar en el pony la había hecho tan feliz?
Apartó la mirada haciendo una mueca de disgusto. Presenciar esas pequeñas muestras de felicidad le resultaban extrañamente reconfortantes, a pesar de que seguía reprendiéndose por haberse involucrado tanto.
—Es gracioso —dijo Maya de repente, recogiendo algunas rosas en el camino.
—Cuidado con las espinas. ¿Y por qué dices eso? —preguntó Alaric, curioso.
—Usted se llama igual que mi papá.
Las palabras de la niña lo golpearon de inmediato. Alaric sintió cómo el estómago se le encogía, y su corazón comenzó a latir con fuerza. Se detuvo en seco, casi instintivamente, y Maya lo imitó, mirándolo con curiosidad.
—¿De dónde sacas eso? —preguntó, intentando mantener la compostura, aunque el nerviosismo empezaba a filtrarse en su voz.
¿Acaso Hania le había hablado de él?
—Lo leí en el libro de cuentos de mi mami —respondió Maya con naturalidad, sin notar el impacto de sus palabras.
—¿Un libro de cuentos? —repitió él, confundido. ¿Qué libro sería ese?
—Shh —lo calló la pequeña, llevándose un dedito a los labios—. No lo diga tan fuerte. Mi mami no sabe que tengo su libro.
Alaric frunció un poco el ceño. No entendía a qué se refería exactamente Maya, pero pensó de pronto que ese libro podría ser interesante.
Un libro donde lo mencionaba a él...
¿Acaso podía ser un diario?
Ese diario...
—¡Ay, ay, ay! —exclamó Maya, brincando en un pie mientras frotaba su mano. Su rostro estaba contorsionado en una mueca de dolor y desesperación.
—¿Qué estás haciendo? Te he dicho que tengas cuidado—la reprendió Alaric.
El tono severo en su voz, junto con el pequeño corte en la mano, hizo que los ojitos de Maya se llenaran de lágrimas.
Alaric se sintió inmediatamente culpable.
—Tranquila, no es nada grave —dijo mientras sacaba su pañuelo para limpiar la sangre ¿Por qué salía tanta?
—¿Voy a morir? —sollozó Maya, mirando la sangre con pánico.
—No te preocupes, no vas a morir —intentó calmarla Alaric, tratando de mantener la calma. La situación le recordó a su hermana Stacy, quien también solía exagerar ante cualquier corte pequeño cuando tenía la misma edad de Maya.
—Pero duele mucho —lloriqueó Maya, mirándolo como si el mundo se estuviera acabando. Aunque era solo un pequeño corte causado por las espinas del rosal, la sangre brotaba con intensidad.
¿A quién le salía tanta sangre de un corte que no parecía ser tan grave?
—Solo necesitas una curita.
—Dile a mi mami que la quiero mucho, y a Ryan también. Y a mi periquito, y a mi hámster… ¡A todos! ¡Menos al cucalacho de mi pade bologico!
Las palabras de Maya dejaron a Alaric atónito. Su rostro se endureció y una expresión de ofensa cruzó sus facciones.
¿Cucaracha?
—Oye, no tienes que hablar de esa manera —dijo Alaric, intentando mantener la calma a pesar de la herida en su orgullo.
¿Esa era la opinión que tenía de su padre? ¿De él?
—Lo siento, lo siento —dijo Maya, notando la tensión en su voz.
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Editado: 21.11.2024