Llámame amor

8.

Capitulo 8

Elissa

El golpe en la mejilla me arde como fuego, pero no me sorprende. Viktor, con su cara roja de furia, me empuja hacia la salida del salón donde están todos. La gente murmura, escandalizada, pero nadie se atreve a intervenir.

—¡Eres una maldita irrespetuosa! ¡Fuera de aquí! —brama, señalando la puerta.

Hunter no tarda en reaccionar. Se abalanza sobre su tío, empujándolo con tanta fuerza que lo hace tambalearse. La sala entera contiene el aliento.

—No vuelvas a ponerle un dedo encima, Viktor, o te juro que te arrepentirás —gruñe con los puños cerrados.

Viktor se recompone, pero su mirada destila veneno. Hunter me toma de la mano y me saca de ahí sin esperar más. Afuera, el frío de la noche nos golpea, pero lo único que siento es la adrenalina aún corriendo por mis venas.

—No debiste hacer eso —le digo en un susurro.

—No iba a dejar que te tocaran —responde con la mandíbula apretada. Me observa con intensidad y, sin previo aviso, me envuelve en un abrazo. Uno firme, cálido, que hace que todo el dolor que llevo dentro se desmorone. Me aferro a él como si fuera mi único salvavidas.

Cuando llegamos a mi casa, ambos estamos agotados, pero el silencio entre nosotros no es incómodo. Nos sentamos en el sofá, sin fuerzas para hablar al principio. Después de un rato, Hunter toma mi mano, entrelazando nuestros dedos. No dice nada, pero su cercanía es un bálsamo para mi tormenta interna. Eventualmente, nos quedamos dormidos en el sofá, abrazados, como si aferrarnos el uno al otro fuera lo único que nos mantiene cuerdos.

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Benji

Emilia suspira mientras mira a Milan jugar con sus juguetes en el suelo de la sala. Nuestro pequeño ríe con inocencia, ajeno a la tensión que flota entre nosotros. Yo estoy sentado en el otro extremo del sofá, moviendo los dedos sobre mi rodilla.

—Aún recuerdo cuando teníamos su edad —ella dice de pronto, rompiendo el silencio.

la miro con curiosidad. —¿De qué hablas?

—Cuando éramos niños, solíamos hacer carreras en bicicleta por la calle de mi casa. Siempre decías que ganarías, pero nunca lo hacías —sonrío con nostalgia, aquellos si que eran tiempos maravillosos.

Emilia deja escapar una risa ligera. —Eso es mentira. Gané un par de veces.

—Tal vez te dejé ganar —respondo encogiéndome de hombros.

El recuerdo de nuestra infancia juntos suaviza un poco la barrera que nos separa. Emilia se inclina hacia Milan, acariciándole el cabello.

—¿Crees que podamos arreglar las cosas alguna vez? —pregunta en voz baja.

Me quedo callado un momento, observándola. Finalmente, susurro:

—Podríamos intentarlo.

Es un pequeño paso, pero es suficiente por ahora.

El silencio nos invade por unos minutos, mientras disfrutamos viendo a Milan jugar. Luego, Emilia se acerca lentamente a mi, le dije que mantuviera distancia pero no lo entiende, apoya su cabeza en mi hombro. Suspiró porque aunque le dije que me apartaría, mi cuerpo no reacciona. No me apartó. No hablamos, pero en ese instante, el peso del pasado y las heridas parecen menos intensas. Un recuerdo fugaz de cuando eramos niños y compartiamos confidencias en un viejo columpio me invaden la mente. La calidez de ese instante me recuerda lo que una vez fuimos y lo que aún podríamos ser.

Deslizo mis dedos por la mejilla de Emilia, haciéndola mirarme. Nuestros rostros están tan cerca que puedo sentir su aliento.

—Siempre te he amado, Emilia. Desde que éramos unos críos. Y aún no sé cómo dejar de hacerlo.

Emilia cierra los ojos un instante, y se lleva la mano al corazón como si estuviera sintiendo que se le aprieta en el pecho. Luego, se levanta y camina hasta el pequeño parlante de la sala. Busca entre las canciones y, cuando empieza a sonar Mr. Blue Sky, parpadeo sorprendido.

—¿Recuerdas esta canción? —pregunta Emilia con una sonrisa tímida.

Asiento mirándola con emoción. —Claro que sí. La canté para ti aquella vez.

Emilia extiende su mano. —Bailemos, como aquella vez.

Me dice y no dudo en tomar su mano, y juntos se dejamos llevar por la melodía. Nuestros cuerpos se mueven lentamente, como si estuvieran atrapados en su propio mundo. Cuando la canción llega al final, Emilia me mira con intensidad y se acerca para besarme. Dije que no más besos , pero este es diferente, es inocente, es un beso tierno, cargado de promesas no dichas.

Cuando se separan, ella susurra:

—Sé que me pediste espacio, pero cada vez que nos hemos distanciado, han pasado cosas malas. No voy a presionarte, Benji… pero tampoco voy a dejar que lo nuestro muera.

la observo, conmovido. En ese momento, Emilia vuelve a hablar: acabo de comprender que nuestro amor siempre ha sido como una estrella en medio de la tormenta, frágil pero inquebrantable, siempre guiándolos de vuelta el uno al otro.

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El día del sepelio

Elissa

El cementerio es gris y silencioso. Mimi descansa en su ataúd, y la brisa fría parece arrastrar consigo las últimas palabras no dichas. Entre la multitud, mis ojos se encuentran con Emilia y Benji. Ellos nos observan, dudando si acercarse o no.

Benji finalmente da el paso y se acerca a Hunter. Lo toma del brazo y lo lleva aparte, lejos del bullicio. Yo me quedo con Emilia, quien me observa con un aire de incomodidad.

Lamento tu pérdida —dice con sinceridad.

Asiento con los ojos humedecidos. Ambas nos miramos comprendiendo que hay algo más que debe decirse.

—Benji te ama —susurro de repente—. Siempre ha sido solo tú, Emilia. Y por mucho que haya intentado… nunca pude cambiar eso.

Emilia suspira —Lo sé.

Yo exhalo, como si decirlo dejara caer un peso. —Voy a apartarme. Definitivamente. No porque me lo pidas, sino porque lo amo demasiado para seguir interponiéndome.

Emilia me observa en silencio. Finalmente, murmura: —Gracias… por haber estado para él cuando yo lo alejé. Pero nunca voy a perdonarte que te acostaras con él.




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