Benji.
El universo tiene una forma cruel de jugar conmigo. De todas las personas que podrían estar en esta casa, tenía que ser Hunter Blackwell el que estuviera parado junto a mi abuelo, completamente ajeno a la conexión que existía entre nosotros. Y para colmo, mi abuelo ni siquiera sabía que Hunter y yo éramos rivales, ni que Emilia y yo no éramos realmente una pareja. Cada palabra de él, llena de optimismo sobre el futuro, me araña por dentro, como si no tuviera ni idea de lo que está en juego aquí.
Mi mirada se cruza con la de Hunter. Nos conocemos lo suficiente como para saber que el resentimiento no se olvida solo por compartir una mesa. La historia entre nosotros está marcada por algo más que simples diferencias. Es un rencor que ha crecido en silencio, alimentado por las decisiones equivocadas y por los giros del destino que nos han llevado a este punto, y mi estómago se retuerce al pensar que, en algún sentido, esto es parte de un plan del que no tenemos control.
—Espero que puedan trabajar juntos en el futuro —dijo el anciano con una sonrisa orgullosa, sin darse cuenta de la tensión entre nosotros—. Sería un honor ver a nuestras familias unidas después de tantos años de distanciamiento.
Una risa amarga se forma en mi garganta, pero me la trago. ¿Unirnos? ¿Juntos? Es lo último que quiero. Sin embargo, no puedo evitar pensar en lo que sería... tener que tolerar a Hunter Blackwell de nuevo. Lo que hemos sido, lo que éramos, no desaparece de un día para otro.
—No creo que eso sea posible —solté con frialdad, sin mirarlo.
—De hecho, tenemos un… historial complicado —añadió Hunter, cruzándose de brazos, su tono tan calculado como siempre.
La idea de trabajar juntos me repugna, pero la mirada de mi abuelo me hace sentir como si estuviera traicionando algo más que mis propios principios. ¿Cómo podría ayudar a alguien como Hunter después de todo lo que ha causado? Cada vez que lo veo, todo lo que quiero hacer es dar media vuelta y salir de la habitación. Pero el peso de las expectativas familiares pesa sobre mí.
Mi abuelo sigue hablando con un entusiasmo que me molesta profundamente. El destino parece habernos arrinconado en este lugar, y aunque quiero soltar algo sarcástico, me detengo al ver su expresión. Hay algo en él que parece inmune a la tensión que se está construyendo en la mesa.
—¿Sabían que Mimi y yo fuimos novios en nuestra juventud? —pregunta, mirando a Hunter con una sonrisa cómplice.
Mimi... La abuela de Hunter. Esa parte de la historia se me escapa por completo. No puedo evitar fruncir el ceño mientras me imagino a Hunter como un niño en los viñedos, jugando entre las mismas uvas que ahora parecen ser el centro de la disputa. Pero cuando miro a Hunter, su rostro refleja algo que no había anticipado: un atisbo de vulnerabilidad. Es como si, por un momento, esa historia compartida entre nuestros abuelos lo conectara con algo más humano, algo que me hace dudar sobre todo lo que he pensado de él hasta ahora.
La tensión no desaparece, pero hay algo más ahora, una capa nueva de historia, de la que nadie había hablado hasta ahora. Me siento atrapado en una telaraña de secretos que nos involucra a todos, y mi mente se llena de preguntas que no quiero responder.
—Sí, nos conocimos en aquellos años —continúa mi abuelo, sin notar la reacción de nadie—. Fue un amor intenso, pero como suele pasar, la vida nos llevó por caminos diferentes. Ella se fue con su familia a otro lugar, y yo me quedé aquí, concentrado en el negocio.
Hunter no dice nada, pero su silencio pesa más que cualquier palabra. Algo en su rostro ha cambiado, como si ese pedazo de historia familiar le perteneciera también, de alguna forma. No me atrevo a mirarlo, pero puedo sentirlo. El pasado de nuestras familias no es algo que se pueda simplemente ignorar, y ahora estamos obligados a compartirlo, sin importar las heridas que eso abra.
—Pero el destino, como siempre, tiene sus propios planes. Después de muchos años, nuestros caminos se cruzaron nuevamente. Ambos ya teníamos nuestras familias, pero fue en ese momento, cuando ya éramos adultos, que nos encontramos de nuevo en este lugar —dice mi abuelo, señalando alrededor de la casa, refiriéndose al proyecto que se convertiría en nuestro legado—. Mimi y yo comenzamos a trabajar juntos en los viñedos. Fue entonces cuando nació esta herencia que ahora todos compartimos.
La sensación de que todo está conectado me desarma. No puedo evitar pensar que, al igual que nuestros abuelos, estamos condenados a compartir un destino, aunque sea un destino que nunca pedimos. ¿Estamos tan atrapados en los pasos de ellos que no tenemos otra opción que seguir adelante, juntos?
Hunter y yo nos miramos, y por un breve segundo, algo se rompe entre nosotros. Es como si, en ese instante, pudiéramos ver lo que nos conecta, más allá de los errores y las batallas personales. El proyecto familiar, las tierras, los viñedos, ya no son solo una herencia, sino un lazo irrompible.
—Así que… —empiezo, mirando a Hunter— ¿eras el chico de las uvas? —le pregunto, intentando aligerar la carga con humor, pero la sonrisa que espero de él no llega. En su lugar, solo veo una sombra de lo que antes podría haber sido una burla ligera.
Hunter me lanza una mirada fulminante, pero no puede evitar sonreír, aunque sea de manera forzada.
—Parece que sí —responde con una mueca, y esa pequeña grieta en su fachada me hace preguntarme qué tan distinto sería todo si las circunstancias fueran otras.
Maya, aliviada por la pausa en la tensión, no puede evitar soltar una carcajada.
—¡¿El chico de las uvas?! ¡Eso suena como algo sacado de una novela romántica homosexual! —dice ella, haciendo un gesto dramático.
La risa se extiende entre los presentes, pero mi mente sigue atrapada en las palabras de mi abuelo. Todo lo que nos rodea está relacionado con decisiones que nunca tomamos. Las tierras, el negocio familiar, la herencia... todo nos ha sido legado sin pedirlo.
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Editado: 24.03.2025