Llámame amor

17.

Capitulo 17: La vida es una maestra, sino aprendes una leccion, te la vuelve a repetir.

Elissa

Había una extraña calma en el aire esa mañana. Habíamos regresado de valle de Napa temprano, porque yo acepté un turno extra en el trabajo. Hunter no estaba muy contento con eso, pero le dejé claro que no tenía derecho a meterte en mi vida, ni en mi trabajo. Mi jornada estaba por comenzar, pero algo me decía que hoy las cosas no serían normales. El timbre de mi puerta interrumpió mis pensamientos. Al abrirla, la imagen de Hunter me sorprendió. No esperaba verlo, mucho menos ahora, hace almenos 45 minutos que me había dejado aquí, y nos habíamos despedido.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, el sarcasmo brotando de mis labios. —¿No acabamos de despedirnos?

Él me miró, como si estuviera buscando las palabras correctas, pero su mirada me decía todo. No quería estar solo, lo sabía. Pero, ¿por qué buscarme a mí para aliviar su tristeza?

—No quiero estar solo... me siento triste. Triste por muchas cosas, pero especialmente por lo de Mimi —dijo, la pena marcando su tono.

Lo miré fijamente, con los ojos entrecerrados. Sabía que el dolor por la pérdida de Mimi era profundo para él, pero también era consciente de que se aferraba a cualquier persona cerca. Y yo no quería ser esa persona. No lo era.

—En la playa no parecías tan triste —le respondí, dejando que el sarcasmo aliviara un poco la tensión en mi pecho.

—Es porque estaba rodeado de todos —contestó, con una ligera sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Pensé que lo que más me irritaba no era su actitud hacia mí, sino la certeza de que buscaba consuelo en cualquier lugar, excepto en sí mismo. No era su terapia, ni la solución a sus problemas.

—Si quieres, adopta un perro —le dije, sin querer ser cruel, pero necesitaba poner distancia. —Yo no soy tu sustituta. Ni de Emilia ni de nadie.

Mis palabras fueron crueles y también estúpidas, porque tenía que hablar de Emilia, eso me hacía parecer celosa. Hunter me miró con algo de incredulidad, pero no podía dudar de su sinceridad.

—No seas celosa —dijo con una sonrisa ladeada. —En mi corazón, ahora solo estarás tú. Para siempre.

Me congelé ante sus palabras. Yo no quería creer en sus promesas vacías. No creía en palabras. Mis sentimientos estaban muertos, después de lo de Benji dije que no me interesaba nada que tuviera que ver con el amor, y aunque Hunter no se parecía al amor, yo estaba demasiado cansada para caer en sus juegos. Me limité a observarlo en silencio.

—No creo en palabras, Hunter, el amor no existe para mí y si existe para ti te aseguro que no soy yo.—respondí, con firmeza, aunque la inseguridad me roía por dentro. —Puedo ser amable, pero eso no significa que seas mi prioridad.

Puedo decirlo ahora con claridad, aunque no lo hice entonces: Hunter estaba buscando algo más de lo que yo estaba dispuesta a darle. Quizás no solo se trataba de consuelo, sino de que él necesitaba reemplazar algo, y yo no quería ser la sustituta de Emilia, no soy el repuesto.

—No puedes decirme si tú te pareces o no al Amor para mí, eso solo lo puedo saber yo. Además, solo te estoy pidiendo ayuda. Aún estoy herido y necesito una enfermera.— señala su hombro. Suspiró porque ayer cuando jugaba voleibol no le dolía nada. Pero no tengo tiempo para pelear.

—Si quieres quedarte, lo harás, pero bajo una condición: limpias todo el departamento a fondo —le dije, mi tono decidido.

Hunter sonrió, sin poder ocultar su emoción.

—Gracias, Elissa—respondió, y se acercó a mí, intentando besarme.

Lo detuve en seco, levantando la mano entre nosotros.

—Sin besos, por favor —dije, y salí a toda prisa para dirigirme al hospital.

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Emilia

El lunes finalmente llegó, y con él, la llegada de Milán. Mi corazón palpitaba de manera errática. Habían pasado demasiados días desde que lo vi, y la mezcla de emociones que sentía era abrumadora. El bebé que había dejado atrás al mudarme a California ya no era un niño, era un pequeño que había crecido sin mí. Y al verlo bajar del coche, la carga de los meses de ausencia se apoderó de mí.

Cuando Milán cruzó la puerta, corrí hacia él sin pensar. Lo abracé con toda mi alma, como si mi corazón necesitara volver a ser uno con él. Las lágrimas salieron sin que pudiera controlarlas, inundando mi rostro y mi alma. Fue una reacción tan visceral que ni siquiera me di cuenta de lo que estaba haciendo.

—Te extrañe tanto mi amor. Muchísimo —murmuré contra su cabello, aferrándome a él con fuerza.

Benji observó desde un rincón, confundido, pero no dijo nada. Sabía que algo pasaba, pero aún no podía identificarlo. Maya y Nathan, presentes también, intercambiaron miradas, pero no comentaron.

—¿Qué pasa, Emilia? —me preguntó Maya en un susurro, mientras yo no podía dejar de abrazar a Milán.

La tía Grace, en silencio, observó toda la escena desde la esquina, con una expresión que denotaba sospecha, pero no dijo nada. Sabía que algo extraño sucedía, pero no sabía exactamente qué.

Durante el almuerzo, el ambiente estaba tenso. La incomodidad era palpable, sobre todo en mí. Mis náuseas no ayudaban. Cada bocado que intentaba tragar me parecía más pesado, como si mi estómago se resistiera a aceptar lo que estaba ocurriendo en mi vida. El aroma de la comida, normalmente agradable, ahora me revolvía el estómago.

—¿No comes? —preguntó Benji con una ligera preocupación.

Tragué saliva y forcé una sonrisa.

—No tengo mucha hambre, eso es todo. Debe ser el cansancio del día de playa...

—¿Segura? —insistió Nathan. —Te ves... pálida.

Me removí en mi asiento, incómoda. Sabía que no podía seguir ignorando las señales. Necesitaba respuestas.

—Sí, segura. —Mentí. Pero la verdad estaba a punto de alcanzarme.




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