capitulo 20: Un mar de emociones.
Benji
No podía respirar.
El aire se quedó atorado en mi pecho, como si alguien me hubiera dado un puñetazo en el estómago. Emilia estaba ahí, parada frente a mí, con esa mirada esquiva, con los labios entreabiertos, con la respiración temblorosa. Y acababa de decirlo.
Estoy embarazada.
Un latigazo caliente me recorrió la columna. Sentí un estallido de adrenalina en mis venas, como si acabara de darme un chute de energía pura. Sin pensarlo, sin cuestionarlo, la rodeé con mis brazos y la apreté contra mí con toda la fuerza que tenía. Mi pecho subía y bajaba con violencia, mi corazón galopaba como un caballo desbocado. Me sentía eufórico, jodidamente eufórico.
—Dios… —murmuré contra su cabello, sintiendo su perfume dulce, sintiendo su calor—. Un bebé.
Pero entonces ella no me abrazó de vuelta. Se quedó rígida, inmóvil, con los puños cerrados contra mi pecho. Me alejé solo un poco y vi su expresión. Ceño fruncido. Ojos apagados.
—¿Cómo puedes estar tan feliz? —preguntó con un hilo de voz—. ¿Acaso no dudas ni un poco?
Algo dentro de mí se rompió en ese instante. Frío. La euforia explotó como vidrio contra el suelo. Me separé de golpe y la miré fijamente, sintiendo el ardor de la rabia encendiéndose en mi piel.
—¿Tengo que dudar? —Mi voz sonó cortante, más dura de lo que quería.
Emilia apretó los labios y desvió la mirada.
—Deberías. No seas tan confiado… —tragó saliva antes de mirarme de nuevo—. Sabes que estuve con Hunter.
—¡Emilia! —exclamó la tía Grace frente a nosotros como si acabara de decir una blasfemia.
Un zumbido me retumbó en la cabeza. Mi mandíbula se tensó tanto que sentí que los dientes iban a quebrarse.
—¿Y es de Hunter? —pregunté sin rodeos.
Ella negó con la cabeza.
—No. Tengo cinco meses.
—Entonces, ¿para qué coño haces que me ponga mala cabeza? —Mis manos temblaban, cerradas en puños.
Ella soltó un suspiro entrecortado.
—No quieres hacerte la prueba de paternidad, ¿verdad?
Mis músculos se pusieron rígidos.
—¡Joder, no! —espeté, dando un paso atrás—. Si tienes cinco meses, ¿para qué vamos a pasar por eso?
—Para estar seguros.
—¿Acaso me has engañado con alguien?
—¡No! —exclamó ella, herida—. ¡¿Cómo puedes pensar eso?!
Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió y Nathan y Maya entraron a la cocina.
—¿Qué sucede? —preguntó Nathan con el ceño fruncido, mirándome como si temiera que fuera a explotar.
Las palabras salieron de mi boca sin que pudiera detenerlas.
—Emilia está embarazada.
Nathan se quedó helado por un segundo antes de sonreír.
—¡Oh, Emilia, qué alegría! ¡Felicidades!
—¿De verdad? —Maya la miró boquiabierta—. ¿Pero cómo? ¿No te estabas cuidando?
Emilia se pasó una mano por el rostro, cansada.
—Sí, me estaba cuidando. Aún tengo el DIU, pero sucedió igual.
Mi pecho se apretó al verla así, con esa expresión sombría, con ese cansancio en la voz. Como si no quisiera esto.
Como si no quisiera a nuestro bebé.
Mi mandíbula se tensó hasta dolerme.
—¿No lo quieres tener? —pregunté en voz baja, sintiendo que si decía esas palabras más alto, me rompería.
Ella levantó la vista y negó, apresurada.
—¡No lo estábamos buscando! Pero ya no se puede hacer nada…
No lo estábamos buscando.
Ya no se puede hacer nada.
Las palabras me cayeron como puñales en la piel. Algo se quebró dentro de mí.
—En serio, qué decepción escucharte.
No esperé más. No quería mirarla más. No podía.
Caminé hacia grace que sostenia a Milan, que me miraba con sus grandes ojos llenos de inocencia, ajeno a todo lo que estaba ocurriendo. Lo cargué con cuidado, sintiendo su calorcito contra mi pecho, y sin decir una palabra más, me marché.
Si me quedaba un segundo más en la cocina, iba a romperme en mil pedazos.
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Emilia
El sonido de la puerta cerrándose retumbó en mi pecho como un disparo.
Me quedé ahí, inmóvil, sintiendo cómo el aire se volvía denso, pesado, imposible de respirar. Mi corazón latía desacompasado, mi garganta ardía con la presión de un llanto que todavía no había explotado.
Benji se había ido.
Y estaba enojado.
Dios, qué he hecho.
Me llevé las manos al rostro, pero el llanto me tomó por sorpresa, arrancándome un sollozo desgarrador que me dobló por la mitad. No solo me dolía verlo marcharse, me dolía saber que tenía razón para estar molesto. Me dolía saber que lo que había dicho sonaba jodidamente cruel, egoísta.
Sentí un par de brazos envolviéndome, abrazándome con fuerza. Maya.
—Emi… —murmuró contra mi cabello, mientras mis hombros temblaban sin control.
Pero al levantar la vista, me encontré con los ojos de Nathan, fríos, duros, mirándome con decepción. A su lado, la tía Grace estaba igual, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—¿Qué sucede contigo? —Nathan fue el primero en hablar, con su voz grave y llena de reproche—. ¿Cómo vas a decirle algo tan feo a Benji del bebé que van a tener?
—Es que ella es idiota… —espetó la tía Grace sin miramientos—. De verdad siento que ha perdido la cabeza.
Un nuevo nudo se formó en mi garganta.
—¡Paren un poco! —intervino Maya con fuerza, girándose hacia ellos—. Denle espacio. Ella no ha dicho nada que no sienta. No estaba buscando un bebé. Se estaba cuidando porque ya tenía un bebé. Estaba intentando rehacer su vida, había dejado a Milan para ir a la universidad y cumplir sus sueños… ¿Ahora saben lo que esto significa?
Silencio.
La tía Grace suspiró.
Nathan se pasó una mano por el cabello, exasperado.
—Te entendemos, Maya —dijo con voz más calmada—. Pero ya pasó. Y por más enojada que esté, no es agradable escucharla decir que no quiere al niño.
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Editado: 24.03.2025