Llámame amor

22

Capítulo 22: El precio de la verdad

Benji.
Estaba perdido. Totalmente perdido. La casa de Valle de Napa, que siempre había sido un refugio tranquilo, de repente se sentía como un laberinto. Cada rincón, cada habitación parecía esconder algo que no podía encontrar. Y la peor parte era la angustia que se apoderaba de mi pecho, más pesada con cada minuto que pasaba.
Emilia no estaba en su cuarto. Ni en la sala. Ni en el jardín. Ni siquiera en el comedor, donde a veces se quedaba mirando por la ventana, perdida en sus propios pensamientos. Pero hoy, no estaba en ninguna parte.
—Tía Grace, ¿has visto a Emilia? —pregunté, tratando de mantener la calma, aunque mi voz ya no lo lograba.
La tía Grace levantó la vista desde sus papeles y frunció el ceño. Me miró por un largo segundo, y luego, como si mi preocupación fuera algo trivial, respondió:
—Emilia es muy necia, Benji. Tal vez se fue a dar un paseo o está en su habitación. No te preocupes, ya sabes cómo es.
La mirada que le lancé fue todo menos tranquila. No podía disimularlo. La desesperación me estaba quemando por dentro.
—No es por eso, tía Grace. —dije, respirando pesadamente—. Es algo grave. Necesitamos encontrarla... en serio.
Por primera vez, vi que sus ojos se agrandaban. Maya y Nthan, que estaban en la misma sala, intercambiaron una mirada rápida, como si también sintieran la creciente tensión. No parecía ser una simple disputa por el embarazo. Algo más grande estaba sucediendo.
—¿Qué quieres decir con “grave”? —preguntó Nthan, su voz ahora cargada de seriedad.
—¡Ella está desaparecida! ¡No la encuentro en ningún lado! —mi voz salió más fuerte de lo que había querido, pero no me importó. No podía seguir esperando sin hacer nada.
Grace se levantó de golpe, visiblemente alterada. Ella nunca había mostrado tanto miedo, y eso me hizo darme cuenta de que estaba perdiendo el control. Su rostro pálido reflejaba lo mismo que sentía yo.
—¿Desaparecida? —dijo, temblando. Maya se puso en pie también, con el rostro marcado por una preocupación que no había visto antes.
No dijeron nada más. Sólo me siguieron. Todos caminamos por la casa, registrando cada rincón, cada pasillo, llamándola con cada paso. La búsqueda se volvía más desesperada, como si el tiempo se nos estuviera escapando entre los dedos.
La casa de Valle de Napa nunca había estado tan vacía, tan fría, como lo estaba ahora. Las habitaciones, que antes se sentían acogedoras, parecían ahora cavernas. Miré cada rincón con la esperanza de que la encontraría, aunque mi corazón me decía que no sería tan fácil.
Finalmente, después de recorrer toda la casa sin éxito, me dirigí a la última persona que podría tener alguna respuesta. El abuelo de Benji, Cleverth, siempre había sido alguien difícil de leer, pero tenía la sabiduría de los años y, a veces, la calma que yo necesitaba cuando todo se desmoronaba.
Corrí hacia su oficina, el sonido de mis pasos resonando en el pasillo vacío. Golpeé la puerta con fuerza, y la abrí sin esperar.
Cleverth levantó la vista, su mirada fría y seria como siempre. Pero cuando vio la intensidad en mi rostro, algo cambió en él. Sus ojos se entrecerraron y su mandíbula se tensó. Sabía que algo no estaba bien.
—Abuelo... —dije, intentando controlar la ansiedad que casi me estaba devorando. Mi voz tembló—. ¿Has visto a Emilia?
Él se reclinó en su silla, mirándome con calma, pero no pude evitar ver una ligera preocupación en su rostro.
—No la he visto, Benji. —su tono era directo, pero su mirada me decía que algo no estaba bien. La preocupación comenzó a asomar en sus ojos.
Puse una mano en mi cara, agotado, frustrado.
—¡Necesito encontrarla, abuelo! ¡Esto no es un juego! —grité, sin poder contenerme más. Mi respiración se había vuelto entrecortada.
El viejo Cleverth se levantó lentamente, sus ojos ahora reflejando algo más que indiferencia. Me miró fijamente, leyendo mi rostro, comprendiendo la gravedad de la situación.
—Está bien, Benji. Vamos a buscarla. —su tono fue firme, y me dio la sensación de que por primera vez en mucho tiempo, sentía el peso de la vida y el dolor que llevaba conmigo.
No me dijo más. Con un gesto de su mano, se dirigió hacia la puerta de su oficina. Maya, Nathan y la tía Grace llegaron en ese momento, siguiéndonos en silencio, con la tensión palpable en el aire.
La búsqueda continuó. Nadie decía nada, pero todos sabíamos que algo más estaba ocurriendo, algo mucho más oscuro y aterrador. Y lo peor de todo: yo no sabía qué esperar ni qué encontraría.
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Emilia.
Me senté en el rincón apartado de los viñedos, el aire fresco acariciando mi rostro, pero el peso en mi pecho me aplastaba. Las hojas de las vides se movían suavemente, como si la naturaleza misma intentara calmarme. Pero nada podía aliviar este dolor interno. La verdad había caído sobre mí como una tormenta, y ahora me encontraba atrapada en la oscuridad de mi mente. Todo era un caos, todo estaba roto.
No pude evitarlo. Las lágrimas caían sin cesar. No me importaba que me vieran, no me importaba nada. Solo quería desahogarme, liberar la presión que me estaba ahogando.
Fue entonces cuando la sentí. La primera patada de la bebé. La pequeña vida dentro de mí se movió, recordándome que, a pesar de todo el dolor, había algo hermoso en mí, algo que todavía podía darme una razón para seguir adelante. Sonreí débilmente, acariciando mi vientre.
—¿Por qué no podemos ser una familia normal? —murmuré para mí misma, entre sollozos. Las preguntas seguían rondando en mi cabeza, pero ninguna tenía respuesta.
De repente, escuché pasos suaves acercándose. Al principio, no presté atención. Pensé que podría ser el viento. Pero los pasos se acercaron más. Cuando levanté la vista, vi una figura familiar. Era el abuelo de Benji, Cleverth.
—Emilia... —dijo, su voz suave pero firme.
Me quedé en silencio, no tenía fuerzas ni ganas de hablar. Él se acercó y se sentó a mi lado, su mirada siempre tan seria, tan calmada. Parecía ajeno al caos que me rondaba, como si todo estuviera bajo control en su mente.
—La vida es rara, ¿verdad? —comentó, mirando el horizonte, como si reflexionara sobre algo que solo él entendía. —Siempre nos sorprende. Pero, al final, todo tiene solución. Sólo hay que saber cómo enfrentarlo.
Me quedé en silencio, sin saber qué responder. ¿Qué podría decirle? ¿Cómo explicarle lo que acababa de descubrir? Cómo mi mundo se había desplomado de una manera tan repentina.
Él miró hacia mí, como si notara algo en mi actitud, algo que no estaba bien.
—¿Por qué estás tan triste, Emilia? ¿Qué te pasa? ¿Por qué te has escondido aquí, en medio de los viñedos? Todos están preocupados por ti, te están buscando.
Mi corazón dio un vuelco. La preocupación en su voz me tocó, pero lo que estaba por decir lo cambiaría todo.
—Abuelo... —dije, mi voz apenas un susurro, mientras las lágrimas volvían a llenar mis ojos—. Me he enterado de algo muy malo... algo que estoy segura de que usted no sabe... y no quiero seguir viviendo una mentira.
Cleverth me miró con una mezcla de preocupación y confusión, como si intentara comprender lo que estaba a punto de escuchar.
—Emilia, todo tiene solución. Lo importante es empezar por decir la verdad. La vida nunca es fácil, pero la mentira nunca hace bien.
Tomé aire, y sin poder soportarlo más, dejé que las palabras salieran, como una avalancha.
—Mi hermano... —mi voz tembló—. Mi hermano, Dustin, es gay... y está saliendo con... con el padre de Benji.
Las palabras cayeron pesadas entre nosotros. Mi corazón latía con fuerza mientras veía la expresión en el rostro de Cleverth transformarse. Al principio, no dijo nada, su rostro se quedó en blanco. Pero lo vi claramente: la sorpresa, la ira, el shock... La furia crecía en él, y de repente, su cuerpo pareció colapsar.
—¡No...! —exclamó, entre toses. Me levanté rápidamente para intentar sostenerlo, pero sus manos se extendieron hacia el aire, como si tratara de aferrarse a algo, antes de que su cuerpo se dejara caer hacia el suelo.
—¡Abuelo! ¡No! —grité, desesperada, al ver su rostro palidecer rápidamente. La angustia me paralizó, y comencé a gritar, llamando por ayuda.
La visión se volvió borrosa. Todo lo que podía hacer era gritar. El miedo me invadió. Los segundos se alargaban, como si el tiempo se hubiera detenido, pero yo no podía hacer nada. La única cosa en la que pensaba era en él, en Cleverth, en su vida que podría estar desmoronándose por lo que acababa de decir.
En ese momento, Benji y los demás llegaron corriendo. Hunter fue el primero en actuar, arrodillándose junto al abuelo, mientras Maya tomaba mi brazo, tratándome de calmar.
—¡Emilia, tranquilízate! —dijo Maya, pero mi cabeza estaba llena de gritos, de caos. Hunter rápidamente comenzó a aplicar primeros auxilios, pero su rostro era tan serio que pude ver el miedo en sus ojos.
Benji estaba en shock, parado a un lado, mirando a su abuelo como si no pudiera creer lo que estaba sucediendo.
Yo no podía dejar de sollozar. No podía dejar de sentir que todo lo que había pasado había sido culpa mía. Todo era culpa de mi estúpida boca.
—Perdón... —murmuré entre lágrimas, mirando a Benji, mientras sentía que el mundo se me caía a pedazos.
La ambulancia llegó poco después, y el abuelo fue trasladado de urgencia. El miedo y la angustia nos envolvían a todos. Nadie sabía qué decir, qué hacer. La verdad había explotado, pero con ella, también había explotado mi vida.
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Elissa.
Milan lloraba, su llanto ensordecedor llenaba la casa. Miré su pequeño rostro, tan frágil, y sentí una punzada de desesperación. Había intentado de todo: lo arrullé, le canté, lo mecí con suavidad. Pero nada parecía funcionar. Milan tenía 15 meses, ya no era el bebé tranquilo que solía ser, y ahora parecía que todo lo que hacía para calmarlo no era suficiente. Me sentía completamente perdida.
—Vamos, Milan... —murmuré, intentando mantener la calma, aunque mi voz temblaba. Pero el pequeño solo continuaba llorando, cada vez con más fuerza.
El bebé, acostado en su cuna, movía las manitas con desesperación mientras su carita se arrugaba de frustración. Yo me senté al borde de la cuna, suspirando profundamente, sin saber qué hacer. ¿Cómo podía ser tan difícil? Yo no tenía idea de cómo calmarlo. Había visto a tantas madres hacerlo con facilidad, pero yo estaba aquí, al borde de la desesperación.
Intenté otra vez cantarle una canción suave. Pero Milan sólo seguía llorando, agitando los brazos como si no pudiera encontrar consuelo. Sentí que mi paciencia se evaporaba. No sabia nada de bebes, el queria a su madre.
—¡Milan, por favor! —exclamé en un susurro ahogado, mientras sentía el agotamiento apoderarse de mí.
Fue en ese momento cuando escuché pasos apresurados acercándose. La puerta se abrió de golpe, y vi a Hunter, seguido por la tía Grace, entrar en la habitación. Hunter parecía agotado, como si hubiera corrido, y la expresión en su rostro era grave.
La tía Grace se acercó con rapidez y, antes de que pudiera decir algo, me miró y dijo con voz firme:
—Déjame a Milan, Elissa. Te necesitan en el hospital. Algo malo ha pasado.
Mi corazón se detuvo por un momento, el miedo instantáneo llenando mi pecho. ¿Qué estaba pasando?
—¿Qué ha sucedido? —pregunté, mi voz temblando.
Hunter miró hacia el suelo antes de elevar la mirada hacia mí.
—Emilia está bien —dijo con tono grave—. Es el abuelo de Benji, ha sufrido un infarto.
Mis piernas temblaron bajo mí, y me apoyé en la cuna de Milan para no caerme. "¿El abuelo de Benji?", pensé, sintiendo la incredulidad tomar control de mis pensamientos. Todo había pasado tan rápido. Como si el dolor y la desgracia se acumulaban en esa familia, como si nunca pudieran encontrar paz.
—Joder, ¿pero cómo es que esa pobre familia no puede estar en paz un minuto? —dije en voz baja, más para mí misma que para ellos, mientras la angustia me llenaba por completo.
La tía Grace suspiró, pasando una mano por su cabello canoso, con una expresión que reflejaba años de cansancio.
—No lo sé, Elissa —respondió, su voz tan baja como un suspiro—. Parece que la desgracia nos llama siempre. Ayuda a Benji, por favor.
Mi corazón latía con fuerza. No podía quedarme aquí, no podía seguir mirando a Milan como si todo fuera normal cuando algo tan terrible estaba ocurriendo.
—Sí, claro... —respondí con rapidez, sin pensarlo dos veces—. Vamos, Hunter.
Nos apresuramos al hospital. El camino parecía interminable, cada segundo que pasaba aumentaba la ansiedad que sentía. Hunter no decía nada, solo conducía con una concentración que me hizo sentir aún más nerviosa. ¿Qué le había sucedido al abuelo de Benji? ¿Cómo estaba Emilia? ¿Cómo podrían lidiar con todo esto?
Cuando llegamos al hospital, corrimos al área de emergencias. Me acerqué a la recepción, preguntando rápidamente por Cleverth, el abuelo de Benji. La enfermera miró su computadora y, después de un momento que pareció eterno, me miró.
—El Sr. Cleverth está en cuidados intensivos —me dijo—. Está estable por ahora, pero su situación sigue siendo delicada.
Un suspiro de alivio salió de mis labios, aunque todavía no estaba tranquila. Estaba bien, pero la incertidumbre seguía aplastándome. Todos estábamos al límite. Hunter y la tía Grace ya se habían relajado un poco, pero sabían que nada estaba resuelto. Teníamos que estar preparados para cualquier cosa.
Nos dirigimos a la sala de espera. Al poco tiempo, Benji llegó, visiblemente afectado, pero al menos algo más tranquilo. Al verlo, no pude evitar sentir una mezcla de alivio y tristeza.
—¿Está bien? —pregunté con suavidad, aunque me dolía ver cómo se estaba sosteniendo a duras penas.
Benji asintió, pero sus ojos mostraban la preocupación que llevaba en el corazón.
—Sí, está estable... pero es difícil, Elissa. Es todo tan complicado...
Nadie dijo nada más. A pesar de que Cleverth estuviera estable, la atmósfera seguía densa. Nadie parecía capaz de relajarse por completo.
Poco después, vi a Emilia salir de la sala de espera, su rostro pálido y apagado. No se veía como la misma persona que había sido antes de todo esto. Se acercó a mí, y sentí una leve punzada de dolor por ella.
—Emilia —dije con suavidad—, no sé qué ha pasado, pero podemos superarlo juntos. Lo que sea que hayas descubierto, lo enfrentamos, pero lo haremos juntos.
Emilia levantó la vista, y aunque sus ojos aún estaban llenos de dolor, asintió lentamente. "Tienes razón", dijo en voz baja, su tono quebrado pero agradecido.
Yo no sabía qué más decir. Solo la tomé de la mano, con la esperanza de que, aunque la tormenta no se fuera, al menos podríamos navegarla juntos en familia...
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Emilia.
Me acerqué a Benji, que permanecía sentado en una de las sillas de la sala de espera, su rostro marcado por la preocupación. A pesar de lo que había sucedido, su mirada seguía siendo dura, pero había algo en sus ojos que me decía que no lo estaba haciendo por mí. Se había distanciado, aunque aún compartíamos el mismo dolor.
—Lo siento mucho, Benji —dije al fin, mi voz temblando. No sabía cómo decir lo que estaba sintiendo—. No pensé que todo esto pasaría, y quería que se supiera la verdad de una vez. De verdad lo siento.
Benji me miró fijamente, su expresión tensa y llena de frustración.
—Pero no así, Emilia —respondió, con un tono entre agotado y furioso.
Sentí como si el suelo se abriera bajo mis pies. Tenía razón. Lo había arrastrado a todo esto, lo había dejado en la oscuridad mientras tomaba decisiones por él.
—Admito que cometí un error —dije, finalmente, mirándolo a los ojos—, pero tú también. Yo merecía saberlo, Benji. Necesitaba saberlo.
Benji respiró hondo, intentando calmarse. Finalmente, habló con una voz más grave.
—No es culpa de nadie más que de ellos —dijo, refiriéndose a nuestros hermanos—. Esto iba a explotar tarde o temprano.
Asentí, pero mi mente seguía corriendo en círculos. Sabía que Benji tenía razón, pero el peso de todo lo que habíamos callado aún era demasiado para soportar.
—Me siento tan avergonzada por lo que ha hecho mi hermano —murmuré, bajando la cabeza, sintiendo que la culpa me ahogaba.
Benji me miró con un atisbo de comprensión en sus ojos, pero luego sus palabras fueron duras.
—¿Qué puedo decir yo, Emilia? —dijo, su tono lleno de amargura—. Peter es una escoria humana. Lo sabes tan bien como yo.
Mi estómago se revolvió al escuchar su nombre. Peter había causado tanto daño, y aún no podía comprender cómo habíamos llegado a este punto.
—¿Desde cuándo lo sabes? —pregunté, casi sin darme cuenta—. ¿Por qué no me lo dijiste?
Benji se quedó en silencio, la mirada fija en el suelo.
—Lo supe desde antes de que nosotros estuviéramos juntos —dijo, con el rostro sombrío—. Pero no podía decir nada. Mi padre me amenazó, y... no quería perderte.
Esas palabras me atravesaron el corazón. Sentí una mezcla de rabia y dolor, pero también entendí lo que había hecho, lo que había sentido en ese momento. Sin embargo, aún me sentía traicionada.
—Teníamos que haber hablado de esto antes, Benji —dije, mi voz quebrada—. Yo te hubiera ayudado a cargar con esto. No tenías que cargar con todo tú solo.
Él la miró a los ojos con una tristeza profunda.
—Lo sé —respondió, apretando los dientes—. Pero no quería verte sufrir por más cosas.
Sentí un nudo en el pecho. La vergüenza me consumía.
—¿Y ahora qué? —pregunté, con un suspiro de resignación—. ¿Qué vamos a hacer con todo esto? Todo lo que hemos perdido... y lo que hemos ocultado.
Benji me miró y, por un instante, su enojo desapareció. Solo quedaba el dolor compartido.
—Será difícil, pero lo vamos a superar —dijo, con una leve sonrisa, aunque sus ojos seguían reflejando la tensión de la situación.
En ese momento, la puerta se abrió de golpe y entró Peter. Al instante, la atmósfera en la sala cambió. Benji se levantó como si fuera a atacar, su cuerpo tenso de rabia.
Peter, con una sonrisa burlona, se acercó sin ningún tipo de respeto.
—Eres un estúpido, Benji —dijo, su tono lleno de desprecio—. Sabes que nunca has podido vencerme.
La furia de Benji explotó. Sin pensarlo, avanzó hacia él, pero fue detenido rápidamente por la tía Grace y Maya, quienes lo sujetaron con firmeza para evitar que se lanzara sobre él.
Yo intenté mantenerme de pie, pero un mareo repentino me hizo perder el equilibrio. La tía Grace y Maya me sostuvieron mientras mi vista se nublaba.
Hunter y Benji, aunque separados, miraban a Peter con odio. Mientras tanto, él parecía disfrutar de la situación, provocando.
Benji, con los ojos llenos de furia, le dijo, con voz baja pero cortante:
—El abuelo lo sabe.
Peter se detuvo de golpe. Su sonrisa se desvaneció y su rostro palideció por un momento, como si esas palabras lo hubieran golpeado más fuerte que cualquier puñetazo.
—¿Qué? —preguntó, casi sin creerlo.
Benji, con un destello de triunfo en los ojos, repitió:
—El abuelo lo sabe. Y lo sabe todo.




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