Llámame amor

23.

Capítulo 23: La Conversación del Legado

Han pasado dos días desde que el abuelo sufrió su infarto, y ahora, sentado en su sillón favorito, su rostro se ve mucho más relajado, aunque su mirada sigue guardando la sabiduría y el peso de los años. Benji lo observa en silencio, un poco más tranquilo después de todo lo que ha sucedido, aunque aún no puede sacudirse la preocupación por su madre y el daño que Peter sigue haciendo a la familia.

El abuelo lo mira con una sonrisa suave, casi tranquilizadora, como si sus palabras pudieran aliviar el peso que Benji lleva sobre sus hombros.

—No estés triste, hijo —dice el abuelo con una voz rasposa pero cálida—. He hecho todo lo que pude para proteger a tu madre, cuidar a tus hermanos y a toda esta familia. Estoy orgulloso de ti, Benji. Has demostrado ser el hombre que siempre quise que fueras. Y, más que nada, me hace feliz haberte dejado toda mi herencia. Te lo mereces, y me tranquiliza saber que todo estará en buenas manos.

Benji siente el nudo en su garganta, pero su corazón se aligera un poco al escuchar aquellas palabras. Siempre temió no estar a la altura de las expectativas de su abuelo, pero ahora sabe que al menos ha hecho lo suficiente para ganarse su aprobación.

—¿Sabes qué me parece increíble? —continúa el abuelo, su mirada se suaviza aún más—. Que tú seas mi nieto y que te parezcas mas a mi, que Peter. A veces la vida tiene una forma extraña de darme lo que necesito, aunque no siempre sea de la manera que lo planeé, tuve que esperar a que mi nieto naciera para tener el hijo que siempre quise tener: tú.

Benji sonríe con la emoción apoderándose de él, y se acerca para abrazar al abuelo. Es un abrazo breve pero lleno de significado. Un abrazo que reafirma el vínculo que los une, a pesar de todo lo que han vivido.

—Gracias, abuelo —murmura Benji, su voz temblando ligeramente—. Pero, ¿qué vamos a hacer con todo esto? Peter no se va a quedar tranquilo, y, sinceramente, yo no quiero que mi madre siga sufriendo, ni que ella tenga que cargar con más dolor.

El abuelo asiente, su expresión se endurece ligeramente, como si ya tuviera una solución en mente, como si todo hubiera estado en sus planes desde el principio.

—Ya he pensado en algo, hijo —responde, su tono grave pero decidido—. Vamos a ofrecerle a Peter una salida. Le daremos dos opciones: irse lejos, renunciar al apellido, a todo, y vivir una vida en el exilio. O, si se niega, lo mandamos a la cárcel por todos los crímenes que ha cometido. Por la operación que le hizo a tu hermana sin su consentimiento, cuando tenía 16 años. Por todos los abusos a tu madre. Por el desvío de fondos. Por todos los crímenes, Benji, y los tratos oscuros en los que está involucrado. Él ha hecho mucho daño.

Benji lo mira, sus ojos se abren, incrédulo por un momento.

—¿Cómo sabes todo eso, abuelo? —pregunta, desconcertado.

El abuelo sonríe levemente, sus ojos chispeando con una mezcla de orgullo y desdén.

—Antón investigó todo, hijo. Tiene toda la información que necesitamos, las pruebas están ahí. Ahora, Peter tiene una elección: exilio o cárcel. Y yo creo que elegirá el exilio. Todo lo malo que ha hecho, Benji, lo ha hecho por cobardía. No tiene el coraje de enfrentarse a las consecuencias.

Benji frunce el ceño, pensativo, pero también consciente de que su abuelo tiene razón. Sabe que Peter es un hombre débil, que siempre ha optado por escapar en lugar de enfrentar la realidad.

—¿Y qué pasa con el divorcio de mamá? —pregunta Benji con una expresión de preocupación. No quiere que su madre sufra más, pero sabe que este paso es inevitable si quieren que su vida vuelva a la normalidad.

El abuelo se reclina en su silla, como si fuera lo más natural del mundo, y asiente.

—Lo hará, hijo —dice con seguridad—. Lo hará. Es lo que tiene que hacer, aunque no quiera. Pero no te preocupes, todo será por el bien de ella. No puede seguir con él. Ya hemos aguantado demasiado.

Benji respira profundo, sintiendo el peso de las palabras de su abuelo, pero al mismo tiempo, sabe que esta es la única forma de darle a su madre la paz que se merece.

El abuelo lo mira con una mirada que transmite confianza, como si todo estuviera bajo control. Y, por primera vez en días, Benji siente que tal vez, solo tal vez, todo comenzará a mejorar.

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La sala estaba impregnada de un aire tenso, cargado de furia y resentimiento. Peter se encontraba sentado frente a Antón, los ojos llenos de ira y frustración, mirando el contrato que tenía delante. Antón, con la calma que siempre le había caracterizado, le ofrecía una única opción: firmar, renunciar a todo, y marcharse. Era el final de una era, el fin de la familia Altan tal como Peter la conocía. Sin embargo, para Peter, esa última jugada era lo único que podía salvarlo.

—Te estoy dando una oportunidad, Peter —dijo Antón, su voz firme, casi fría—. Renuncia a tu apellido, a tu herencia, firma el divorcio y vete. O enfréntate a la cárcel por todos tus crímenes. No te queda otra.

Peter apretó los dientes, sus puños cerrados sobre el borde de la mesa, pero no había nada que pudiera hacer. Las pruebas estaban en su contra, y Antón, con su astucia, había logrado reunir suficiente información para exponerlo. La humillación lo quemaba, pero la realidad era más cruel que cualquier ira que pudiera sentir. Sabía que la cárcel era su destino si no aceptaba las condiciones que le ofrecían.

Con una respiración agitada, Peter extendió la mano hacia el bolígrafo. Su mirada se posó en los papeles, pero no era el contenido lo que lo inquietaba. Era el hecho de que, al firmar, renunciaría a todo lo que alguna vez creyó que le pertenecía. El apellido Altan, la herencia, su puesto en la familia... Todo desaparecería.

Finalmente, con un rugido de frustración, firmó el primer contrato: el divorcio. Fue un gesto impulsivo, rápido, casi como si quisiera que el vínculo con Emilia se rompiera de inmediato. No miró el documento. Solo quería que ese capítulo terminara. Pero aún quedaba lo peor: el otro contrato, el que lo despojaba de su apellido, su legado, su futuro en la familia.




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