Epílogo: El Cumpleaños de Milan
El sol se filtraba suavemente a través de las ventanas, iluminando la gran sala donde se celebraba el cumpleaños número tres de Milan. Las risas y el bullicio llenaban el aire mientras la familia se reunía para festejar este día tan especial. Elissa y Hunter habían hecho todo lo posible por organizar una fiesta inolvidable para el pequeño, y las decoraciones eran la prueba de ello: globos de colores, banderines que colgaban del techo, mesas llenas de pastelitos y galletas decoradas con formas de animales, y, por supuesto, una enorme tarta con la cara de un león, el animal favorito de Milan.
Desde mi lugar en la esquina del salón, con mi barriga de 40 semanas, observaba a Milan correr de un lado a otro, lleno de energía, como si no hubiera mañana. No paraba ni un segundo. Benji, a su lado, parecía tener la paciencia infinita para seguirle el ritmo, aunque yo sabía que en el fondo estaba tan cansado como yo. *Este niño tiene más energía que un huracán*, pensaba con una sonrisa.
Me senté en una silla cercana a la mesa de regalos, con la mano sobre mi panza, que ya estaba tan grande que parecía que Bella nunca iba a querer salir. No podía evitar reírme al ver a Milan pasar corriendo cerca de mí, con su risa contagiosa. En eso, mi madre se acercó, con su mirada amorosa y ese aire maternal que siempre me reconfortaba.
—¿Y entonces, Emilia? ¿Cuándo va a nacer Bella?— me preguntó, mirando mi panza con una mezcla de preocupación y curiosidad.
—No lo sé, mamá— respondí, encogiéndome de hombros, con una sonrisa cansada en el rostro. —Parece que está demasiado cómoda ahí. Cada vez que creo que va a salir, decide quedarse un poco más.
Mi madre soltó una risa suave y se sentó junto a mí, tomando una de mis manos con suavidad.
—Ves, parece que le gusta el calorcito de tu panza— comentó, mirando cómo Milan saltaba sobre un cojín inflable con la energía de un niño hiperactivo. —Y, ¿qué tal ha sido este embarazo? ¿Cómo te has sentido?
Suspiré profundamente y sonreí. Miré a Benji, que ahora levantaba a Milan en el aire como si fuera un muñeco de peluche, haciendo que el pequeño gritara de alegría. Luego, volví la mirada hacia mi madre.
—Maravilloso, mamá— dije con una calidez en mi voz. —Benji me ha consentido en todos los caprichos que he tenido, y he reído más de lo que he llorado. Cada vez que Milan pone sus manitos en mi panza para sentir a su hermana, siento que mi corazón estalla de felicidad. Además, he logrado pasar todos mis exámenes en la universidad. Las cosas con Elissa y Hunter son más divertidas y fáciles, y ya no me siento tan sola en todo esto.
Mi madre me miró con una sonrisa llena de orgullo.
—Ves que eres muy afortunada— dijo suavemente. —Estoy muy orgullosa de ti. Al final, tú misma has buscado tu propio camino. Has armado tu propia familia, tus propios amigos, y nos has dado una lección a todos. El amor verdadero siempre ha sido lo que te ha guiado.
Me quedé en silencio por un momento, sorprendida por sus palabras. No había esperado escuchar eso de ella. Durante mucho tiempo, sentí que me juzgaba, que mi camino había sido el equivocado. Pero en ese instante, me di cuenta de que había logrado construir algo hermoso. Algo real.
—¿Te sientes bien, mamá?— le pregunté, todavía incrédula de todo lo que acababa de decirme.
Mi madre sonrió y me dio un apretón en la mano.
—Me siento perfectamente bien— respondió, con una paz que no había visto en ella en mucho tiempo. —Al final, lo que importa es que todo lo que ustedes han construido lo han hecho en base al amor verdadero y fuerte. Y eso es lo más importante.
Mi corazón se llenó de emoción, y sin pensarlo dos veces, me acerqué a ella y la abracé con fuerza. Sentí el calor de su abrazo, el apoyo incondicional de siempre, y me di cuenta de que, aunque el camino no había sido fácil, todo lo que había hecho había valido la pena. Mi vida había cambiado para bien, y estaba rodeada de la gente que realmente me importaba.
—Gracias, mamá— susurré, con la voz entrecortada por la emoción. —Gracias por todo. Por estar aquí, por apoyarme, por todo lo que me has enseñado.
—Te quiero mucho, Emilia— me dijo, acariciando mi cabello con ternura. —Y siempre estaré aquí para ti.
En ese momento, todo parecía en su lugar. Mi familia, mi bebé, Milan, Benji, y la seguridad de que lo que había construido con ellos era más fuerte que cualquier obstáculo. Sonreí, porque supe que estaba en el lugar correcto, rodeada de las personas que más amaba.
Y así, entre risas, juegos y el bullicio de la fiesta, supe que el futuro, aunque incierto, era prometedor. Porque al final, lo único que realmente importaba era el amor.
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La tarde estaba llena de risas y de buen ambiente. Los hombres, armados con bates y pelotas, jugaban un partido improvisado de béisbol en el amplio jardín de la casa de Benji. Las bases estaban marcadas por piedras y algunas sillas, y la emoción se sentía en el aire. El abuelo de Benji, con su bastón, se mantenía en primera base, mientras Anthony, el hermano menor de Benji, hacía de receptor. Hunter, Nathan, y hasta Edward Tadley, el padre de Emilia, se tomaban en serio el juego, pero también había algo divertido en todo el caos. Cada uno hacía lo mejor que podía, y aunque algunos no tenían ni idea de cómo jugar, la diversión estaba garantizada.
Mientras el sol se ponía, Milan, que no podía quedarse quieto ni un segundo, corría de un lado a otro entre los jugadores, persiguiendo la pelota como si fuera la cosa más importante del mundo.
Me quedé observando desde un costado, sentada sobre una manta que se había extendido en el césped. Me sentía más tranquila que en mucho tiempo. Las risas de todos, el ambiente relajado, el bullicio familiar… todo me hacía sentir que al fin estaba en casa.
Fue entonces cuando sentí una presencia a mi lado. Miré a Rubí, que se acercaba a mí con una expresión de algo que no pude identificar al principio. Tenía en su rostro una suavidad que no había visto antes.
—Emilia, ¿tienes un momento? —me preguntó, un poco vacilante.
La observé con curiosidad, pero asentí, invitándola a sentarse a mi lado. No esperaba una conversación profunda con ella, especialmente después de los roces que habíamos tenido en el pasado.
—Sé que tú y yo no empezamos con buen pie, pero… —sus palabras eran lentas, como si pesaran un poco en su boca— quiero disculparme primero, y luego agradecerte.
Fruncí el ceño, no entendiendo bien a qué se refería.
—¿Agradecerme por qué? —pregunté, sorprendida, aunque también un poco curiosa.
Rubí me miró directamente a los ojos. Parecía que, de alguna manera, había cambiado. Como si algo se hubiera roto dentro de ella, algo que la había llevado a este momento.
—Nunca habíamos tenido momentos tan felices como familia, hasta que tú apareciste con Milan en la vida de Benji —dijo, con una sinceridad que me conmovió. —No solo le diste vida a él, le diste vida a mi madre. Y con eso, le diste vida a Anthony, y también a mí. Todo lo que Benji y tú han logrado, se nota hoy. Somos, por fin, una familia feliz, unida, que disfruta el tiempo juntos al máximo. Somos libres, Emilia. Y todo gracias a ustedes.
Mis ojos se llenaron de lágrimas sin que pudiera evitarlo. Las palabras de Rubí me llegaron directo al corazón, tan profundas y sinceras que no pude contenerme. *Todo lo que hemos logrado...* Pensé mientras sentía que mi corazón se abría, como si todo el peso de los años pasados, los sacrificios y las dificultades, al fin tuvieran sentido.
—Oh no... —dije de repente, llevando una mano a mi panza.
Rubí, al ver mi reacción, se tensó y me miró alarmada.
—¿Ahora? —preguntó, su voz llena de sorpresa— ¿Mi sobrina va a nacer ahora?
Me deslicé de la manta, intentando mantener la calma, pero mi rostro palideció. El dolor me alcanzó de repente, y las contracciones me tomaron por sorpresa.
—Sí —respondí, entre lágrimas— Le arruinaré el cumpleaños a Milan…
Mi cuerpo comenzó a temblar un poco, pero estaba demasiado emocionada y nerviosa. Las lágrimas caían mientras sentía cómo las contracciones aumentaban de intensidad.
Rápidamente, Rubí sacó su teléfono y comenzó a llamar a su madre, Crystal, mientras corría hacia el grupo de jugadores que seguían con su partido de béisbol. Fue como si el tiempo se detuviera. Mi mente apenas podía procesar lo que sucedía.
En ese instante, Benji, que estaba en el centro del campo, lanzó la pelota con todas sus fuerzas. Pero la jugada se volvió un caos. Hunter, quien había estado bateando en ese momento, se movió para golpearla. Y en ese preciso momento, la pelota, desviada por el nerviosismo de Benji, le pegó de lleno en la cara.
Un estruendoso sonido de impacto resonó en el aire, y Hunter cayó al suelo, aturdido por el golpe. Las risas y el bullicio se detuvieron al instante. Todo el mundo se apresuró a acercarse a él, mientras yo intentaba controlar mi respiración, el dolor y la sorpresa.
—¡Hunter! —gritó Elissa, corriendo a su lado. Su rostro se tornó pálido al verlo en el suelo, y me sentí aún más angustiada por todo lo que sucedía a mi alrededor.
Pero lo que menos podía pensar en ese momento era lo que pasaba con Hunter. Mi mente estaba centrada en el bebé, en Bella, que estaba a punto de nacer, y en cómo todo parecía desmoronarse a mi alrededor.
Rubí, al ver la situación, me miró aterrada.
—Emilia, tranquila, ya está viniendo Crystal, todo va a estar bien —me dijo con voz temblorosa, intentando calmarme, pero su rostro mostraba el mismo pánico que sentía en mi pecho.
Mientras la confusión y el caos invadían el lugar, no podía evitar pensar en lo irónico de todo esto. Mi bebé estaba a punto de nacer, y la fiesta que había comenzado con risas y alegría ahora se había convertido en un caos completo. Pero, en algún lugar profundo de mi corazón, sabía que, aunque todo fuera un desastre, este era el momento que había estado esperando.
Y mientras todo el mundo corría de un lado a otro, y las voces de preocupación se escuchaban, solo una cosa me importaba en ese instante: Bella.
Mi hija estaba por llegar, y estaba lista para recibirla.
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La camioneta rugió cuando Benji pisó el acelerador, saliendo disparado del jardín y tomando la carretera como si su vida dependiera de ello. O más bien, como si su vida dependiera de no volver a ser partero por segunda vez.
—¡Apúrate, pedazo de mierda! —grité, sintiendo otra contracción desgarradora—. ¡No quiero volver a parir en la carretera!
—¡Ni que lo digas! —exclamó Benji con los nudillos blancos sobre el volante—. ¡No puedo pasar por eso otra vez! ¡NO PUEDO! ¡No estoy hecho para ser partera, Emilia! ¡NO ESTOY HECHO PARA ESTO!
—¡Pues fuiste hecho para meterme en este problema, así que MANEJA MÁS RÁPIDO! —le gruñí, respirando como un toro furioso.
En el asiento trasero, Elissa y Maya intentaban contenerme. Elissa, con la voz profesional que solía tener en el hospital, intentaba darme instrucciones coherentes.
—Respira, Emilia. No te pongas tensa. Inhala profundo y exhala. No empujes aún.
—¡Cómo demonios no me voy a poner tensa si siento que me están partiendo en dos! —gruñí entre dientes, agarrando la mano de Maya con tanta fuerza que ella chilló.
—¡Me estás rompiendo la mano, loca! —se quejó Maya, tratando de apartarse.
Hunter, sentado en el asiento del copiloto con una bolsa de hielo en la cara y un ojo completamente morado, resopló.
—No quiero sonar insensible… pero esta es la segunda vez que voy a terminar en una sala de emergencias el mismo día.
—¡CIERRA LA BOCA, HUNTER! —rugimos todos al unísono.
Benji se pasó una luz roja. Luego otra. Y otra. Alguien le tocó la bocina, pero él simplemente sacó la cabeza por la ventana y gritó:
—¡MI ESPOSA ESTÁ PARIENDO, IMBÉCIL! ¡MUÉVETE!
Maya y Elissa se miraron.
—¿Esposa? —susurró Maya, arqueando una ceja.
—Lo dice cuando está bajo presión —susurró Elissa de vuelta.
—¡No estoy bajo presión! —gritó Benji, histérico—. ¡Estoy en el maldito infierno!
Cuando llegamos al hospital, Benji estacionó de golpe en la zona de emergencias, sin importarle que bloqueaba la entrada. En segundos, un equipo de médicos salió con una camilla.
—¡ESTÁ PARIENDO! —gritó Benji, señalándome como si fuera una bomba a punto de estallar.
—Se nota —dijo una enfermera, fulminándolo con la mirada—. ¡Tráiganla rápido!
Me bajaron de la camioneta en un caos de voces y movimientos. Todo era borroso por el dolor, pero sentí la mano de Benji apretando la mía mientras me trasladaban al interior del hospital.
—¡Estoy aquí, Emilia! —dijo, aunque sonaba más asustado que yo—. No te preocupes, lo tienes todo bajo control.
—¡CÁLLATE, NO ME HABLES! —le grité.
—Sí, sí, está bien, me callo —murmuró, apretando los labios.
Elissa tomó el mando, dándoles instrucciones al resto del equipo. Sabía que era enfermera, pero verla en acción, con su profesionalismo y seguridad, me dio un poco de paz en medio del horror.
—Dilatación completa —informó al llegar a la sala de parto—. ¡Necesitamos al obstetra aquí ya!
Me colocaron en la camilla, y yo solo sentía la necesidad de empujar. El dolor era tan intenso que no podía pensar en otra cosa.
—¡Quiero que salga ya! —grité, jadeando.
—¡No empujes todavía! —dijo Elissa—. ¡Respira! ¡Cuando te diga, lo harás!
—¡BENJI, TE ODIO! —grité, viendo a mi esposo lívido a mi lado.
—¡LO SÉ, PERO NO ME SUELTES LA MANO, POR FAVOR! —chilló él.
El doctor entró corriendo, y el equipo se preparó.
—Bien, Emilia, a la cuenta de tres, empuja —dijo el obstetra.
Tomé aire. Y empujé.
Dolor. Un dolor indescriptible. Grité con todas mis fuerzas, sintiendo cómo mi cuerpo se partía en dos. La presión, el ardor, la necesidad de que terminara todo de una vez.
—¡Vamos, Emilia, lo estás haciendo increíble! —Elissa me animaba, sin perder la calma.
—¡ESTO NO ES INCREÍBLE, ESTO ES UNA MALDICIÓN! —grité, apretando la mano de Benji como si quisiera triturarla.
—¡AAAHHHH! —chilló él—. ¡Mis dedos, mis dedos!
—¡Uno más, Emilia! —gritó Elissa—. ¡Uno más y la bebé estará afuera!
Reuní todas mis fuerzas. Empujé con lo último que me quedaba. Y entonces, el llanto más hermoso llenó la sala.
—¡Es una niña! —anunció el doctor.
Pero antes de que pudiera ver a mi bebé, antes de que pudiera decir algo… vi a Benji palidecer.
—Es mucha sangre… —susurró.
Y acto seguido, su cuerpo cayó como un árbol en plena tala.
—¡Benji! —grité, entre el agotamiento y la risa.
Hunter, desde la puerta, con su bolsa de hielo aún en la cara, resopló.
—Pfft, qué idiota.
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Editado: 24.03.2025