Sentada a su lado me sumerjo en un mar de recuerdos. Ese hombre frágil e inmóvil es el gran amor de mi vida. El joven que conocí en una fiesta, quince años atrás y que siempre me ha tratado como a una dama. Lo miro y el corazón se me oprime. Hoy se encuentra en una cama padeciendo una penosa enfermedad que lo deja sin esperanzas de mejoría. Recuerdo nuestra primera cita y el beso que, tímidamente, me había robado ante un descuido, fue el primero y el que selló nuestro pacto de amor. Después solo momentos gratos, que me ratificaron, todos los días, que había encontrado un hombre maravilloso para compartir la vida. Lo observo, en el lecho y apenas puedo reconocer al muchacho tierno, guapo y aventurero con el que me casé. En el fondo tengo la certeza de que, entre aquellas sábanas, gimiendo, a ratos, por la incomodidad y el dolor, se encuentra el varón más especial del mundo.
Para las personas, incluso para aquellas que conocen nuestra historia, esa dedicación hacia él, de mi parte, es considerada un exceso que, con el tiempo, me desestabilizará emocional y físicamente, sin embargo, yo solo veo amor, consagración y entrega y no cuidarlo implica deslealtad hacia el hombre que nunca ha olvidado el más mínimo detalle en su trato diario hacia mí.
Mi madre, a pesar de reconocer las virtudes de Alberto, mi esposo, constantemente preocupada por mi salud, dice con dramatismo:
-Te enfermarás, no comes, no duermes y Alberto te necesita fuerte, yo estoy segura que él no aprobaría tu conducta autodestructiva.
Siempre sonrío, con desgano, ante aquellos comentarios que, estoy segura, nacen como resultado del amor incondicional de mi madre hacia mí pero que, aun así, no dejan de molestarme.
Todos los días duermo, a su lado, en un sillón, porque quiero que me vea allí cuando, una vez calmado su dolor, por los medicamentos, abra los ojos. En el fondo espero un milagro del Señor y sueño con una recuperación absoluta. A veces soy egoísta y pido que lo mantenga con vida, aun en ese estado. Es triste verlo apagarse, contemplarlo y no reconocerlo, vivir con la desesperanza, impotencia y la desesperación ante su muerte inminente.