Camino apresuradamente por un raro paralelismo entre piernas y pensamientos y, al llegar a mi vivienda, lloro desconsoladamente. Cada rincón de la casa, cada recuerdo tiene su presencia. Necesito sus palabras de aliento, sus caricias, sus besos. No quiero compartir con nadie, solo con él, porque solo Alberto es capaz de llenar mi vida con su luz. Actualmente me asusta recordar los momentos felices que pasé a su lado porque horribles y autodestructivas ideas dominan mi mente y, sin saberlo, me están condenando a una muerte segura, aún rodeada de personas. Paradójicamente necesito su luz en mis tinieblas y es que he descubierto, de la peor forma que, los seres humanos, podemos morir de muchas maneras, sin dejar de respirar.
Me siento desleal por haber aceptado aquella invitación de mis compañeras de trabajo y le pido perdón, con desesperación, a mi esposo, hasta que, finalmente, pasada las doce de la noche me duermo. Cerca de las dos de la mañana me despierta el sonido de la puerta de la calle, al cerrarse y me levanto, de un salto, para revisar, pero todo parece en completo orden. Pienso que ha sido fruto de mi imaginación, sin embargo, poco después, pude percibir una luz tenue que sale de la puerta, ligeramente abierta, de la cocina, lentamente me voy aproximando. El silencio es tal que puedo percibir mi respiración agitada. Cuando toco el pasamanos experimento un ligero estremecimiento, al abrir la puerta, de un golpe. El movimiento me deja sin equilibrio y tengo que aguantarme de la mesa para no caer. No vi nada extraño pero una presencia familiar me indica que no estoy sola.
- ¿Mi amor eres tú? - logro preguntar con agitación y en vano espero una respues
ta.