La contemplo extrañada, no creo conocerla, pero, la seguridad que muestra, en sus palabras, me hace dudar.
-No te conozco - comento tratando de reanudar la marcha.
-Yo tampoco, pero vengo a tener una conversación contigo que, hasta cierto punto, te beneficiará - comenta - siempre es mejor la verdad.
Siento curiosidad. Aquella joven habla con una propiedad que me motiva a escucharla, además el tema, del que ha hablado al anticipar la conversación, es muy atrayente para mí. Abro la puerta de la casa y con un leve movimiento la invito a pasar. Ella, lentamente, cruza el umbral y sin esperar a una invitación formal, se sienta en un sillón próximo a la puerta y yo lo hago frente a ella. La observo, pero como no inicia el intercambio en un tono un poco desafiante digo:
-Ahora me dices quién eres y por qué has venido, porque si no hablas de inmediato esta conversación queda aquí.
Rápidamente me alarga un sobre, al abrirlo encuentro tres fotos de un pequeño, de unos cuatro años de edad y extrañada la interrogo:
-¿Quién es? ¿Tengo que conocerlo?
-Míralo bien ¿a quién se t
e parece?