Lo miro minuciosamente. Esos ojos, el pelo, la boca y hasta la sonrisa son muy parecidos a los de Alberto. Un sinnúmero de preguntas danzan en mi cerebro y recuerdo, como un chispazo, que una foto parecida a esa, pero con el niño más pequeño, le había visto en su cartera y la explicación suya, ante mi interrogante, no logró satisfacer mi curiosidad, pero, por su enfermedad y el estado delicado en que se encontraba, preferí no continuar con mis indirectas. Una sospecha terrible invade mi mente.
- ¿Quién es? - logro preguntar con un poco de temor ante la posible respuesta.
-Se llama Abel y es mi sobrino.
Al escuchar el nombre recuerdo que fue siempre el elegido por Alberto para su primogénito. En el fondo no tengo dudas, pero quiero escucharlo de la boca de esa mujer.
- ¿Por qué debo conocer de su existencia?
-Porque ese niño es el hijo de tu esposo con mi hermana.
Sin poderlo evitar, dos lágrimas delatan mi sufrimiento, me incorporo y comienzo a dar pasitos cortos que denotan desesperación. Después me paro, ansiosa, frente a ella.
- ¿Por qué tu hermana no vino a verme? - pregunto a la defensiva. Ella serenamente responde:
-Por respeto, quizás temor - y casi susurrando añade - pero siempre pensé que debía saberlo.
-Quiero conversar con tu hermana, contigo no estoy obligada a hablar del tema - digo d
e un golpe.