Llegaste Tú

Capítulo 12

-Deparo, inmediatamente, en que el salón es acogedor, amplio y que, en una esquina, juega, con varios duplos de colores, un pequeño concentrado en su labor y que no se ha dado cuenta de mi llegada.

-Se llama Abel - dice percatándose de mi curiosidad - es mi hijo - agrega bajito, temiendo mi reacción.

-Tuyo y de Alberto - alego mirándola.

-Mire, yo no quería que usted se enterara - comienza diciendo - pero mi hermana sin decirme nada fue a verla.

-Yo tampoco quería vivir en la ignorancia - murmuro interrumpiéndola. Me siento y tranquilamente agrego - quiero que sepas que yo nunca hubiera dudado de la lealtad de mi esposo, nunca me imaginé que algo así estuviera pasando.

-Alberto la amaba y yo siempre supe que tenía que conformarme con el triste papel de ser la otra - expresa con dolor.

-Eres la madre de su hijo - digo con voz entrecortada.

-Sí y él amaba a Abel, fue un excelente padre - afirma - pero yo, en su vida, fui siempre la otra.

Salto molesta con ella.

- ¿Por qué te enamoraste entonces de un hombre casado? - pregunto fuerte y en señal de reproche.

Ella realiza un gesto, simulando una sonrisa, pero que percibo como una mueca de dolor y desencanto.

-Yo era tan joven y amé a Alberto porque, ante mi inexperiencia, él se mantuvo paciente y me brindó apoyo, protección y enseñanzas. Me conformé con verlo cuando él pudiera y lo amé en silencio y a escondidas.

La miro, minuciosamente y percibo su sufrimiento. Siento lástima por ella. Tan joven, bonita, con un futuro por delante y se entregó, sin reservas, a un hombre egoísta y desleal. La muerte de mi esposo la dejó desprotegida y sola, como a mí, pero, entre las dos, se pueden palpar dos diferencias notables: la primera, claramente, era que yo había vivido en la ignorancia durante los últimos cuatro años, no conocía de su existencia ni de la de aquel niño, que tanto necesitaba de un padre, que le brindara seguridad en su futuro. Ella, en cambio, supo, siempre, incluso desde el comienzo, que su amante tenía una esposa, a quien debía respeto y eso la colocaba en una situación de desventaja en la relación. La segunda diferencia está dada en la existencia del pequeño Abel, desconocida hasta entonces para mí pero que, sin dudas, fue todo un acontecimiento para Alberto. Miro al niño y una ola de ternura me invade. Pienso, con tristeza, que, hasta en eso, su padre se había mostrado deficiente, pues escondió su nacimiento, privándose de la emoción y el disfrute que proporciona el crecimiento de un retoño. Sin dudas, el ocultarlo de mí era su objetivo, pero dañó, por eso, el sano crecimiento de su hijo y, por otra parte, se privó en su lecho de muerte, de la posibilidad de tenerlo junto a él, de acariciarlo y besarlo por última vez, por eso creía, firmemente que, como padre, le había fallado a Abel.



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En el texto hay: romance, mujeres, engaño y amor

Editado: 14.11.2024

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