Mi madre celebra, contenta, el renacer de mis ilusiones y trata con mucho cariño y admiración al bendito hombre que, con su paciencia y amor, ha salvado mi cordura, rescatándome del abismo, que ha estado a punto de adsorberme. Fui, casi sin darme cuenta, pero feliz, avanzando al matrimonio, justo a los dos años y cinco meses de haber enviudado. Fue una ceremonia íntima, diferente, por completo, a mi primera experiencia, pero que señala, en nuestras vidas, el comienzo de la unión. Esa noche sentí temor, porque, en sueños, totalmente repetitivos, vi sombras, que aparecían por todos lados y se abalanzaban a mi encuentro, alcanzándome. Desde un recóndito rincón en mi cerebro afloraba un sentimiento de culpabilidad, por haber retomado mi vida, casándome, sin embargo, yo misma me llamé a la reflexión, significando con firmeza que había hecho lo correcto y que sería feliz en este nuevo matrimonio. Es muy reconfortante sentirme amada y protegida por Jaime. Poco a poco la imagen de Alberto se desvanece, siendo él, el único culpable por su traición, que me había dejado carente, vulnerable e infeliz. Jaime, con sus atenciones, fue ganándose un lugar especial en mi corazón y he llegado a amarlo sin reservas y de forma incondicional. Mi madre se da cuenta, con alegría, de los cambios positivos que, poco a poco, transforman mi conducta.
- ¿Eres feliz? - pregunta poco tiempo después de mi matrimonio.
-He retomado mi vida - respondo.
- ¿Eres feliz? - interroga nuevamente.
-Sí - respondo con sinceridad y desde el fondo de mi alma.
Un día, de regreso a la casa y después de haber tenido, en el trabajo, una jornada laboriosa en exceso me encuentro con el pequeño Abel y su madre quienes, al parecer, habían salido a distraerse un poco. Aquel reencuentro activa mis recuerdos. El niño ha crecido, se parece mucho a su padre, por lo que no puedo dejar de contemplarlo minuciosamente. La joven está más delgada, el tiempo se ha encargado de borrar el candor que noté, en ella, en el primer encuentro, aún se ve hermosa, pero, sin dudas, se convirtió en mujer a fuerza de golpes y fracasos y, en su mirada, una sombra de cansancio, muestra su lucha encarnizada contra las necesidades y los padecimientos.
El niño corre hacia mí y se abraza a mi cintura, seguramente el rostro le parece familiar, aunque solo me ha visto una vez. Me parece gracioso y, movida por un impulso, le estampo un sonoro beso en la mejilla.
- ¡Cómo has crecido! - exclamo dulcemente - Eres casi un jovencito.
Dirigiéndome a ella pregunto:
- ¿Cómo han estado?
Por el gesto que realiza, a modo de contesta, no fue difícil adivinar que esos dos años habían sido difíciles para ellos. Con voz suave y entrecortada logro hacer una segunda pregunta:
- ¿Estás trabajando?
Ella no parece escucharla y comienza a hablar con tristeza.
-He tenido que explicarle a mi hijo que no volverá a ver a su padre, que debemos ahorrar porque lo poco que gano no me alcanza - guardó silencio unos minutos y después prosiguió - Creo que el destino se encargó de cobrarme la osadía de enamorarme de un hombre casado.