Acurrucaditos los dos en la cama, más tarde, le comento del encuentro del día y le expreso mi deseo de visitar, con frecuencia, a Abel. Escucha mi discurso con serenidad y en silencio y solo dice, refiriéndose a mi real determinación de participar en la crianza del niño:
- El pequeño crecerá sin su padre y tú quieres, sin sustituir roles, aliviar esa ausencia - y después de algunos segundos agrega - Por eso te amo tanto, tienes un corazón enorme.
Yo lo abrazo agradeciéndole, pero pienso que, en todo momento, él muestra su superioridad en cuanto a grandeza de corazón y pureza de sentimientos. Con el tiempo me enamoro cada vez más. Me alaga todos los días, expresándome de muchas formas diferentes su amor y eso me lleva a estar plenamente convencida de querer permanecer con él toda una vida.
Busco con frecuencia a Abel y paso tiempo de calidad a su lado. Nos divertimos juntos. Trato, tanto material como espiritualmente, de atenuar sus carencias. Comenzó a decirme tía, desde el primer día y yo, inicialmente, miré a su madre, por el temor a la molestia que podría causar, en ella, este acontecimiento, porque a su tía biológica apenas le dirigía la palabra, pero, al parecer ella lo aprueba y en una ocasión, refiriéndose a su hermana dijo:
- El amor se gana con los pequeños detalles, no se impone.
Solo las mujeres, privadas de la maternidad pueden entender el placer que siento cuando estoy en la compañía del pequeño y lo que disfruto sus abrazos porque sé que son la materialización de un sentimiento puro, por eso cada día le pido a Dios porque me conceda el milagro de la procreación.
Al cumplir ocho meses de matrimonio pude darme cuenta de la grandeza del amor de Dios. Ese día amanecí indispuesta, un poco de mareo y náuseas me molestaron desde las primeras horas de la mañana. Jaime quiso llevarme al consultorio médico, pero yo me negué rotundamente, alegando sentirme mejor, pero no fui a trabajar, sin embargo obligué a mi esposo a asistir a su centro laboral. Dormí algunas horas y, en el almuerzo, probé algunas cucharadas de un caldo que, a duras penas, pude elaborar. Unos minutos después la cabeza comenzó a darme vueltas y lo último que recuerdo es aquella sensación de vacío y aturdimiento, sentimientos totalmente inexplicables, después perdí el sentido y caí al piso. Al despertar estaba en el cuerpo de guardia del hospital y Jaime, asustado a mi lado, me secaba el sudor a intervalos.
- ¿Quién me trajo? - pregunté sintiéndome aún un poco mareada.
- Yo fui a la casa a darte una vuelta y te encontré sin sentido en el suelo - respondió mientras me acariciaba.
- ¿Qué dicen los médicos? - pregunté.
- Te hicieron análisis y estamos esperando los resultados.
Hice un gesto de aprobación y esperé en silencio, preocupada y sorprendida, pues siempre había gozado de buena salud. Diez minutos más tarde llegó el galeno. Se paró frente a nosotros con unos papeles en las manos, que después supimos eran los resultados de los análisis. Esbozó una sonrisa que me tranquilizó y luego terminó diciendo:
-Felicidades.
Inicialmente lo miré, sin entender, pero ya Jaime había comenzado a reír, al parecer tenía sus sospechas y solo decía una y otra vez:
-Gracias, Dios mío.
-Alégrese, va a tener un bebé - expresó el médico, un poco asombrado con mi reacción, en extremo descreída.