Lluvia de Fuego: La Era del Fuego 1

Capítulo 1: Bertha

Reciba una cordial bienvenida a esta historia, espero se sienta a gusto entre mis letras. Esta será la única ocasión que me inmiscuya en su lectura, y sólo lo hago para asegurarme de que tenga una estancia agradable. Si la obra resulta ser de su agrado, si llega a conectar con ella, le animo con alegría a que comparta conmigo sus impresiones a través de comentarios. Estaré encantado de responderlos e interactuar con usted.

Sin más por el momento, se despide,
E.F. Mendoza.

I-II

Año 2005. Universidad de Nivek. Sección Oeste de Galus, antes Europa.

—... y eso fue lo último que escribió Alonso. Después de la conquista de Europa aprendimos mucho de Arquedeus. ¿Creéis que nuestros mundos pudiesen coexistir ahora?

Preguntó el maestro, después de haber terminado de leer un fragmento del ejemplar: Los diarios de la conquista.

—No lo creo —dijo una joven, levantando la mano—. Después de la guerra contra Rusia, pocas ganas tenían de volver. Nos cerraron fronteras.

—Correcto —respondió el profesor—. Pero, gracias a eso, Galus se ha convertido en la nación más fructífera después de Arquedeus.

»Aunque debo admitir, que es una lástima haber perdido los conocimientos de los grandes maestros. Se dice, que su mundo está lleno de vida. Y eso es lo que quiero que comprendáis, vosotros debéis aprender de este libro. —Levantó el ejemplar que tenía en la mano—. Seres humanos y naturaleza...

—Que aburrido sería eso —dijo un chico, murmurando.

—Escuché eso, Rauso —dijo el profesor, lanzando una mirada certera al joven, provocando que se hundiera en el asiento—. Voy a salir un momento así que dejaré un cuestionario para vosotros.

Dicho esto, sacó unas hojas de su portafolio y las entregó a sus estudiantes, luego, los dejó solos.

El aula se encontraba abarrotada. Cada uno de los alumnos se concentraba plenamente en su labor. El silencio era únicamente roto por los rápidos trazos de los lápices. El sol del mediodía atravesaba el salón de lado a lado cuando, la puerta abierta, dejó entrar un sonido de tacones acercándose poco a poco.

La mayoría de los presentes no se percató, pero algunos jóvenes, atraídos por el ruido ajeno, miraron en dirección a la entrada de su aula. Una mujer acababa de dar un paso adentro. Su cabello rojo llamó la atención inmediatamente. Tenía una piel blanca y delicada, con unos ojos dorados muy llamativos. Llevaba una falda de holanes, con encaje, y una blusa negra que le iba perfecta a su silueta fina y delicada.

—Buen día. ¿Es esta la clase del doctor Relem?

Su voz angelical rompió totalmente el ambiente de concentración, obligando a los estudiantes a mirar. Los muchachos quedaron boquiabiertos. Nadie respondió.

—Quizá me equivoqué, disculpad la intromisión —dijo tímidamente la joven, a punto de retirarse. Y es que, ¡vaya! Parecía una modelo.

—No se equivoca, aquí es. Sólo que ha salido un momento —dijo una voz femenina.

—Oh. Muy bien, gracias —respondió la chica pelirroja, sonriendo, haciendo caso omiso al tono retador de la joven—. Vengo a dejar algo que olvidó en casa, lo pondré sobre el escritorio.

Terminó su frase colocando unos papeles en la mesa y dejando un pequeño panqué sobre estos. La respuesta causó revuelo en el grupo, mientras observaban a la hermosa mujer dejar las cosas sobre el escritorio para luego dar la media vuelta y salir del salón.

No tuvieron tiempo de preguntar qué ocurría debido a la sorpresa que se habían llevado. ¿Quién sería esa mujer tan guapa? ¿Algún familiar? Fuera como fuere, los alumnos sabían que debían prestar atención a su examen. El maestro llegaría pronto y no estaría contento si los encontraba parloteando.

Efectivamente, minutos más tarde, el profesor entró en el salón caminando directamente a su escritorio.

—Me complace saber que seguís atentos a vuestro examen. ¡Ah! —exclamó al darse cuenta de que había un regalo sobre sus papeles—. Parece que habéis conocido a mi esposa.

Una vez más, los alumnos olvidaron que tenían trabajo y se volvieron hacia el maestro. Las alumnas, más que nada, tenían una cara de decepción tremendamente marcada. El profesor sonrió al notar esto.

—¿Qué pasa, es tan sorpresivo? ¿Tan malo soy que me creíais incapaz? —dijo él con tono burlón, lleno de falsa modestia. Estaba acostumbrado a ese tipo de eventos.




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