Mutaciones, con simpleza, son una alteración del material genético de un organismo. Dentro de la mutación, está oculta la clave de la evolución. La evolución suele ocurrir a lo largo de muchos años, miles de años, y encontrar un solo organismo que desmienta este hecho es prácticamente imposible. O eso se creía, porque Jack había conseguido ese espécimen único.
Bertha, la iguana de Finn, era la prueba de una mutación clara y ventajosa. Presentaba cambios físicos cada vez más visibles. Esto era lo que él llamaba sobrevolución. Un cambio genético en un organismo, que ocurre lo suficientemente rápido como para ser apreciado y aprender de él. Después de haber conocido a Bertha, Jack no podía dejar de pensar que esto podría traer un cambio en la visión del mundo.
El caso de Bertha era muy extraño. Su madre era completamente normal y, aun así, la iguana estaba cambiando a diario. Jack no tenía idea de por qué, pero estaba seguro de que lo averiguaría. Aunado a esto, el día en que volvió de la salida con sus alumnos —sí, ese fatídico día en el cual Gianna se había perdido—, encontró a sus lagartijas muertas. Todos los pequeños reptiles que mantenía en el cobertizo de su casa habían perecido. La razón… aún no la averiguaba, pero la iguana de Finn —que parecía tener la misma mutación— seguía tan fuerte como siempre. Esto último facilitó el que Jack pensase que, si existía una relación entre los reptiles, el tamaño parecía tener algo que ver con su tasa de supervivencia.
Después de investigar un poco, se había determinado que los mini terremotos del Brauquiana habían tenido un epicentro distinto. Lo que hubiese ocurrido, no había sido causado por el volcán, su origen estaba en la mina de Valtag. Jack había solicitado los permisos pertinentes para hacer una excavación en la mina, e incluso Lina había ayudado a acelerar el proceso con sus contactos, pero la burocracia tardaría meses. Por ahora, la mejor opción parecía ser mantener bajo observación a la iguana y aprender de sus cambios.
—¡Relem! ¡¿Relem?! Tierra llamando a la luna.
Un hombre entrado en años llamaba a Jack, quien seguía inmerso en sus pensamientos. Al oír su nombre por tercera ocasión, reaccionó y recordó lo que estaba haciendo. Se encontraba en el monte Brauquiana, esta vez acompañado de un equipo de investigación de la universidad. El Dr. Phil Rogers —vulcanólogo, amigo, y antiguo maestro de Jack—, se encargaba de liderar la expedición.
—Sí, sí, doctor Rogers, lo siento, estaba en otro mundo —se disculpó Jack.
—Aaaah, Relem, esa cabeza tuya... trabaja demasiado. Deja descansar la maquinaria de vez en cuando —dijo el Dr. Rogers, dando una palmada en la espalda a Jack, con la suficiente fuerza como para zarandearlo un poco.
El hombre era bastante robusto, al contrario de Jack, quien era, más bien, delgado. Su gran sonrisa se ocultaba detrás de una barba tupida y un bigote blanco que le daban, en conjunto, un aspecto bonachón.
—Si la dejase descansar no estaría aquí, hablando con usted ahora mismo —respondió Jack con otra sonrisa.
—¡Tienes razón, muchacho! Tienes razón. Ahora, veamos, cuéntame más detalles de lo ocurrido.
Jack volvió a mencionar aquel día con sus estudiantes. Recordó los temblores al atardecer y como se fracturó el suelo en diversos lugares; el calor que se sentía en el lugar, y los gases que emanaban de las grietas. Era la tercera vez que lo contaba, pero no parecía suficiente. Cada vez que entraba en detalles, el Dr. Rogers conseguía algún dato nuevo que, al genetista, se le habría pasado por alto.
—De saber que esto podía ocurrir, nunca hubiese expuesto a mis estudiantes —dijo Jack, al finalizar su relato.
—¡Bah! no te culpes por eso —replicó el hombretón—. Nadie habría imaginado que este pedazo de tierra volvería a respirar, o por lo menos no en algunos miles de años. Incluso yo había dejado el interés por toda esta zona desde hace mucho. ¡Pero la madre tierra, Relem! —Levantó un dedo con energía—. La madre tierra es impredecible, todo puede suceder.
—Eso parece —Jack sonreía. Siempre le había gustado la actitud de su viejo maestro—. Pero ¿cómo pudo reactivarse? No hay arterias de magma debajo de esta zona desde hace siglos.
—Eso, mi querido amigo, debo admitir que no lo sé —respondió, llevándose dos dedos a la barbilla—. Pero ten por seguro que mi equipo y yo lo vamos a averiguar. Acordonaremos el área y vamos a ver que se cuece bajo nuestros pies. Además, ¿no te resulta curioso que no haya cráter? Parece que nuestro volcán fue liberando su presión a través de esas grietas. ¡Eso es de agradecerse! Si hubiese reventado, seguro ya ni lo estaríamos contando. ¡JAJAJA!