I-II
Jack abrió los ojos... o eso creía, porque no podía ver nada. Bajó sus manos para sentir el piso. Ahí estaba, podía sentirlo. Se pasó una mano por la frente, estaba sudando frío. Palpó su respaldo usando sus manos, seguía recargado en la pared. Sin separarse de su apoyo, usando la roca, se fue poniendo de pie poco a poco.
Todavía respiraba agitado. Apenas se irguió, se llevó las manos al casco, despegó su linterna y la golpeó suavemente con un dedo. No pasó nada. Parece que las baterías realmente habían fallado. Afortunadamente tenía unas de repuesto, así que se quitó la linterna y comenzó a buscarlas entre su ropa, con el tacto. Sin embargo...
«Sal de aquí».
«Lo has despertado».
«No te queda mucho tiempo».
Esta vez los sonidos llegaron juntos, como susurros en su cabeza que se desencadenaron de forma incomprensible. El evento duró algunos tortuosos segundos, no podía ver nada, no sabía qué hacer. Era como si... como si proviniese de toda la mina, como si la mina estuviese hablándole. Nada lo había preparado para eso, ¿qué rayos era?, Jack no era supersticioso... pero tampoco podía explicar lo que estaba escuchando. Una voz que no era humana, repitiendo palabras amenazantes, una tras otra, incitándolo a dejar el lugar. Estaba aferrado a la roca, no podía moverse, sus músculos no respondían.
Entonces vio una luz. Se acercaba a través del túnel, dirigiéndose hacia él.
—¡Doctor Relem!, ¡doctor Relem!, ¡venga rápido! —era Niel, quien se acercaba corriendo.
«Relem —repitió la voz, coreando a Niel. Luego, agregó en un tono amenazador—: Te has condenado».
Otro escalofrío más fuerte que el anterior lo recorrió. En ese instante, la tierra comenzó a temblar y las paredes de la mina se agitaron peligrosamente. Jack se apoyó de nuevo en la roca, esperando que no se derrumbara.
—¡Niel! ¡Aquí! —gritó Jack.
El joven casi pasaba de largo sin verlo. Paró en seco y se giró, alumbrando a Jack directo a la cara. La luz lo cegó por un momento, obligándolo a levantar su mano para cubrir sus ojos. Podía moverse otra vez.
—¡Doctor! ¿Qué hace ahí? ¿Y su linterna? —preguntó Niel, extrañado al ver a Jack aferrándose a la pared del túnel.
—¡Olvida la linterna! ¡Salgamos de aquí! —dijo Jack, exaltado, algo no muy común en él.
Niel asintió, seguramente dándose cuenta del estado de su maestro, y ambos corrieron en dirección a la salida. Esta vez estaba durando demasiado, minutos… pero cesó.
Poco a poco aminoraron la marcha, jadeando. El movimiento repentino había sido justo como en el monte Brauquiana, menos intenso, pero más duradero. No parecía algo geológico, parecía ser algo más.
—Parece que ha pasado —dijo Niel, deteniéndose un momento.
—¿Escuchaste eso? —preguntó Jack, que aún tenía aquella voz grabada en la cabeza.
— ¿El temblor? —dijo Niel.
Jack negó con la cabeza.
—La voz.
El joven volvió a apuntar con su linterna a la cara de Jack, impidiendo que viera la expresión de su rostro.
—¿Doctor, se encuentra bien? —dijo Niel—. Debí ser yo, llamándolo.
Jack guardó silencio. Tuvo que haber sido el pánico.
—Debo estar enloqueciendo. Podría jurar que... —dijo, dándose unas palmadas en la frente. Ni siquiera él mismo terminaba de creer lo que había pasado—. Vale, no importa. ¿Por qué estabas buscándome?
—¡Oh, es cierto! Venga, de prisa, encontré algo bastante... desagradable. Seguro le interesará.
Jack no creía lo que escuchaba.
—Niel... podría haber otro terremoto —dijo, aún se le dificultaba hablar—. Debemos volver.
—¡No habrá otra oportunidad doctor! Usted lo sabe. No es muy lejos, hagámoslo rápido.
Jack suspiró. Pensó la situación por unos momentos, y finalmente asintió con la cabeza. Todavía no se sentía del todo bien, pero era verdad lo que Niel decía, sólo habría una oportunidad. Colocó baterías nuevas en su linterna, la encendió, y siguió al joven por el túnel.