Dániel y Martina no siempre estaban de acuerdo en todo pero últimamente, es que no estaban de acuerdo en nada.
Aquel día, el día en el que todo ocurrió, también estaban discutiendo. No era nada importante, pero cualquier cosa —por pequeña que fuese— sumada a la tensión que cargaban, hacía que se enfadasen.
Martina se dio la vuelta ignorando a Dániel y cruzó la calle sin mirar en el momento en el que el coche pasaba. Se oyó un grito. La sorpresa fue que, la chica, apenas tenía unos rasguños en las rodillas de la caída tras el empujón que había recibido. Confusa se giró para ver aparecer ante sus ojos la imagen de su novio desangrándose en el suelo. Gritos, cláxones, llantos... Alguien debía de haber llamado a emergencias, pues a lo lejos se oían sirenas de policía y ambulancia; pero ella tan solo se concentraba en Dániel, al que se había acercado y ahora, sujetando su cabeza en su regazo, repetía una y otra vez cuánto lo sentía mientras lágrimas se desbordaban de sus ojos.