Se sintió caer en una ensoñación, caminando dormido a través de una ciudad de lluvia interminable, ahogándose en las aguas profundas de sus propios pensamientos; y cuando despertó no había más que julio.
El viento incitaba a la lluvia con cierta agitación. No sabiendo si las perlas de agua que se deslizaban sobre su adolorida sien eran causa del sudor o la lluvia, limpió el área con la manga de su abrigo tan empapado como su piel. Observó el parque por el que pasaría cada día antes de ir a casa. Estaba casi desierto, por lo que era uno de los lugares más limpios de la ciudad. A un lado del parque había un pequeño jardín, dónde un solitario arbusto de hortensias azules lloraba entre la lluvia. En medio del crujir de las hojas, pasto y árboles, Eric tuvo solo un instante para notar que había alguien que no encajaba en el fondo. Luego, en un parpadeo de luz y trueno, en una carrera hacia inevitable angustia, se detuvo y decidió perder el tiempo.
A pesar de la oscuridad se encontraron el uno al otro.
—¿Vas a algún lado? — Preguntó con cierta solemnidad.
El etéreo espejismo de unos ojos azules fluyó como una cascada al darse cuenta de la repentina, y no deseada, presencia del otro, dando un paso hacia atrás. Eric lo notó, pero aun así sostuvo la sombrilla sobre ambos cuerpos. El chico se dio vuelta, hablando más con los ojos que con los labios, dedicándole al otro una gélida mirada como única respuesta. Pero escuchó su voz antes de escuchar la lluvia una vez más. Eric sintió ganas de contar las estrellas mientras era observado por violentas olas de azul.
—No deberías estar bajo la lluvia — Agregó, frunciendo levemente el ceño.
Azul pálido. Luego, una brisa congelante exhaló una constelación hecha de gotas al descubrir que la espalda del joven con el paraguas no estaba siendo protegida. Que tipo más desinteresado, pensó.
—Deberías preocuparte más por ti mismo — el chico de cabello rubio finalmente habló, su voz se sintió suave en contraste con el estruendo de la tormenta —, antes de pensar en los demás.
Eric pudo haber rodado los ojos. Si bien era cierto que su ropa estaba algo húmeda, el otro estaba completamente empapado hasta los huesos, como cortesía del brutal diluvio. En verdad no era gran cosa que le ofreciera un espacio bajo su paraguas.
—Me llamo Eric Müller.
Lluvia. Y más lluvia. Un débil trueno en la distancia. El sonido de unos pasos amortiguados detrás. Eric no era la clase de persona de dejar a otra en plena tormenta.
—Armand Levesque.
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Cuando se encontró con Armand por segunda vez, nada había cambiado. El joven de tez pálida seguía de pie bajo aquel arbusto de hortensias que casi igualaba su altura, sin sombrilla, con su suéter purpura pareciendo más oscuro y tan mojado como el día anterior.
—¿Siempre olvidas traer tu propio paraguas, o es sólo que te gusta enfermarte?
En lugar de darle la cara, Armand levantó la cabeza hasta cierto ángulo, lo suficiente para ver la sonrisa en la cara del chico más alto, el cielo gris e infinitas agujas de agua como fondo.
Sus ojos volvieron a enfocarse en el azul de las flores.
—No me enfermo con solo la lluvia.
Acariciando el cemento que lentamente se mezclaba con lodo y agua, la lluvia disminuyó un poco, mientras Eric veía un ramillete de hortensias caer a los charcos como si intentasen imitar el caer de las gotas desde el cielo. Se agachó para recogerlas, sin olvidar proteger a Armand de la lluvia.
—Te deben de encantar estas flores, para pasar tanto tiempo junto a ellas— Sostuvo las flores exiliadas en su palma, húmeda y sucia.
Eric estaba equivocado, pero Armand actuó como si no lo estuviera. Bajó la mirada, respondiendo con cautela —. Pues, no realmente.
—Solían haber muchas de estas flores en Berlín, ¿sabes? Mi ciudad natal. Me gustaba verlas florecer y recogerlas. A veces les llevaba algunas a mi mamá, o a mi hermana.
No esperaba una respuesta, pero no pudo evitar extrañarse cuando Armand se mantuvo en silencio y la tensión en el aire era palpable, como si algo estuviera mal. No se dio cuenta de que el chico estaba ojeando su chaqueta, o específicamente, el logo que esta tenía.
—¿Vas a la Universidad? ¿No deberías estar en clase?
Sorprendido, la cara de Eric se iluminó con interés, con las constelaciones de sus ojos brillando en la dirección del rubio.
—No, no... — Exhaló un suspiro a través de su sonrisa —. Mis clases terminan a esta hora.
—Ah, claro.
Entre ellos se extendió un cómodo silencio antes de que Eric preguntara: —Y, ¿qué hay de ti? ¿A qué universidad vas?
El rubio se mordió el labio, y cuando habló, su voz no era más que un frágil susurro, como el trinar de un pajarito recién nacido —. Quería ir a la misma universidad en la que estás.