—Hola mamá —apareció en el umbral en pijamas mientras se rascaba la cabeza con un bostezo. Su madre al mirarla, pensó que de esa manera aparentaba menos edad de la que tenía.
—Buen día Amy. Para hoy te puse tostadas y huevos, voy un poco apurada —indicó poniéndole el desayuno en un plato.
Su madre por el contrario iba vestida de manera muy formal, con saco ceñido al cuerpo. Lista para empezar el afán del día.
—Descuida. Igual luego del café no me da tanta hambre —de pronto su madre la miró nostálgica, aquellas palabras le traían dolorosos recuerdos —.No te preocupes, sabes que no tiene que ver con ese asunto.
Volviendo a colocar el plato en la encimera y aún algo afectada, Sharon se acercó a su hija. Trató de dibujar una sonrisa en su rostro y añadió:
—No puedes culparme...todo pasó muy rápido y... —le costaba un poco articular las palabras por un nudo que empezaba a alojarse en su garganta, suspiró—. ¿Estás segura de que no quieres que te acompañe?
—Muy segura. Llegarías tarde al trabajo si lo haces, estaré bien. Además ésta fue mi decisión. Y debo hacerme responsable. Yo, por mi propia cuenta.
—Lo entiendo cariño y es un hermoso gesto de tu parte solo que a veces creo... —miró a otra parte buscando las palabras adecuadas—. No sé si deberías pasar por ello tu sola o si he tomado las decisiones correctas con respecto a...
—Mamá por favor —dijo Amy interrumpiéndola—.Ya hemos tenido esta conversación y creo que es mejor así, lo prefiero así. ¿Entiendes? Estoy bien —concluyó enfatizando en esta última palabra.
Sharon asintió sin más remedio que apoyar sus decisiones, sin embargo la observó detenidamente buscando aunque fuese un atisbo de duda en la mirada de su hija.
Amy era su primogénita y a consecuencia de los eventos pasados se había vuelto un tanto más protectora hacia ella, aún sabiendo que ya tenía la edad para cuidarse sola.
Tal vez ya había pasado un año desde que aquello sucedió pero las imágenes se reproducían en su mente una y otra vez, volviéndola débil y con el miedo reinando en su corazón. Sentía que Amy era su sustento y no podía hacerse a la idea de perderla también, después de todo solo eran ellas dos en la casa.
Con un último vistazo, aceptó que no había nada más que determinación en los ojos de su hija. Le dejó un beso como despedida para más tarde tomar su bolso y salir con apuro de casa.
Amy siguió a su madre hasta la sala de estar y pensó que no recordaba el momento en que habían caído en aquel círculo.
Esa misma charla surgía una y otra vez como si fuese un ritual aunque igual trataba de ser lo más paciente que podía con Sharon. Entendía su situación y sabía que por lo que han pasado ella y sus padres, era bastante complicado. Demasiado como para superarlo en tan solo un año, lo entendía perfectamente porque ella también lo sufría.
Daba la sensación de que la familia Stevens estaba sumergida en un estado de constante angustia y cada integrante se lamentaba de no haber podido hacer algo más para que las cosas fueran diferentes.
Amy soltó un largo suspiro y volvió a la cocina para terminar su desayuno mientras se preguntaba vagamente que usaría hoy.
Nunca demoraba demasiado buscando una prenda y esta vez no sería la excepción. Más tarde al abrir su armario lo primero que llamó su atención fue la cantidad de vestidos tendidos. Hasta hace poco solía llevarlos con frecuencia. Eran cómodos, de rápido acceso y además le sentaban bien. Pero frunció el ceño hacia ellos negando levemente con la cabeza.
—Hoy si que no va.
Finalmente optó por sus fiables jeans, una camiseta blanca acompañada de unos convers del mismo color. Tomó su mochila rucksack pero justo antes de salir por la puerta dejó un beso sobre dos de sus dedos y los acercó a una fotografía que permanecía sobre su gabinete.
La brisa fresca de Ashland la recibió tan solo salir al frente de la casa, el olor característico de la vegetación invadió por un momento sus fosas nasales y los rayos del sol caían cálidos sobre su piel pálida. Cerró sus ojos permitiéndose disfrutar un momento de ello.
Era muy temprano, sin embargo la mañana ya había comenzado para muchos. Amy vio algunos de sus vecinos paseándose con sus mascotas mientras que otros regaban el jardín o salían con una taza de café para conversar. También notó que algunos de ellos no eran tan conocidos, lo cual le extrañó lo suficiente para llamar su atención.
Era habitual que algunos visitantes de varios países fueran a pasarse una temporada de vacaciones por la ciudad y aunque ella tenía toda una vida viviendo allí, no podía negar que también quedaba prendada con las edificaciones de estilo victoriano.
El vecino de al lado salió en sus pijamas para recoger el periódico de aquella mañana. Al ver a Amy parada y con la puerta a medio cerrar, alzó la voz para que ella lo escuchara desde su casa:
—¿Va todo bien? —el hombre mayor entrecerró los ojos hacia la chica que se sobresaltó.
—Buen día Oliver —le saludó—. Solo me distraje un momento, es una bonita mañana.
El señor coincidió con ella y murmuró algo sobre el clima antes de volver a entrar a su casa. Sin más distracciones, Amy cerró la puerta tras sí.
Era una hermosa mañana para llevar a cabo su nueva meta. Entendía por qué su madre se preocupara de que fuera hasta allí, es difícil ser testigo de algo tan cruel como una enfermedad y eso era algo a lo que constantemente se exponía.
Pero no podía ser de otra forma.
Mientras hacía su camino hasta la parada del bus, pensó que estaba en una especie de deuda y que a pesar de que su corazón se partía en pedazos al intentar saldarla, no era ella la más afectada en ésta situación.
O eso era lo que se decía a sí misma para no perder la cabeza.
Cuando el chófer abrió las puertas del autobús, saludó rápidamente a Amy con un movimiento de cabeza. Tomó las monedas que ella le ofreció, y las guardó en una especie de lata.