¿lo llamamos destino?

Capítulo Dos

Aquella tarde Amy se encontraba en la pequeña sala de reuniones de su casa, el estómago le empezaba a exigir atención mientras trataba de concentrarse en las lecciones de química que tenía en frente. La sala estaba adecuada para recibir clases, pues en una de sus paredes estaba colgada una gran pizarra blanca y las estanterías aguardaban libros de las materias escolares.

—¿Has terminado ya las prácticas que te asigne? —un señor alto y flaco con grandes lentes, dirigió su mirada a Amy.

—¿Tenía que entregarlas hoy? —la pregunta del hombre la tomó por sorpresa.

Siempre entregaba las tareas a tiempo y el hecho de que ni siquiera recordara esa entrega, era una novedad incluso para ella misma. Estaba a punto de disculparse por no tenerlo listo cuando él respondió.

—No, pero es mejor si las avanzas —tenía el ceño fruncido, dando por sentado que lo que decía ya era bastante obvio.

—Oh, claro. Las adelanté un poco, pero me faltan algunos ejercicios.

El señor Gales asintió con expresión aprobatoria. Fue asignado como profesor encargado de Amy y estaba matriculado en ciencias formales, así que le brindaba soporte en las materias vinculadas.

Era muy frecuente que los alumnos que se veían en la necesidad de recibir la educación desde casa, descuidaran los estudios o lo tomaran tanto a la ligera que en menos de nada se veían obligados a volver a la escuela presencial. Aquello causaba un tremendo disgusto en el profesor Gales, pues pensaba que perdía su tiempo en alguien que no lo valía. Por fortuna, no sentía eso con ella. Se acoplaba bien a los mandatos y era bastante puntual con respecto a las entregas.

Al terminar de explicar el tema que correspondía para hoy, tomó una pausa y se dispuso a aclarar las dudas que Amy tenía sobre las prácticas.

—¿Qué tal te está yendo con las demás materias? —inquirió.

—Bien —dijo anotando un par de cosas en su cátedra pero al no oír respuesta, levantó la vista para encontrarse con la expresión glacial del profesor. Tenía un serio problema con las respuestas mediocres—. No voy atrasada con ninguna y mi reporte fue bueno.

—Perfecto. Dámelo —revisó su reloj antes de dirigirse de nuevo a ella—. Tengo algo de tiempo para pasar por el ministerio.

—Aún no lo imprimo —poco a poco se iba haciendo un ovillo en la butaca, sabía que eso le costaría un pequeño reproche.

El señor Gales suspiró.

—Debo demostrar que te desenvuelves con la educación desde casa. De otro modo, te obligarán a volver a la escuela.

—Lo siento —forzó una sonrisa antes de continuar—. Ésta misma tarde lo haré.

—Bien, entonces mi trabajo aquí esta hecho —tomó su maletín y antes de irse, hizo una última pregunta—. ¿Tienes alguna pregunta sobre lo de hoy?

Amy arrugó la frente repasando rápidamente todo lo aprendido esa tarde por si tenía una laguna, pero al final acabó negando con la cabeza.

—En ese caso, pase buenas tardes Srta. Stevens. Recuerda estudiar sobre la nomenclatura para la próxima clase —esperó por su respuesta.

—Anotado, adiós señor Gales.

Lo acompañó hasta la puerta y luego de ver que el hombre se adentraba en un auto crema, volvió a cerrarla. Amy resopló dejándose caer con pesadez en el sofá cercano a la entrada. El día no había terminado, pero sentía ganas de cerrar sus ojos y no volverlos a abrir hasta la mañana siguiente. Con un bostezo, miró el reloj que se asomaba desde la cocina. Si no se daba prisa, la biblioteca iba a cerrar en unos momentos.

Recogió sus cosas para que Sharon no tuviera que hacerlo al regresar del trabajo, y de su habitación tomó una pequeña carretilla donde puso los libros que ya había leído.

La joven que atendía el lugar, le sonrió apenas verla. Amy rodeó el pequeño escritorio para saludarla con un abrazo.

—Me han llegado libros nuevos —dijo sonriendo con suficiencia.

—Menos mal —Amy adquirió un tono melodramático.

—Ajá —la mirada escéptica de su amiga le hizo gracia—. Ni que hayas acabado la sección completa... Todavía.

—Pues no, pero me gusta tener de donde elegir —se encogió de hombros antes de señalar la carretilla—. ¿Te dejo los libros aquí o prefieres que los ubique yo misma?

—Déjalos aquí —dijo mirando hacía las personas en el área de lectura de la biblioteca—. Puede que alguno de esos se le antoje una nueva lectura.

Amy con los brazos apoyados sobre el escritorio, giró un momento su cabeza en dirección a las personas sentadas en mesas con su libro al frente.

—Qué raro que haya tanta gente, pensaba que ya casi era hora de cerrar.

La bibliotecaria miró con duda a Amy antes de ver el reloj. De pronto, lucía irritada.

—¿Y que hacen aquí entonces? —dijo volviendo su voz más aguda cada vez.

Inmediatamente rebuscó unos instantes en el escritorio, hasta dar con un pequeño micrófono en el que al hablar, se escuchaba por toda la biblioteca mediante los altavoces.

—Estamos por cerrar. Favor dirigirse al mostrador y devolver los libros —oprimió de nuevo el micrófono, dejándolo sobre el mostrador. Pronto los usuarios se dirigían hacia ellas—. Los nuevos están en aquel pasillo.

La chica señaló el lugar por donde Amy debía ir y aunque ya sabía donde colocaban las novedades, igualmente asintió.

—Gracias Sus.

Sin perder tiempo, buscó entre las nuevas piezas algún libro que llamara su atención. Y aunque la prioridad al ir allí eran los libros infantiles, también le gustaba llevarse alguna que otra obra antigua para la lectura propia.

Con un número limitado de libros, los de interés los amontonaba sobre la carretilla y sonrió al verla llena nuevamente.

Al regresar de nuevo con Susan, notó que la fila frente al mostrador había desaparecido. Le ofreció el dinero por el préstamo de los libros y solicitó que le imprimiera el reporte de notas desde su cuenta de estudiante. Amy notó que el semblante de su amiga cambió mientras imprimía el reporte.




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