¿lo llamamos destino?

Capítulo Tres

Amy ya se encontraba en la mesa desayunando un buen trozo de tarta de manzana acompañado de queso de crema y leche cuando su madre se dirigió a la cocina.

—Oh, alguien se levantó más temprano de lo esperado. ¿Dejaste tarta para mi? —Amy asintió sin decir una palabra, alternando la mirada entre el libro y su desayuno para darle un bocado. Sharon negó con la cabeza—. Ya tendrás tiempo para leer, así que primero come y aún no me saludas.

Amy se volvió en su asiento para besar a su madre..

—Lo siento mamá, buenos días. Es sólo que esto está realmente bueno —comentó señalando el libro.

—Jumm ya veo, ¿Me parece a mi o cada vez los escoges más grandes? —puso una mirada inquisitiva como si su hija fuera sospechosa de algún crimen.

Amy se encogió de hombros.

—Es mejor así, no los acabo tan pronto —su madre asintió mientras se acercaba al comedor con su desayuno.

—Estás muy bonita esta mañana — Llevaba un vestido color azul marino con flores blancas—. Definitivamente los vestidos son lo tuyo.

Amy le sonrió en respuesta, pero cambió de tema súbitamente.

—Oye.. ¿Tienes noticias de papá? —inquirió.

—No, pero esta noche lo llamaré. Te lo pondré al teléfono, ¿Si?

Amy creía con firmeza que nunca estaba de más tener una opinión masculina en la toma de sus decisiones, pero con su padre trabajando en un estado diferente, lo complicaba. Había situaciones en que era imposible limitarse solo a una llamada.

Recordó los días en que cursaba por Internet su clase de orientación. Lleyó que el padre era un pilar importante en la construcción de la confianza de su hija además de ser una parte crucial para que la chica se valorase a sí misma, con tratos amorosos y delicados como si de una princesa se tratara. Sea mentira o no, Amy tenía esa confianza. Sin embargo los eventos del último año la habían encogido un poco, la habían marchitado hasta el punto de no saber quién era, apagando su luz. Por un largo tiempo no salía a la calle, se limitó a las paredes de su casa y eso hizo estragos en ella a la hora de salir nuevamente al mundo. 

De pronto se encontró sintiéndose ajena al mundo, como si no pudiera encajar.

Su padre vivió por un largo tiempo en la casa donde ella habitaba ahora pero cuando la situación se volvió complicada, traer el dinero a casa se volvió una necesidad básica. Amy confiaba en sí misma, aunque al día de hoy luciera algo quebrantada.

Siguieron conversando un buen rato hasta que Sharon advirtió que ya casi era hora de irse.

Solo era un poquitín más alta que su hija y gracias a la genética compartían desde el mismo tono de piel hasta el color castaño en el cabello, aunque la más grande solía llevarlo más corto a la altura de los hombros. Amy por el contrario, prefería que creciera tanto como pudiera.

Cuando llegó a la estación de trenes, se imaginó dándose palmaditas en la espalda como aprobación. No habían tantas personas como la última vez o más bien aún no habían llegado. Tomó el asiento más cercano a la puerta y abriendo el libro sobre sus muslos, se dispuso a leer.

Estaba tan sumida en la lectura que ni se fijó que tenía medio camino recorrido. Se metió tan de lleno en los detalles de esas páginas, que se olvidó de aplicar su mal hábito a las personas que ocupaban un espacio aquel día en el tren ya qe no trató de adivinar sus vidas. No le importó reírse por lo bajo mientras leía, provocando destellos de cejas arqueadas y miradas burlonas. Pero mucho menos se fijó en el par de ojos castaños que la observaban mientras la acompañaban discretamente en su risa.

De pronto ella miró hacia los lados y levemente sonrojada, cerró con estruendo el libro. Y el muchacho con un brillo divertido en sus ojos, empezaba a preguntarse de qué libro se trataba para que ella reaccionara de esa manera.

Incluso luchó contra el impulso de cubrirse la boca por la gracia que le causaban las reacciones de la chica. Sintiendo un poco más de curiosidad hacia ella, la observó atentamente. El color maderal de sus botines le recordó al aire natural que se respiraba en la antigua cabaña de Roseville, cuando toda su familia iba allí para vacacionar. Claro que eso fue antes de que el trabajo se conviertiera en lo único importante.

Elevó un poco más la mirada para notar que también tenía unas lindas piernas, o al menos eso podía apreciar desde su posición. Sin embargo no sabría decir si él era muy alto o era a ella a quien le faltaba algo de estatura. Se percató de que con aquel vestido la delgadez que notó la primera vez al verla, quedaba más oculta. Aunque aún así la delataban esos delicados brazos y la forma de su rostro. 

Al cabo de un momento, sus miradas se habían encontrado.

Amy se dio cuenta de que era el mismo chico desaliñado de la otra vez y enseguida sintió cómo sus mejillas empezaban a arder por recordar aquel encuentro vergonzoso. Su aspecto de niña apenada contrastaba perfectamente con el aspecto expectante de él.

Tras unos instantes confirmó que él no tenía planes de romper el contacto visual. Tan sólo permanecía allí escudriñándola con la mirada, haciendo que sus nervios se alboroten con cada segundo. Ella carraspeó y removiéndose en su asiento, sacó su reloj de bolsillo fijando la vista en él.

En los minutos restantes Amy permaneció mirando al suelo. Como si hubiese algo que no pudiera terminar de entender, cuando por fin llegó el momento de bajar en su estación. De reojo vio que el chico aún seguía ahí y que tenía su vista clavada en el libro incluso después de que estuviese del otro lado de las puertas.

En ese momento, él volvió a levantar la vista hacia los ojos de ella y mientras el tren comenzaba a partir nuevamente Amy pudo ver como el chico le sonreía desde adentro.

« Oh. Por. Dios... ».

Esa misma tarde en casa Amy daba por sentado que el chico pensaba que era una tonta por el encuentro de la otra vez.




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