¿lo llamamos destino?

Capítulo Cinco

Ambas permanecían en la sala mientras Sharon llenaba un crucigrama, lo cual parecía costarle bastante porque miraba con el ceño fruncido la hoja del periódico a la vez que mordía distraída la tapa de su lapicera y Amy se encontraba adelantando las clases virtuales, así podría disfrutar un poco más cuando se fuera de vacaciones a visitar a su padre.

—¡Pfff! Esto es imposible —dijo Sharon antes de tirar el crucigrama a un lado—. ¿Tienes ropa que quieres que lave antes de irnos? —se quitó las gafas antes de mirar a su hija.

Antes de que la otra pudiese responder, el teléfono sonó. Sharon se acercó y tomó el inalámbrico, más tarde desapareció en la cocina. 

Estando sola Amy se permitió pensar en el chico del tren.

Tenía que admitir que realmente se veía lindo en aquel traje. Le parecía un tanto raro que un extraño llamara su atención de esa manera pero le agradaba. Si ya de por sí es una chica muy curiosa, ese muchacho solo alimentaba su carácter, deseaba saber desde su nombre hasta el tono de su voz. A pesar de que constantemente solía tener el mal hábito de indagar en las personas y tratar de adivinar sus vidas, con aquel chico era diferente. No se quedaba satisfecha con inventarle una vida, no. Ella quería saber más sobre él, no lo que puediera imaginar en su cabeza.

Se sonrojó por el pensamiento como si alguien pudiese darse cuenta. 

¿Qué evento importante se le habrá presentado para que tuviese que vestirse así? Cualquiera que fuese, deseaba que hubiera más de uno. Aunque no era difícil deducir que se sentía incómodo. Deseaba que dónde tuviera que presentarse, nadie se hubiera dado cuenta que el traje era una o dos tallas menor que la que realmente debía usar. 

¡Pero si hasta su nudo era un desastre! 

Esperaba que con el gesto que le hizo, él se hubiera dado cuenta y haya sido capaz de arreglarlo. Después de todo ella tuvo que armarse de valor girarse hacia él y hacer aquel gesto. 

La sonrisa que le había dado después de eso…

Amy pensó que era la sonrisa más hermosa y geneuina que había visto en una persona. Tragó en seco de solo presenciarla porque sin duda la había deslumbrado.

Amy había visto cientos de veces como su padre se anudaba la corbata hasta pedirle un día si lo podía hacer ella misma por él. Así que no le hubiese importado que aquel chico se lo hubiese pedido también. 

Nuevamente sintió sus mejillas arder solo con la idea de imaginarlo tan cerca de ella.

—Amy cariño —se sobresaltó sonrojada por las riendas que tomaron sus pensamientos—. Era Amanda.

—¿Le pasó algo a Elliot? —poniéndose de pie, dio la vuelta para mirar a su madre.

—No te preocupes, aunque de hecho es por él. Amanda debe cubrir un turno y no tiene con quién dejar al niño. Preguntó si estabas disponible —Amy exhaló aliviada. No podría lidiar con otra pérdida en este momento.

—Bueno, recogeré unas cosas. Supongo que nos veremos para la cena —se acercó a Sharon despidiéndose con un beso.

—Te guardaré pasta.

Tan solo pasaron quince minutos cuando tocó el timbre de la familia Pattison. Una mujer apurada la recibió. Una vez más Amy se vio sorprendida por la belleza de Amanda. Era tan alta como podían ser esas modelos de revistas y poseía una larga melena castaña que cubría casi toda su espalda. Pensó que debía ser la envidia entre sus compañeras y deseada por muchos hombres. 

Lo que la delataba eran esos bultitos bajo sus ojos y esa expresión cansada en su rostro. Expresión que Amy sabía muy bien por qué era.

—Oh, gracias a Dios —la saludó con un rápido abrazo antes de continuar—. Debo salir volando, lamento arruinar tu tarde. ¡Elliot amor, ven a ver quién vino a visitarte!

Un niño rubio de 5 años, visiblemente parecido a Amanda salió corriendo a los brazos de Amy en cuanto pudo verla. Pronunciando el nombre de esta con creciente emoción. Amy se inclinó hasta cogerlo en sus brazos.

—¿Quién es un niño grande ya? ¿No me das un beso? —tras hacerlo, el niño giró su cabeza para ver a su madre, preguntando sobre unas galletas.

—No pude hacerlas Elliot, te prometo que mañana comerás las que quieras. Debo irme. Te amo —dejó un beso en la frente del pequeño y montones de agradecimientos hacia Amy. Se quedaron en el umbral de la puerta mientras veían a Amanda marcharse en su coche. Elliot agitaba su manito como despedida hasta perder de vista a su madre. 

Amy le dio un toquecito en la nariz para llamar su atención.

—Y bueno ¿Me hablas un poco de esas galletas? —una gran sonrisa se dibujó en el rostro del pequeño.

Amy acunaba a Elliot en sus brazos mientras éste se recostaba de su torso. Tomó otra galleta y dio un gran mordisco. Estiró su cabecita hacia atrás para mirarla.

—¿Podemos leer un cuento?

—Claro que sí. ¿Cuál quieres leer? —empezaba a tomar algunas de las historias que trajo pero Elliot intervino.

—Quiero uno de niño grande —sorprendida, Amy devolvió las historias para infantes. Y sacó lo que recientemente leía. Su corazón saltó de la emoción tan solo imaginar las aventuras, la magia y la fantasía que caracterizan el mundo de Harry Potter. 

—Leeremos esto pero debes prometerme que no le dirás nada a los otros niños. Es nuestro secreto, ¿de acuerdo?

La fantasía y la magia estuvieron presentes esa tarde mientras transcurría la trama. Elliot parecía fascinado, ansioso por saber más sobre la historia y adentrarse cada vez más en ella. Su rostro se alumbraba con gestos de sorpresa  y Amy disfrutaba mucho de ello, porque el niño parecía darse cuenta de que se podía viajar a cualquier parte del mundo si tienes un buen libro, incluso tierras nunca antes descubiertas.

Luego de ver que ya empezaba a anochecer, Amy fue hasta la cocina donde tomó la cena que Amanda había dejado preparada para su hijo. Poco a poco Amy le fue dando cucharadas del puré de papas mientras Elliot le rogaba que continuara con la historia.




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