¿lo llamamos destino?

Capítulo Seis

Amy saltó de la cama y corrió en dirección a la ducha.

Frente a su guardarropa, eligió el atuendo rápido mientras cepillaba rápidamente sus dientes. Se decidió por un vestido hasta la rodilla, no había tiempo para combinaciones ya que tenía que llegar al hospital en tiempo récord. De camino a la estación, Amy sacó su teléfono para enviar un mensaje.

Yo: Mamá se me hizo muy tarde, ¿por qué no me despertaste?

Mamá: Lucías cansada cuando llegaste a casa anoche, pensé que te haría bien descansar.

Negó con la cabeza mientras rodaba los ojos. Ante los ojos de su madre Amy era mucho más frágil de lo que realmente era. Su teléfono vibró otra vez.

Mamá: Buen día, te amo hija.

Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras le respondía el lindo mensaje de su mamá.

Mientras bajaba rápidamente las escaleras de la estación, iba esquivando las personas que tenían menos prisa con cuidado de no chocar con ellas mientas las pasaba. En ese momento escuchó el timbre de que las puertas estaban por cerrarse y al llegar al último eslabón, corrió despavorida tropezando al entrar.

Sonrojada alisó su vestido mirando a su alrededor por si alguien había notado su gran y bochornosa entrada. Con la respiración aún agitada confirmó que no quedaba ningún asiento disponible pero el hecho de haber podido tomar el tren de siempre, era un logro que celebrar.

Sus ojos saltones se abrieron como platos al fijarse de que el mismo chico que ha atrapado su atención en los últimos días, estaba a solo unos pasos de ella. Notó que volvía a usar la ropa desaliñada de siempre, volvía a verse... cómodo consigo y reprimiendo el impulso de sonreír, cerró la distancia entre ellos posicionándose junto a él ya que era el único espacio disponible.

Fue algo instintivo.

La colonia del chico perforó sus fosas nasales y ella solo quiso que aquel aroma la acompañara por siempre. De pronto el tren avanzó con fuerza y ambos se sostuvieron del poste frente a ellos. Amy pudo apreciar lo pequeña que parecía su mano bajo la de él, parecían tan firmes y suaves.

«Ya relájate. Ni siquiera sabes su nombre».

Notó como su respiración empezaba a volverse irregular a causa de los nervios que le producía estar tan cerca del muchacho.

¿Estaba exagerando?

No entendía como era posible que reaccionara de esa manera ante un completo extraño.

Las luces del vagón empezaron a parpadear a medida que el tren se detenía poco a poco. Una vez se detuvo por completo, las luces de emergencia se activaron.

—Ay no, no, no —se lamentó Amy para sí misma.

Rápidamente sacó su pequeño reloj. Los retrasos no eran bienvenidos y menos ese día.

«¿Y si no lo consigo? ¡Elliot será llevado a cirugía antes de poder verlo! No quiero que pase igual que...».

—Lo arreglarán pronto. Antes de entrar nos advirtieron que esto podía pasar —aquella voz grave resonó en su pecho sacándola de sus pensamientos. Alzó la vista hacia el chico, era la primera vez que lo escuchaba hablar. Sintió como su corazón se saltó un latido antes de retumbar rápidamente—. Dijeron que estaba haciéndoles unos arreglos a la línea.

Su voz era grave, llamativa y agradable. Amy no quería decir nada, quería que el le siguiera hablar durante todo el trayecto.

El cabello del chico volvía a estar un poco alborotado, con un par de rizos adornando su frente. Viéndolo más de cerca Amy noto lo bien que estaban perfilados sus labios aunque tuvo cuidado de no quedarse mirándolos fijamente. También pudo visualizar un pequeño lunar que se hacía notar en su cuello, casi justo encima de su clavícula.

«¿Y bien?, ¡Di algo tonta!».

Pero no era capaz de articular palabra alguna. Estaba conmocionada y él seguía ahí observándola con unos hermosos ojos castaños como el almíbar esperando una respuesta.

Una que nunca llegó.

Cuando Amy por fin separó sus labios rosados para decir algo, las luces volvieron a parpadear y el tren comenzaba a andar de nuevo. El bullicio de aquel día volvió a tomar volumen. Avergonzada de sí misma, forzó aún más su agarre y permaneció el resto del trayecto con la vista al frente.

Cuando las puertas se abrieron despidiéndola en su parada, llevó sus ojos hasta el chico del tren. Percatándose, él volteó a verla también.

Aunque Amy se volvía a sentir absurda e hipnotizada ante su mirada, se armó de valor para sacar de su boca algo más que balbuceos.

—Gracias. Te veo luego —con una sonrisa salió corriendo de allí.

Pero la rápida descarga de emoción y adrenalina desapareció tan pronto retomó su camino, era hora de centrarse.

Al llegar al hospital vio que una enfermera hacía anotaciones mientras registraba los signos vitales de Elliot pero él ni se inmutaba, tan solo dejaba que la señora hiciera su trabajo. Para Amy, aquello le supo amargo. Cuando acabó con el niño, la mujer puso la carpeta en el espacio que daba al pie de la cama, entonces le ofreció una sonrisa al pequeño.

—Todo esta listo para que tú doctor te reciba y... aquí está tu premio. Te has portado como todo un campeón —Elliot ensanchó sus ojitos y tendió sus brazos hacía la gran paleta roja delante de él. Pero la enfermera volvió a dejarlo fuera de su alcance—. Ah, ah sólo si me prometes que la comerás después de la operación.

La enfermera salió de la habitación saludando a Amy cuando paso junto a ella. Desde el umbral de la puerta vio como Amanda acariciaba el cabello de su hijo para luego dejarle un beso en la frente.

La habitación parecía bastante acogedora como si la hubieran personalizado para los gustos de Elliot. El azul predominaba en las paredes y en toda su extensión habían calcomanías de superhéroes. Lo demás era característico de los hospitales: techo blanco y un suelo pulcro de baldosas blancas.




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