¿lo llamamos destino?

Capítulo Siete

—Fue una jugada estúpida, incluso para tu hermano —su padre dejó la servilleta de tela sobre la mesa negando con la cabeza—. Debió decirte al menos en qué consistía el trabajo para que no fueras a hacer el ridículo.

El hombre de traje y con zapatos bien pulidos dio un sorbo a su café, su barba de destellos canosos le confería una presencia imponente.

Él más joven miró a las personas pasar frente a la terraza donde se encontraba desayunando con sus padres. Tan solo a primeras horas de la mañana habían conseguido que su humor se tornara gris e impetuoso y lo único que deseaba era cambiar de tema para poder seguir disfrutando de su desayuno.

—Me da igual. No tenía interés en presentarme, a decir verdad.

—Oye —su madre le dio una mirada de reproche, se echó el cabello sobre los hombros y continuó—. No estaría mal si trabajas en la empresa. Puede dejarte buenos recursos.

Y era cierto. Tal vez no eran la familia más rica del planeta pero si podían permitirse algunos lujos.

Su madre era una mujer alta rubia de rizos despampanantes. A pesar de haber estudiado la carrera de bioanálisis, cuando la empresa del padre de Finn estaba a falta de personal y la demanda estaba en su punto más alto, decidió ayudar a su esposo mientras este se acostumbraba a tomar el mando y hasta ahora no había vuelto a ejercer su carrera.

No ahora que la inmobiliaria Williams era la más solicitada y con varias sucursales en el país, a la vez que Finn estaba a cargo de todo porque su padre ya se había retirado.

— No les he pedido que hagan nada —su cubierto cayó con estruendo sobre el plato y de pronto ya no tenía más hambre. Finn se quedó con el teléfono a medio marcar y miró a Daria dudoso—. Ya les he comentado que me gusta trabajar en la imprenta, la paga es buena y no es como si tuviera tantos gastos.

Sus padres se miraron entre sí, sin entender cómo su hijo no tenía la misma ansiedad de crecimiento laboral que ellos y Leo tenían.

—¿Y piensas quedarte allí por mucho tiempo? —preguntó la mujer con voz suave y mucha cautela.

No hubo respuesta porque eso no lo sabía con certeza. No entendía la prisa que tenían toda su familia con él y su insistencia empezaba a fastidiar más de la cuenta. No planeaba ser un mendigo ni mucho menos. Dio un largo trago a su jugo y despidiéndose, dijo que se le hacía tarde para llegar al trabajo.

Continuar con la empresa era como hacer de su vida una receta. Tenía que seguir estrictamente los pasos para obtener un resultado final y no era eso lo que deseaba. Quería una incógnita, quería experiencias nuevas y desafiar a la vida.

Al llegar al tren que lo llevaría más tarde a su trabajo, se colocó junto a un poste. Todo seguía el mismo curso de siempre.

«Nota mental: encontrar un área que me gustaría desarrollar».

Apartando el pensamiento miró nuevamente a las personas en el tren y entrecerró los ojos porque había una pieza que faltaba, pero antes de abundar en ello se escuchó la voz del conductor por los altavoces.

 

—Buenos días, hoy están trabajando en el ajuste de líneas. Puede que tengamos algunos inconvenientes en el camino pero no se alarmen, está todo controlado —se escuchó un ruido como si el objeto parlante se apagara pero luego volvió a encenderse con un tono bromista por parte del conductor—. Cambio y fuera.

Las personas que antes estaban quejándose por la posible interrupción a su mañana, ahora tenían dibujadas sonrisas en sus caras y el chico del tren no era la excepción.

Continuó observando a su alrededor porque le extrañaba no encontrarse con la familiaridad que estos últimos días le habían proporcionado. No se detuvo hasta dar con la dulce chica que entraba con un tropezón justo antes de que las puertas se cerraran.

Con otra sonrisa, apartó el rostro al ver que la chica buscaba espectadores de su fabulosa entrada. Verla le causaba una fascinación inexplicable, sin duda era la persona más tierna que había visto en su vida. Permaneció allí sin dirigirle la mirada hasta estar seguro de que ella se hubiese recompuesto y que el color de sus mejillas volviera al tono habitual. Con una sacudida, el tren comenzó su marcha y bajo las fuerzas de la inercia tuvo que sostenerse del poste para no caer hacia atrás y allí estaba ella, tan cerca.

Se llevó otra sorpresa cuando en vez de sentir la superficie fría y dura del trozo de metal, lo que estaba sintiendo era totalmente lo opuesto. Su mano estaba sostenida de la de ella. La calidez que desprendía simplemente lo abrumaba tanto que no quiso apartarla, pero tampoco quería que ella se sintiera incómoda así que a regañadientes reacomodó su mano en el poste, extrañando inmediatamente la suavidad de hace unos instantes.

Sabiendo que lo sucedido era motivo para disculparse, guardó silencio. Realmente no lamentaba haber tenido ese pequeño contacto. De pronto las luces del tren comenzaron a parpadear, confirmando las advertencias del conductor hace unos momentos y lentamente el transporte se detuvo. Vio que la chica empezaba a volverse inquieta y miraba repetidas veces su reloj.

—Lo arreglarán pronto. Justo al entrar nos advirtieron que esto podía pasar.

Tras decir aquello, ella se volvió a verlo luciendo sorprendida. Permaneció así apenas unos segundos, observándolo y causando en él unos nervios inexplicables. Tan solo cuando ella tuvo la intención de decir algo, el tren se removió poniéndose en marcha otra vez.

No volvió si quiera a dirigirle la mirada el resto del viaje y llegó a pensar que quizás si estaba ofendida por el incidente del poste y que debió haberse disculpado con ella porque ahora se mostraba más tímida que de costumbre.

—Gracias. Te veo luego —dijo apenas llegar a su parada.

Ahora era él quien lucía sorprendido, su voz era tan dulce como se la había imaginado. Ella le sonrió y salió con prisa de allí.

Justo a unas esquinas de su trabajo, había un quiosco que pertenecía a un señor mayor llamado Lewis. El hombre apenas estaba abriendo las puertas de su pequeño local mientras algunos clientes esperaban a que realizara la acción para ser atendidos, el chico del tren se colocó detrás de ellos. Dentro del local, las personas se amontonaban tras el termo de café recién hecho que trajo el señor.




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