Ella entra a la casa y entrelaza los dedos de sus manos, intentando encontrar las palabras para cambiar el clima de la situación.
—¿Pasa algo? —Pregunta él.
—Sí. —Toma sus manos y la traslada a la habitación, sentándose ambos en la cama.
La mira expectante, alzando las cejas. —Me asustas, ¿Ha sucedido algo con tu madre? ¿Tienes que viajar?
—No, no es eso. Está bien, no te preocupes. —Hace una pausa, tomando una bocanada de aire— No quiero estar más con vos. —Le suelta, sin dejar que se prepare.
Comienza a reírse. —Te he dicho que no me creo estas bromas.
—Es en serio. —Contradice.
Él sigue, mordiéndose el labio inferior. —Basta. Mira que te quiero, pero podrías currarte mejores bromas, son gratis.
—Dani. —Lo llama— No me siento bien estando juntos, o al menos no cómo me gustaría. Creo que tenemos que cortar.
Su sonrisa se desvanece y se aleja de ella unos pocos centímetros. Traga saliva, abriendo la boca. —¿Qué hice mal? —Interroga, sin mirarla a los ojos.
—No hiciste nada mal. A veces hay gente que junta funciona por un tiempo y después dejan de hacerlo. Eso nos pasó a nosotros.
—Entonces hay algo más. ¿Te quieres ir de España? ¿Quieres volver a Argentina? Dime, podemos hablarlo. Por favor. —Suplica— No puedes dejarme solo.
—No hay nada para hacer.
—A todo problema hay una solución.
—No. En este caso, no. —Se levanta y suspira.
—Me mato. Te juro que me mato.
—Aceptalo. Por favor. No hagas esto. —Mira a su novio, ex-novio, o lo que sea, sentado frente a ella en la orilla de la cama.
—No lo haré. Porque sé que tú me quieres. Lo haces.
—Te lo dije mirándote a la cara, ¿Qué más pruebas necesitás?
—Que me lo digas mirándome a los ojos. Y que luego me lastimes. —Dice, sacando una pistola de abajo de la almohada— Que me dispares. Es la única forma que creeré lo que me digas. —Le pone el arma en la palma de la mano, con ojos tristes, pero con una pizca de esperanza en ellos.
—Estás loco. Cortala. No lo voy a hacer.
—De otra manera no voy a caer en tus palabras. Y lo sabes. Así que dispara. Apunta. —Le pide, acomodando la pistola de manera que quede en dirección a su frente.
A Katrina le tiembla la mano, pero no baja la pistola. La misma tiene seguro. Él se acerca y pega su piel contra la punta de la misma.
—Si me dejas, no tendré motivos para vivir. Prefiero que me mates.
—Vas a encontrar a alguien que te ame mejor que yo.. Alguien que lo haga de verdad y toda la vida. Que de su vida por vos.
—¿Tú no lo entiendes, no? Te amo. Estoy loco por ti. No quiero estar con nadie más, ni nadie más va a amarme mejor que lo haces tú. —Mantiene con la mano la presión del arma en su frente.
Ella lo mira, examinando su mirada. Poco a poco, se da cuenta que sus ojos ya no expresan esperanza, lo mira de forma diferente.
—No puedo hacerlo. —Baja el arma, respirando con pesadez. ¿Cómo había llegado a esa situación? Le dijo que no lo quería, que no estaba enamorada de él. No más. Entonces, ¿Por qué insistía en que lo mate? Ella no era el fin del mundo, encontraría a alguien mucho mejor. Ha perdido la cabeza.
—Si no lo haces, perderé la cabeza. Y lo sabes. Como lo estoy haciendo ahora. —Dice y toma una bocanada de aire— ¿Hay otro, verdad? Porque si no, no lo estarías haciendo. Te lavó el cerebro. —Escupe de forma furiosa.
—No, no hay nadie más. —Miente. Y lo hace por su bien. De otra forma las cosas terminarán muy mal.
—Corriste la mirada. Te conozco. —Se ríe sin gracia— Hay alguien más, pero no quieres decirlo. Porque seguramente lo conozco. Deja de mentirme, que no soy tonto.
—¿Y qué más da si te estoy mintiendo? Te estoy dejando, la concha de la lora. No te tiene que importar más lo que haga, o al menos, fingí que no te interesa. No te metas más y salí de acá. —Le indica, aún con el arma en su mano, la puerta.
—Por fin admitís la verdad. Ahora, ¿Quién es? —Pregunta con una sonrisa de lado en la cara, pero no es para nada alegre. Sino más bien malvada.
—¿Vos te pensas que soy pelotuda? No pienso decirte, sos capaz de matar.
Daniel da un paso adelante, sin importarle la pistola. Ella se corre hacia el costado y levanta el arma, apuntando a su pecho.
—Por favor. A ti no te importa nada ni nadie.
—¿Qué decís? Que no me importes vos, no quiere decir que no me importe nadie.
Siente que todo su cuerpo es gelatina, quiere correr de ahí. Pero no puede. Porque tiene miedo. Es capaz de cualquier cosa.
—¿En serio crees ser capaz de querer a alguien más si yo no estoy a tu lado? Si no eres mía, no eres de nadie.
Se intentó abalanzar sobre ella, pero al hacerlo, Katrina sacó el seguro y disparó. Aquel estruendo resuena en sus oídos, pero es como si no lo escuchara.
Se queda mirando el cuerpo inmóvil de él, quien la mira mientras agoniza en aquel dolor. La pistola cae de sus manos y un par de lágrimas brotan por sus mejillas, sin entender qué es lo que realmente sucedió.