Lo más profundo de mi alma.

Encerrados.

Entró al aula con una sonrisa, disfrutaba de enseñar. Todos se callaron a medida de que la fueron viendo, así que comenzó a escribir en el pizarrón los temas que iban a ver ese año.

Se le pasó la hora hablando de eso y cuando se quiso acordar ya había tocado el timbre. Despidió a los alumnos y comenzó a guardar sus cosas.

Notó que había un tumulto de gente alrededor de la puerta, se acercó y pidió permiso. Preguntó qué pasaba.

—No podemos salir.

Creyendo que era una joda, y de muy mal gusto, se acercó a la puerta y tiró de acá para allá, pero no dio resultado. Se empezó con un bullicio que era aturdidor a los oídos. Los calló, sabiendo que no iban a estar mucho tiempo ahí y era cosa de tiempo que les abran.

Les dijo que se acomoden en los bancos, hasta que venga alguien. Pero pasaron varias horas, ya eran las 4 de la mañana. Algunos estaban caídos del sueño, pero otros no podían pegar un ojo si no estaban en sus casas.

Las horas seguían pasando. Y ya eran las 15 del otro día. Los estómagos les rugían, no sabían qué hacer para saciar el hambre.

Delante de los ojos de Greta, apareció un ratón blanco. Le tiró de la cola, haciendo que la mordiera. Esto no le molestó para nada y estrujó su pequeña columna entre una de sus manos, mientras tiraba de su cola de vuelta. Sintió como su cuerpo temblaba y chilló unos segundos, pero después era todo silencio.

—Hoy comemos.

 




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