La belleza del cosmos no tenía comparación con ninguna otra cosa para Eldeg Dask, miraba todos días al infinito cúmulo de estrellas y de objetos que podían aparecer en el espacio. Era un hombre que había llegado lejos, uno de los pocos seres humanos que aún le hacían competencia a los más osados de los contrincantes. –Siéntate ahí, quiero hablar un rato contigo–le dijo Dask a su hijo. El muchacho se sentó casi al instante. –Necesito que estés concentrado, hoy nos toca negociar con los putos robots… escucha, lo que tienes que hacer es muy simple, ¡no hacerles mucho caso! No son más que un pedazo de chatarra con mucho orgullo en los circuitos, así que no puedes caer en sus trampas. ¿Qué te pedirán? Pues cualquier trozo de mierda que les haga falta, si quieren comprar demasiado, dóblales el precio, ¡y que se jodan! ¿Sabes lo que hacen con nuestros materiales? ¡Cualquier porquería que se les ocurre! Solo dóblale o triplícales el coste, y listo…–luego de recibir las instrucciones de su padre el muchacho se marchó con educación sin decir ni media palabra. Eldeg tenía bastante trabajo por hacer, pero estaba en la hora del desayuno, y él siempre desayunaba con calma. –Lug, ven aquí inmediatamente–dijo el magnate Dask. El joven se acomodó en el mismo asiento en el que minutos antes había estado sentado el hijo de Eldeg. –Quiero que le demuestres al maldito embajador de los descerebrados androides que nosotros somos superiores en todo, no permitas que metan uno de sus habituales forros de: “Solo venimos a negociar” o “No queremos aniquilarlos ahora”, se querrán pasar de listos, y si es preciso buscarán la forma de confundir y engañar a todos los tripulantes de mi nave, por eso es necesario que los mantengas a raya. Te pedirán aceite vegetal para tomar y trozos de estaño para afilarse sus jodidos dientes, ¡sírveles lo que te pidan, pero que no se pasen con el aceite! Es como una droga para ellos, así que lo máximo que podrán tomar es media taza. Asegúrate de que se sientan cómodos, sin embargo, cuando hayan pagado, despídelos sin cortesía, ¡son asquerosas máquinas!, no sienten empatía por nosotros. Cuando el magnate terminó de hablar Lug se fue sin hacer prácticamente ruido. «Están bien entrenados», pensó Eldeg cuando vio a su alrededor cómo cientos de jóvenes caminaban apresuradamente a cumplir con sus quehaceres diarios. La nave de Dask era tan grande que en ella cabía toda una ciudad y aún sobraba espacio para otra. Unas enormes peceras de vidrio carbónico guardaban en su interior toda una comunidad de animales acuáticos; era esto para Eldeg lo más bello que uno podía mirar después del cosmos. Un dolorcillo le recorrió el muslo izquierdo de repente, pero él inmediatamente estiró las piernas y el dolor desapareció. Cuando era mucho más joven soñaba con tener menos de lo que poseía en ese momento; y aun así le parecía fantástico el sueño. En su imaginación no tenía que trabajar tanto, ni acostarse cuando ya toda la tripulación estaba durmiendo. Fue difícil, pero él recordaba con cariño cómo un pensamiento fugaz y solitario cambió su vida por completo. Dask era el ídolo de millones de niños y jóvenes de Aldurán y de muchísimos otros planetas humanos, pero sus más fieles seguidores se encontraban en Aldurán. Los muchachos lo decían con orgullo: «Eldeg Dask es lo máximo, quiero ser como él, voy a estudiar mucho para alcanzarlo». Si se podía decir algo que fuese puramente característico de Aldurán era lo vanidosos y perfeccionistas que podían llegar a ser sus habitantes. Los demás planetas con poblaciones humanas siempre que entraban en contradicción con los intereses de ese mundo iniciaban una oleada de insultos criticándoles su arrogancia. «Son unos egoístas y unos charlatanes, que presumen hasta de lo que no tienen», escribió en su página Mdp un usuario de Renatrantis en relación a los alduraneses. A Eldeg le importaba muy poco lo que pensarán de él o de su planeta, rara vez atendía a los comentarios de seres humanos a los que él consideraba inferiores, «váyanse a la mierda, yo no dependo de su horrible planeta», le respondió Dask al mismísimo presidente de Astharés cuando se pusieron feas las negociaciones. Su vocabulario generalmente resultaba burdo y descortés para todo aquel que no lo conociese, pero así hablaban en Aldurán los hombres de éxito, no tenían pelos en la lengua. –Loudil, ya puedes despegar la zona–le dijo Eldeg a una de sus empleadas más sexys y atractivas una vez terminó su magnánimo desayuno.Todos los días Dask desayunaba justo en el centro de su nave, en una avenida nombrada: “Las sillas de oro y los peces dorados del magnate Eldeg Dask”. Ir a trabajar no le molestaba en lo más mínimo, él era el jefe, si quería tomar un descanso lo hacía cuando le diera la gana. Casi nadie se atrevía a contradecirlo, el que lo hiciese dentro de su nave era despedido de inmediato. No se podía decir que tuviese muchos amigos, pero amigas tenía por montones. Le gustaba demasiado follar, lo hacía a menudo con sus apuestas empleadas. No necesitaba decir ni media palabra, apenas terminaba su jornada laboral iba a la habitación de Loudil o de Avinicia y se las follaba a su antojo. Las mujeres lo odiaban al principio, e incluso intentaban esquivarlo; pero él no era de los hombres que se daban por vencidos. Cuando le gustaba más el cuerpo que la mente de alguna chica, intentaba comprarla prometiéndole joyas y lujos, sin embargo, si se topaba con una dama de vistosas curvas y de avispada inteligencia, lo que más quería era escucharla hablar para después oírla gemir su nombre y apellido. El sexo lo volvía loco, era una descarga de dopamina y pasión diarias. Si embarazaba a alguna mujer no había problema, él costeaba el embarazo, por lo que para las féminas acostarse con Dask era un gran negocio. Eldeg tenía cerca de veintisiete hijos, a algunos ni siquiera los conocía, pero los tenía en los mejores colegios privados estudiando hasta el cansancio. Los Dask eran los genios más brillantes de Aldurán, y cuando digo genio me refiero a que ni Tesla podría superarlos en inteligencia, los seres humanos habían modificado su cerebro a lo largo de miles de años de evolución luego de volverse una especie multiplanetaria. Todo ocurrió luego del Gran divorcio; algo que tarde o temprano iba a ocurrir, por cierto. Cuando la inteligencia artificial superó con creces a la humana los robots se las arreglaron para escapar de la esclavitud. Nadie entendió nada al principio, pero algunos se dieron cuenta de que si querían perseverar como especie tenían que aumentar su velocidad de pensamiento. No se sabe a ciencia cierta cómo lo consiguieron, pero después de eso la humanidad comenzó a dar pasos agigantados. La gente dejó de creer en mentiras y falacias y se concentró más en los hechos, todos los procesos que antes dirigía y controlaba la inteligencia artificial pasaron a ser supervisados por los cerebros humanos. Luego de que ya ninguna persona creyera en alguna estúpida religión, la civilización humana alcanzó su edad de oro en el cosmos. Casi nadie se lo creía, pero era cierto, la especie más avanzada del universo conocido era la humana, por desgracia, esa realidad estaba llegando a su fin, y Dask lo sabía mejor que nadie… Al magnate le gustaba recorrer su metrópoli financiera con unos zapatos de propulsión a chorro que él mismo había diseñado; podría parecer un capricho infantil volar por la nave con unas botas extravagantes; pero para Eldeg aquello era más que fantástico. Sus trabajadores parecían hormigas desde arriba, y el sol artificial, que se reflejaba al horizonte de los límites espaciales de sus dominios, daba la impresión de que se encontraba a su misma altura. El edificio más alto y de mayor amplitud de la Dask Súper Cosmos era él que más le gustaba al excéntrico empresario, y dónde pasaba buena parte de su horario de trabajo. Cuando llegó a la cima de su rascacielos de proporciones galácticas uno de sus mejores y más brillantes empleados lo esperaba con tranquilidad e indiferencia. –¿Tuvo un buen desayuno, señor? –le preguntó su trabajador. –Sí, ¿cómo está tu esposa? –le preguntó Dask. –Bien, por suerte el niño nació sano. –Cuando cumpla los tres años envíalo a la escuela, si quieres que llegue a algo en la vida. –Así lo haré, señor. –¿Qué se cuenta el día de hoy de los negocios? –Los mejores precios del mercado los poseen los habitantes del gigante gaseoso 094X12, se dice que son muy buenos en los negocios… Los planetas humanos no arrojan resultados demasiado favorables, cierran muchas megafábricas y súperempresas multiplanetarias, para colmo un estudio de la Sociedad Científica Superior de Aldurán muestra que el coeficiente de inteligencia promedio de los habitantes de nuestro planeta ha pasado de 225 a 224.8 en los últimos meses. –¡Mierda, eso sí que no! – se lamentó Eldeg cerrando sus manos de manera tan fuerte y tosca que parecía que iba a golpear a alguien–¿Sabes lo qué eso significa? Que dentro de poco los imbéciles de los alienígenas nos superarán en todo. Yo no puedo permitir que eso ocurra, pero la probabilidad de que yo logré impedir que nos ganen esta batalla de 2. 42346%, lo acabo de calcular ahora mismo. –¡Es usted impresionante, señor! –dijo su empleado debido a la rapidez de pensamiento de su jefe. –¿Impresionante, yo? Mi jodido padre con dos años y medio memorizaba las ecuaciones de Einstein y Newton cómo si eso fuera lo más fácil del mundo. Yo malamente me aprendí la métrica de Alcubierre a los seis años. –Yo tardé doce años en aprender las 200432 ecuaciones de la mecánica cuántica, señor, no se sienta mal por eso. –No te sientas ofendido por lo que te voy a decir, Afdeg, pero esa es la gran diferencia entre tú y yo. Reconozco que tu familia es la séptima que mayor coeficiente intelectual alcanza en nuestro planeta, incluso se les concedió el permiso de llevar en sus nombres la terminación deg, cosa que sólo tienen permitidas las familias en las que todos sus miembros superan los 250 puntos de inteligencia. –No me puedo sentir ofendido, señor, me esfuerzo todo lo que puedo y reconozco mis limitaciones, eso hace que me mantenga con trabajo y que tenga el honor de ayudarlo a usted siempre que lo necesite. –Te muestras tan poco arrogante como siempre, es bueno para mí tener un empleado como tú. –Sólo hago mi trabajo, señor. –Hablando de trabajo, tengo ganas de revisar la nueva máquina que fabricó Alhendeg ayer–dijo Dask con un curioso brillo en los ojos. –Alhendeg lo espera desde hace dos horas en su megasalón de conferencias, señor. –Acompáñame, quiero ver que está haciendo ese gordo.