Lo mucho que odio amarte

CAPÍTULO INTRODUCTORIO

¿Por qué últimamente todo se había vuelto más difícil de lo debido? Solo bastó una mirada, una única y maldita mirada. Sí, porque eso era y a partir de entonces, todo giraría en torno a aquella.

Era un fin de semana como cualquiera, tedioso como los anteriores, monótono y agobiante como todos los que aún no habían llegado, pero ¿quién diría que un simple cambio de rutina podría provocar que mi mundo acabara de cabeza? La recaudación de fondos que se llevó a cabo durante la primavera para el instituto era para realizar la estudiantina, hecho que desencadenaría todo lo que estaba por suceder. Ese día solo éramos alrededor de seis personas en una carpa, que ni siquiera era la cantidad que esperábamos que nos permitieran para atender a los clientes, y de alguna forma teníamos que aceptar la reglamentación que habían impuesto. Eso no requería quejas a los encargados ni críticas hacia su mala organización, porque siendo justos, lo estaban haciendo muy mal.

Poco a poco, la gente empezaría a acercarse a los puestos e inevitable sería interactuar con amigos o incluso familiares, que se daban una vuelta por el lugar. Las ventas avanzarían a su debido tiempo, a veces con mucha ganancia y otras con casi nada. Y si lo pensamos, suena bastante aburrido tener que sentarte en un banco y luego levantarte cada vez que alguien se acercaba a preguntar por los precios o para preparar el pedido. Pero nosotros necesitábamos el dinero, nada se conseguía fácil y teníamos que aguantarlo de todos modos. De todas formas, al llegar las cuatro de la tarde y habiendo soportado todo el mediodía el sofocante calor, decidieron que nos darían un pequeño descanso, un recreo que seguramente no duraría mucho.

Aprovechando, limpié mi sitio de trabajo, la máquina de jugo y el resto de gajos de mandarina y naranja que quedaban atascados en el exprimidor. Busqué una silla más cómoda para relajar mis piernas y mi espalda, así podría aliviar el dolor punzante que empezaba a hacer efecto en mí. Me quedé contemplando el espectáculo a lo lejos que estaba a punto de comenzar, mientras las personas se amontonaban cerca del escenario. Era un gran predio con abundante zona verde, al aire libre, con unas enormes puertas para el ingreso y una estrecha calle de por medio que nos separaba en dos secciones: una donde se encontraban los juegos, inflables, el escenario y equipos de música. Por el otro, las carpas con puestos de comidas y jugos naturales (como nosotros), tatuajes falsos, maquillaje, hasta productos caseros para el hogar y artesanías que siempre sabían presentarse para este tipo de eventos.

Una banda de músicos de cumbia escasos de integrantes, pero muy talentosos, se subieron al escenario haciendo la prueba de sonido antes de poder tocar su primer tema. Un pecoso enano le dio la orden a los organizadores que ya estaban listos y se presentaron. Cuando la batería y demás instrumentos comenzaron a sonar, alguien se había parado justo delante de la carpa en dónde tal vez estaba una de las mejores vistas hacia el escenario, evitando que pudiera ver a esos chicos que estaban dando su show. Parecía apropósito lo que hacía, detenerse en el medio, justo en la mitad del camino como si fuera el único tratando de ver lo que sucedía, como si fuera transparente, como si no le importara nada. Al menos, así era para Mauricio.

Mauricio Almada era nuestro antiguo compañero. ¿Antiguo? No, esa expresión lo hace sonar muy viejo, mejor un excompañero. En efecto, había decidió repetir el año en el que íbamos juntos. Desde entonces, al ir en aulas separadas y tomando en cuenta que de seguro éramos alrededor de mil doscientos alumnos en el instituto, nunca más me lo cruce. Sin embargo, esta vez lo había visto bien, diferente y con otros ojos. Lo vi con esos ojos con los que nunca se debe ver a alguien y fue mi más grande error.

Nunca nos habíamos dirigido la palabra. Bueno, de hecho sí, como mucho fueron dos veces, pero no más que eso. En una ocasión recuerdo que fue para explicarle un problema matemático y otra, para avisarle que el director lo citaba a su despacho como siempre. Ahora, suponiendo que nuestras conversaciones no eran las más fluidas o frecuentes, así como no ser alguien de su interés o agrado, nunca me importo caerle bien ni de convertirnos de desconocidos a amigos. A ver, ¿para qué iba yo a tratar de caerle bien a la persona con la que alguna vez había intercambiado dos palabritas? Se me hacía indiferente.

De nuevo, ese día fue casualidad encontrarlo. Aunque estaban sus amigos, nosotros y el festival, lo que lo llevaría a una excusa perfecta y planificada. De igual modo, no tardé mucho en comentarle a mi compañera que estaba tapando el puesto con su presencia y que sería mejor que se corriera. De tan solo hacerme la idea de que esté ahí, ocupando todo mi campo visual, me irritaba y si nadie se lo decía, lo iba a hacer yo. Afirmando mi comentario que poco le dieron importancia, de manera involuntaria se me escapó un suspiro, al bajar mi mirada al suelo: algo raro en mi ser había sucedido. No obstante, dejé que ese razonamiento que estaba a punto de hacerme a mí misma, se quede en el olvido. No debía perder la cabeza por algo tan insignificante.

Pero escuché su voz. Sí, la escuché a escasos centímetros de mí, como si estuviera susurrando junto a mi oído, provocando que los vellos de mis brazos se erizaran. Era apática y cautelosa, un dulce encanto que emanaba de su boca y que hipnotizaba. Su risa ronca arrastraba un pequeño chillido agudo mientras sus ojos cafés oscuros se entrecerraban. Un hoyuelo se asomaba en el lado derecho de su mejilla cuando sonreía, dejando ver sus dientes blancos y bien alineados.

Después de tantas risas, posiblemente ocasionado por un chiste de su amigo, Mauricio giró de manera inconsciente hacia la persona que le daba la espalda. En ese preciso momento, sus ojos se encontraron con los míos, invadiéndolos con repetición, desafiándolos sin permiso ni mi aprobación. Buscaba en ellos respuestas, respuestas sobre por qué aún me mantenía la mirada y no podía apartarla. Así fue como nervioso e inquieto, pasó sus manos por su cabello castaño y se enredaron, desordenándolo aún más. Lo llevaba largo y ondulado, deshaciendo con insistencia los rebeldes rizos que se le formaban en las puntas frontales.




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