Lo mucho que odio amarte

CAPÍTULO 5

Capítulo 5

El amigo de mi hermano
 

Era sábado por la mañana y di gracias que al despertar, no tuve un fuerte dolor de cabeza por lo sucedido en la noche. Los padres de Mariana, Gustavo y Luciana, nos hicieron té con leche, el cual decidimos tomar en la terraza mientras disfrutamos del sol que apenas comenzaba a asomarse. Cuando se trataba de su familia, sabían recibirme y tratarme cordialmente, un gesto encantador para alguien que aún se atormenta de haber ido a una fiesta y mentirles en la cara.

 

Normalmente, luego de mi rutina matutina, suelo dibujar en alguna hoja de papel para tener en claro lo que próximamente plasmaré en mis lienzos, así como una especie de bocetos. No obstante, con el comienzo de las clases me ha quitado mucho tiempo de concentración en ellos, por lo que ahora solo me dedico a pintar por las tardes. Le había pedido a Mariana que me prestará alguna que otra hoja y un lápiz para dibujar. Así que tomé mi desayuno con tranquilidad y aprecié el paisaje.

 

 Comencé a trazar líneas al ver como una mariposa lentamente se depositaba sobre la baranda de hierro y nos observaba. De hecho, no estaba dentro de mis planes dibujar algo que mis ojos vieran, sino algo de lo que había soñado. Pero, hacer realidad parte del sueño que tuve en estas hojas de papel, traería muchas preguntas a la mente de Mariana. Al decir verdad, nadie quiere ver el rostro de Mauricio cuando recién acabas de despertar.

 

—Umm, después de todo, nunca se había ido —comenta sabiendo que pronto sacaríamos el tema.

 

Recuerdo, recuerdo sus palabras en el baño…

 

“Estoy segura de que, con el alcohol que cargará en pocos minutos ahí cerca de la barra, ni será capaz de reconocerte.”

 

Pues, amiga mía, déjame decirte que te has equivocado. Mauricio me reconoció cuando apenas comenzaba a salir del boliche y decidí bajar por los escalones. Pudo estar borracho, pudo estar fumando, pero eso no quita el hecho de que me reconoció y luego no me quitó la mirada de encima.

 

—Lo sé, si hubiéramos apostado, de seguro habrías perdido —asentí. Le terminé regalando una sonrisa antes de volver a hablar—. Y aun así, lo hemos pasado bien.

 

—¿Y ahora qué harás con Sebastián? Si tu amor inalcanzable te vio, quién nos asegura de que también él pudo haberlo hecho —agrega y se deslumbra al ver mi dibujo terminado cuando se lo muestro.

 

—Si me vio y fingió no hacerlo, entonces… ahí estoy en el horno. —Suspiré dejando una leve pausa— Sé que Sebas tiende a ser protector y celoso, pero lo hace solo cuando se trata de los chicos o personas de las que pueden llegar a lastimarme. Lo hace por mi bien estar y porque tener un hermano como él, me hace sentir como lo más valioso que ha tenido y tendrá por el resto de su vida.

 

—Exacto.

 

—Sin embargo, también algún día tendrá que entender que si no quiere perderme, me tendrá que soltar, dejar que sea dueña de mi libertad y dejar de verme como una nena chiquita que no se sabe cuidar. Es decir, el año pasará volando y en menos de lo que espero, daré comienzo a mis clases universitarias. —Finalicé.

 

—Hablando del señor… —habló bajo mientras veíamos llegar a mi hermano y se estacionaba en la entrada de su casa— ¿Desde cuándo le gusta usar tanto los lentes de sol? 

 

—Tal vez los emplea para no ver tu rostro y lo colorada que te pones cuando te mira —dije riendo y le lancé una almohada de nuestros sillones. Ella hizo lo mismo y me escapé antes de que comenzara a correrme por la casa.

 

Bajé rápidamente y acomodé mis cosas en mi bolso. Luciana lo recibió y lo invitó a pasar, pero Sebas rechazó la oferta y solo espero en la entrada. Me despedí de cada uno de ellos al salir y saludé a mi hermano.

 

—¿Me extrañaste? —pregunté subiéndome al auto.

 

—Para nada —contestó aquel.

 

—Que mentiroso eres —acusé. Él se ríe silenciosamente y veo su reflejo en la ventanilla.

 

«Si Sebastián no saca el tema de anoche, yo tampoco lo haré».

 

De camino a casa, solo hablábamos del clima, reímos de los inusuales comentarios y chistes que se nos ocurrían. También, mientras esperábamos que el semáforo cambiara, de un chico que trata de impresionar a su vecina y que lo único que obtiene a cambio, es que el perro enano de ella, lo termine asustando. Cosa que lleva al pobre chico a caerse sobre la bicicleta y terminar en ridículo. La verdad, cuando se trata de entender a alguien y pasarla bien, hablo de esto, junto a él. 

 

—¿A dónde nos estamos dirigiendo? —Lo interrogué viendo que tomaba otra ruta diferente a la de siempre.

 

—Debo ir a la casa de Miguel Ordaz. —Jugué con un mechón de mi pelo mientras lo escuchaba— Tuvimos práctica de fútbol y me he olvidado mi botella de agua y unas toallas, que de seguro están sucias por el sudor. Por lo que las iremos a buscar, porque las necesito para los siguientes entrenamientos.

 

—¡Qué sucio eres! —Protesté riendo—. Supongo que luego iremos a casa, ¿no?

 

—Quedé para almorzar con él —respondió.

 

—Entonces, veo que tendré que soportar a tus amigos… —Bufé— ¿Por qué no me lo dijiste antes? Podría haberle dicho a Mariana que me acompañe hasta casa y tú hacías lo tuyo.

 

—Victoria, —dijo bajando sus lentes para mirarme y luego volver a concentrarse en el camino— no te estoy llevando a la casa de ningún desconocido. Confía, como yo lo hago en ti.

 

En mi cabeza logro resonar el "confía, como yo lo hago en tí", cuando realmente eso no era así.

 

—Sí, lo sé. Solo que yo también tengo planes… Alejandro nos invitó al cine. Compró las entradas para mí y para Mariana. 

 




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