Lo mucho que odio amarte

CAPÍTULO 10

Capítulo 10

 

El clima, el partido y el amor

 

El nuevo cambio de estación estaba ante nosotros, ahora las mañanas resultaban más heladas que antes, como consecuencia del calentamiento global y la contaminación en la ciudad. Eso sí, lo único que me agradaba del invierno era mi cumpleaños, porque la mayor parte del tiempo mis manos están congeladas al igual que mis pies. No importa con cuantas cosas cargue encima, voy a seguir teniendo frío. Después de eso, aparecen los frecuentes dolores de cabeza y los resfríos que nunca se van, por más que tomes los medicamentos necesarios. En fin, hay un gran debate entre quienes prefieren el calor y el frío. En mi caso, prefiero el calor. 

 

Hablando del clima y las estaciones, a Helen se le hizo perfecto como excusa para pedirle la campera a Mauricio, quien al parecer nunca padecía de alguna hipotermia. Para ejemplificar, esto era de la siguiente manera: yo iba con un camperon largo y grande que me cubría desde la cabeza hasta las rodillas, mientras que él, solo asistía a la escuela de remera corta y una campera. No miento, pocas veces lo he visto con algo más de abrigo, cuando no llevamos el uniforme.

 

—Mira lo que tengo puesto. —Presumió girando. Seguidamente, me dejó tenerla entre mis brazos por algunos segundos. La olí, quería saber si aún tenía esa fragancia que tanto me gustaba, pero creo que se fue perdiendo y el aroma quedó impregnado en las prendas de aquella.

 

—Ya casi no se siente. —Indiqué devolviéndosela.

 

—¿En serio? —Se fijó— No, yo aún lo siento.

 

Entonces pensé… ¿Gripe o estoy perdiendo el olfato?

 

—Hay que tomarnos una foto. —Sugirió.

 

Poco me interesaba si con eso ganábamos que Mauricio viera su historia, después de lo que había ocurrido en la playa, sabía que lo vería igual.

 

—¡Hola! Lamento interrumpir, necesitaré robártela solo por esta vez. —Informa Mariana a Helen, tomándome del brazo, arrastrándome hasta algunas de las esquinas del salón.

 

—Creo que sé dé que se trata… —murmure. Lele venía a paso apresurado hasta nosotras, parecía que estaba haciéndose del baño y necesitaba saber lo que pasaba rápido para poder seguir con lo suyo. 

 

—¿Y bien? Ahora que estamos todos, puedes empezar a confesarlo todo. —Insistió rulos.

 

—¿Sobre que?

 

—Empieza con M y sueles hablar siempre de él. —Ale intentó hacerme recordar, al mismo tiempo que revoleó los ojos.

 

Al ver la insistencia en el tema, se los conté y una vez que acabé, Alejandro fue al baño. Por otro lado, le pedí a mi amiga que me acompañara a comprar chicles al kiosco, algo a lo que he estado haciendo muy seguido. Rulos sospecha que lo hago para espiar o llamar la atención de mi amado y puede que tenga algo de razón. Pero no es justo que no pueda recorrer los lugares a los que siempre he ido, privarme de hacerlo solo porque él pueda estar ahí y huir.

 

Visualizamos en lo lejos una pequeña llovizna, cosa que impedía dirigirnos al único punto donde vendían golosinas, dentro del mismo instituto, por lo que lo vi como todo un reto. Tomé a Mariana de la mano y corrimos, mientras nos tapamos con nuestras cameras. Mauricio estaba ahí, junto a sus amigos, bajo un árbol y cubriéndose con las hojas del mismo, ¿que hace? ¿Está buscando enfermarse? Nunca seré capaz de entender como funciona su cerebro. 

 

Lo noté en seguida. Ella lo hace más que evidente pellizcándome.

 

—¡Auch! Ya lo vi, Ana. —Le susurré, frotándome el brazo y quejándome— Me dolió, no hagas eso.

 

—Victoria, —Citó una voz que provenía de su grupito de amigos. En ese momento, me quedé paralizada, porque no pensé que algunos de ellos me hablaría. Menos mal que solo era Joaquín— ¿puedes decirle a Alejandro que necesitamos hablar con él?

 

—Claro. —Mauricio fijó su vista en mí. Estaba sentado como de costumbre con la espalda encorvada y con los codos sobre sus muslos. No tardó en darse cuenta de lo que estaba haciendo, arrepentido apretó sus labios y miró hacia otro lado— Aunque deberían buscar otro lugar, Ale no querrá mojarse.

 

—Estamos bien aquí. —Esta vez quien habló fue mi amado, pero ni siquiera me miró.

 

Mordí mi cachete sin querer, tras masticar mal el chicle, por lo que había dicho. Así que enojada y con la cabeza bien en alto, giré sobre mí misma y me fui hasta el aula. Cuando terminaba de subir las escaleras, vi a mi compañero salir del baño y sin muchas vueltas le comuniqué:

 

—Tu amigo te está buscando.

 

—¿Quién?

 

—Joaquín. —Mariana le hizo señas de que algo estaba mal conmigo— Están en el patio.

 

—¿Y con esta lluvia? —Asentimos—. Bueno, ¿no quieren acompañarme?

 

—No, —Me anticipé— tengo frío, estoy empapada, de mal humor y tenemos medio módulo de clases de matemáticas y luego inglés. Así que ve solo.

 

—Lo siento, Lele, te citaron solo a ti. —Se despidió aquella tratando de contener la risa.

 

—¿Qué esperas, Mariana? ¡Vamos! —Alcé la voz al ver que no me seguía en el pasillo.

 

—Voy, estoy yendo… no te la agarres conmigo.

 

Cuando salí del instituto, aún llovía, pero más fuerte a comparación de cuando había ido a comprar. Mamá fue a buscarme esta vez y creo que lo hacía para mantenerme vigilada. Me preguntó cómo me había ido y si me había mojado mucho cuando salía en los recreos, ya que mi camperon estaba bastante húmedo. Al patio solo bajé una vez para comprar, después de eso no, más que ir a la biblioteca, al baño y al aula.

 

En casa, Sebas estaba con su celular mensajeando, tirado en el sillón. Me acerqué hasta aquel con la intención de averiguar su próximo partido, pero escondió el aparato en su bolsillo. Intuí que se debía a una conversación secreta e importante. Se sentó bien, saludó a mamá y mientras él me hablaba, fui sacándome el abrigo y guardando mis cosas.




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