Lo mucho que odio amarte

CAPÍTULO 14

Capítulo 14

Quédate conmigo, solo por esta noche

 

Besé a Mauricio Almada. Bueno, nos besamos. No podía creerlo y más Alejandro, que había vuelto por nosotros y vio la escena. Nos apartamos y salí de la pileta lo más rápido que pude, me envolví en mi toalla, ya que temblequeaba del frío y fui al encuentro con mi amigo. Mauricio se quedó ahí, como hipnotizado, imposible de procesar lo que había pasado. Mojó su rostro y quedó unos minutos pensativo. 

 

Una vez adentro, me sequé y me volví a vestir. Me senté con los chicos en la mesa y comimos las pizzas. Nadie dijo nada ante nuestra ausencia, tal vez porque estas cosas son normales para ellos, además de estar metidos en sus celulares. Lele no paraba de mirarme para que se lo cuente todo y le pegué en la cabeza en varias ocasiones para que dejara de hacerlo. Mi amado al poco tiempo apareció en el comedor, estaba aún mojado y descalzo, con la toalla alrededor de su cintura, inmune al cambio de temperatura. Paula lo reta de inmediato al estar así de tranquilo y desabrigado, así que lo manda a cambiarse. Él no le hace caso, toma una de las porciones de la bandeja, vuelve a posar su mirada en mí y se va a quien sabe donde.

 

Cuando ayudé a limpiar un poco la mugre que habíamos hecho, no pude evitar pensar en todo lo que podría suceder después de ese beso, ¿y si decide olvidarlo y hacer como si acá no pasó nada? ¿Y si mis inseguridades ponen en riesgo nuestros sentimientos? ¿Y si solo había sido un simple capricho y una vez que se cumplió todo acabó? O peor aún, ¿y si no estábamos listos para formalizar una relación?. Fui hasta el sillón de la sala de juegos, a donde había dejado mis cosas y comencé a guardarlas. Para mi suerte lo vi llegar y esta vez cambiado, llevaba un buzo verde agua y unos jeans gastados. 

 

—¿Ya te vas? —Examinó desde la puerta.

 

—Sí, yo… —Aclaré mi garganta— Debería irme, no quiero enfermarme. Aparte, algunos de los chicos ya se están yendo, puedo aprovechar y decirle que nos alcancen a Alejandro y a mí.

 

Se acercó y me enfrentó. El espacio se volvió reducido entre nosotros.

 

—¿Tienes miedo de quedarte sola conmigo? 

 

—No. —Negué firme.

 

—Entonces, ¿por qué estás huyendo?

 

—¿Qué raro? Hace un rato estabas tan callado —comenté ignorando lo había dicho.

 

Su mano acarició una de mis mejillas para volver a rozar sus labios lentamente con los míos. En una voz susurrante y seductora, sin despegarse demasiado, agregó:

 

—Quédate conmigo, Victoria, solo por esta noche.

 

¡Maldición, Mauricio, no hagas eso! Sabe que se me hace encantadora la propuesta y que solo me estoy resistiendo a sus encantos porque no puedo controlarlos.

 

—No, no quiero que me permitas quedarme. Si lo haces, no podré marcharme jamás.

 

—Quiero que te quedes. —Repitió y ahí estaba, otro de esos dulces besos— Prometo hacerte el desayuno cuando despiertes.

 

—Ni siquiera sabes lo que me gusta.

 

—No hay problema, lo descubriré.

 

Me quedé, al igual que Natalia, Elías y los hermanos. A las dos y media de la madrugada, mi amado me llevó hasta una de las habitaciones, tomados de la mano. Nos acostamos, yo estaba con demasiado sueño, pero traté de que mis párpados no se cerrarán para seguir apreciándolo un poco más. Apoyó su codo en la almohada y la palma de su mano en su cabeza, mientras con la otra acariciaba mi pelo.

 

—No pensé que fueras tan cariñoso.

 

—No pensé que fueras tan frígida. —Saqué mi almohada y dimos inicio a una lucha con estas.

 

—¿Cuál es tu color favorito?

 

—Azul marino. —Hizo una pausa y continuó—: ¿No era que sabías todo de mí? 

 

—Sí, pero es que nunca te vi con un buzo de ese color. Tienes todos, excepto ese.

 

—Sabía que me espiabas, Victoria Abigail.

 

Sonrió dejándome ver su hermoso hoyuelo. Sentí que estaba en el lugar indicado, con la persona indicada, en la que podía poner toda mi confianza y contarle tantas cosas que he guardado. ¿Y por dónde empezar? No, mejor no, no le contaré todo lo que he vivido. Creo que algunas cosas seguirán siendo un secreto que tendrá que descubrir.

 

Con la pequeña charla que tuvimos pude conocer un poco más de aquel y otras que ya sabía, las cuales ahora me hacían poder describirlo de una forma diferente. Mauricio Javier Almada, alias mi amado, es mozo con tan solo dieciséis años, le gusta jugar al fútbol con sus amigos, salir seguido de fiesta, viajar, fumar un poco, conducir el auto de su primo como si fuese el dueño, usar buzos lisos de colores y pasar tiempo con su familia. En cuanto a su personalidad podría decir que es bastante tranquilo y de carácter independiente, no tiende a abrirse a cualquier persona, a veces prefiere omitir sus pensamientos, actúa como lo tratan o como cree que debería hacerlo, necesita tener su propio espacio y que aprecien sus decisiones. 

 

Con respecto a su aspecto físico, tiene unos labios delgados y pequeños, con un lunar de tamaño mediano en la parte inferior de estos. También tiene unas pestañas largas, la nariz respingona, las cejas levemente arqueadas y pobladas. ¿Que decirles de sus manos y brazos? Pues, son mi parte favorita, son grandes y fuertes, además de que se le notan cuando se le marcan las venas. Su cuerpo es corpulento y tonificado, gracias a que sale a correr y mantiene una buena dieta. Por otro lado, vive con sus dos hermanas Inés y Paola, su madre Roxana y su padre Andrés. El tatuaje de la fecha que se encuentra debajo de sus costillas, hace referencia al fallecimiento de su hermano mayor, quien se vio afectado por una enfermedad pulmonar (neumonía) y otras complicaciones de su sistema inmunológico en el año 2019. 


 

 

Al despertar por la mañana, la cama estaba vacía, por lo que supuse que aquel estaba preparando el desayuno. La hora en mi celular indicaba las ocho y media, tenía mensajes de mis padres preguntándome a qué hora regresaba y de Mariana que pasaría por mi casa. Les respondí y volví a taparme con los acolchados para seguir durmiendo. A las nueve volví a abrir los ojos, algo raro había, la casa estaba en silencio y Mauricio todavía no había regresado a la habitación para mínimamente levantarme. Así que me fui hasta el baño a cepillarme los dientes y lavarme la cara. Me acerqué a la ventana, estaba empañada por la helada y el pasto mojado por el rocío. Sin dudas, en la pileta no estaban.




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